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Pensar infraestructuralmente

Colaboro en el número inaugural de la revista INMATERIAL. Diseño, Arte y Sociedad con un ensayo celebratorio ante la publicación del libro de Mongili, A., y Pellegrino, G. eds., 2014. Information Infrastructure(s): Boundaries, Ecologies, Multiplicity. Cambridge: Cambridge Scholars.

Pensar infraestructuralmente

1. ¿Infra-estructuras? De objetos de frontera y objetos múltiples

En diferentes ramas de las ciencias sociales interesadas por el “giro material” estamos asistiendo a una revitalización y a una creciente oleada de trabajos sobre las infraestructuras como objeto de reflexión, teorización e intervención primordial. De entre los muchos trabajos que actualmente están desarrollando diferentes vertientes de ese giro hacia las infraestructuras, la compilación de Alessandro Mongili y Giuseppina Pellegrino Information Infrastructure(s): Boundaries, Ecologies, Multiplicity es quizá uno de los intentos más sistemáticos y pormenorizados hasta la fecha. El libro, de hecho, presenta catorce interesantes trabajos inspirados por la etnografía de las infraestructuras desarrollada por Susan Leigh Star, una de las más agudas investigadoras etnográficas de nuestra contemporaneidad, y sus colaboradores. El conjunto de capítulos compilado por Mongili y Pellegrino se abre con un prologo escrito Geof Bowker (a la sazón compañero intelectual y sentimental de la recientemente fallecida S.L. Star) que, de alguna manera, responde a la invocación que ya plantearan de “escuchar las infraestructuras” (Star y Lampland, 2009: pp. 11-13).

Tras ello, el libro se inicia con la erudita y profusa introducción de Mongili y Pellegrino, un interesante trabajo de sistematización de las fuentes y los principales rasgos de esta llamada al estudio etnográfico de las infraestructuras. En este texto introductorio encontramos los principales rasgos de un pensamiento que piensa lo social y lo material no como dos cuestiones separadas, sino entrelazadas en complejos entramados no-coherentes pero extremadamente globalizados, como las infraestructuras de la información. Unos particulares conglomerados que a la vez coordinan y son el efecto de muy diversas tareas y trabajos entre muy diferentes tipos de actores. Pero lo interesante es que no nos encontramos ante una mera re-instanciación del debate marxista sobre la infraestructura como modo de producción que permite fundar estructuras sociales y que es escondido o invisibilizado por formas de super-estructura ideológica. Ni tampoco se trata de un trabajo que destaque lo infrastructural para referirse hiperbólicamente al sustrato permanente y sólido de nuestras prácticas cotidianas.

Más bien, y en relación de difracción con estas otras versiones de la infraestructura, nos encontramos ante una indagación sobre formas sociotécnicas extremadamente complejas, cuya organicidad o sistematicidad es, en muchos casos, puesta en duda empíricamente; cuya topología o forma es mucho más compleja: puesto que funcionan según el momento como totalidades más o menos coherentes. Y para resaltar esta cuestión, no pocos de los trabajos del libro recurren a unos operadores conceptuales (denominados en la jerga de Star “objetos de frontera” o boundary objects) que remiten a cómo se conectan sin mezclar modos distintos y a veces inconmensurables de trabajar, organizarse o pensar en común sin la necesidad de que todos los actores tengan una misma interpretación de la situación en curso. Estos boundary objects actúan, por ende, como operadores para pensar las infraestructuras como un trabajo común entre situaciones y agentes a veces inconmensurables, lugar de frontera entre diferentes sujetos, objetos u objetivos de la acción (entre los capítulos del libro tenemos buenos ejemplos de ello, como los textos de Giacomo Poderi sobre infraestructuras de videojuegos de código abierto, o los de Federico Neresini y Assunta Viteritti y Stefano Crabu, sobre diferentes objetos o mediadores implicados en diversos trabajos de laboratorio).

La principal cuestión que esta sensibilidad plantea, por tanto, es que no sabemos nunca si este o aquel fenómeno opera como un entramado sociomaterial, si se trata o no de una infraestructura, sin llevar a cabo un trabajo minucioso de observación y registro de cómo se trabaja, cómo se piensa, o cómo se articula material y prácticamente la organización del trabajo en común en situaciones concretas, prestando atención a quién hace qué, cómo y a través de qué, así como de qué maneras mostramos y hablamos lo que ahí se hace.

Pero además de ser objetos potencialmente múltiples, uno de los aspectos más importantes analizados por Star y Bowker, y sistematizados y resaltados por Mongili y Pellegrino, es el papel de visibilización e invisibilización, así como la oclusión y la violencia que pueden generar estas formas de concertación de la acción: por lo que hacen o no presente, por cómo mantienen y reproducen diferentes categorizaciones que los convierten en algo que va mucho más allá de dispositivos de “ordenación” o de “sistematización de la información”.

Estos efectos puede fácilmente observarse en la construcción de bases de datos o formularios, ejemplos canónicos de entre los estudiados por Bowker y Star (2000), de lo que da buena cuenta el capítulo de Simona Isabella que analiza en detalle los complejos procesos por medio de los cuales alguien es articulado y tratado como usuario de un servicio en las prácticas de un call-centre, y cómo esto no precede a un ímprobo trabajo documental, de compilación y coordinación de registros que permite y/o limita ciertas formas en las que un servicio opera y se puede relacionar con aquellos a los que llama sus “usuarios”.

Pero esto también ocurre en prácticas de estandarización de los más ínfimos procesos no necesariamente relativos al universo digital, que puede ir desde la horma que se pone a un queso en su fabricación (o el molde de un pastel) hasta el tamaño de los folios o el papel moneda, o las convenciones de tráfico, etc. Un buen ejemplo de estas cuestiones son los protocolos que regulan los procedimientos, tamaños o mecanismos concretos de diseños tecnológicos, como los dispositivos de dispensación automática de medicamentos que Stefan Klein y Stefan Schellhammer analizan en su capítulo para el libro.

Toda esta serie de planteamientos nos ponen en la pista de un buen puñado de trabajos que se liberan de que al decir “infraestructuras” sólo sepamos entender esas cosas que llamamos “grandes sistemas tecnológicos conectados” (la luz, el agua, el gas, internet, etc.). Ese planteamiento ayuda más bien a poner el foco en los diferentes formatos, tentativas y propuestas sociomateriales de “poner orden” (Star y Lampland, 2009: pp. 19-21), pero no asumiendo la máxima modernista de que esto se pueda producir limpiamente, purificando y rompiendo con el caos y el desorden: a veces poner orden supone embarullarlo todo quizá cada vez más.

Me explico. Estos trabajos nos ponen ante el problema de observar cómo se da empíricamente la consecución de un orden, pero a la vez prestando atención a cómo ese orden puede ser más bien un efecto, un resultado de este aglomerado de entidades que nos ejecuta, que nos infra-estructura, que nos dice quiénes somos o quiénes podemos ser. Pero (si es que esto tiene sentido) “por detrás”: y digo esto pensando en cómo las bambalinas de un teatro o el trabajo del apuntador son capaces de sostener una actuación, una dramaturgia (Brisset y Edgeley, 1990; Goffman, 1956).

Y digo “por detrás” porque ese trabajo suele ser “invisible”: la mayor parte de las veces una infraestructura es tal y no un verdadero problemón, porque funciona sin que nos demos cuenta; esto es, porque el trabajo de las personas que la sostienen no se nos hace presente para que eso que hacemos o queremos hacer se nos haga tan fácil o difícil).

Esta sugerencia pone el foco en los modos de interconexión múltiples entre entidades (datos, ideas y dispositivos) que fundan esos órdenes sociomateriales (Mol, 2002). Por si no queda lo suficientemente claro, esta sensibilidad analítica fundada en estudios empíricos de orientación etnográfica   parte del convencimiento de que nuestras sociedades no están hechas de meros lazos humanos cognitivos, intelectuales o afectivos inmateriales: para explicar las complejas formas sociales de nuestra contemporaneidad no podemos asumir que para que vivamos en común la gente tenga que opinar lo mismo, tenga unos mismos hábitos, vaya cogida de la mano hacia el futuro. Y, desde luego, esto nos puede ayudar a entender los complejos efectos y prácticas comunes aunque no-coherentes, múltiples y heterogéneos que produce esa red de interconexión que conocemos como Internet.

Efectivamente no es que no sea interesante pensar en la red eléctrica o en la conexión a Internet, pero lo interesante es cómo se producen, distribuyen y mantienen esas relaciones, esas materias circulantes y quizá cambiantes, esos gigantescos emplazamientos. La pregunta es “qué propuestas de vida concreta nos plantean”. Dicho de otro modo, ¿qué invitación nos hacen para vivir qué vida en qué momentos? Y, por tanto, ayudan a entender por qué y cómo cierta gente desarrolla formas y modos de resistencia específicas ante esas invitaciones infraestructuradoras que son, a su vez, el trabajo por otra infraestructura. Un buen ejemplo de ello lo constituye el fantástico y rico capítulo de Jérôme Denis y David Pontille sobre el mapeo voluntario de rutas ciclistas por parte de usuarios de la plataforma OpenStreetMap: un trabajo que pudiera leerse tanto como unos usuarios parásitos de una plataforma abierta o como formas de parasitación del trabajo de los usuarios por parte de una plataforma abierta, donde unos usuarios son parásitos de otros.

Pero que no sólo permiten fundar otras infraestructuras en su totalidad, sino que en ocasiones estos intentos por producir otros modos sociomateriales de ser-en-el-mundo, de gobernar una ecología relacional de otra manera producen entramados de lo más complejo. Ese carácter complejo y de frontera, así como el estudio de los momentos en los que algo se nos muestra bien como infra-estructura o como sistema de interconexión, a su vez nos obliga a pensar en las capas o el multicapado de las prácticas. De alguna manera podríamos decir que la figura de la infraestructura pensada de este modo re-visita la metáfora del “hojaldrado de lo social” o de “lo social como algo multi-capa” (usada desde hace algunas décadas por el historiador Michel de Certeau o el semiólogo Paolo Fabbri), pero detallando las formas concretas en que se producen solapamientos, imbricaciones, fusiones de capas, pero también bloqueos, pegotes, etc. En el resumen del trabajo de Star y Bowker que de forma precisa realizan Mongili y Pellegrino (pp. xxvi-xxvii) queda patente, por tanto que de estos entramados:

1. Suelen están anidados unos en otros…

2. Se distribuyen asimétricamente o de forma desigual (en su impacto y en sus obligaciones) a lo largo de un entorno social

3. Son relativos a “comunidades de práctica” concretas (esto es, un estándar para una persona o colectivo puede no serlo para otrxs: siempre requieren de una economía o una ecología en torno a cada estándar particular, que le da sentido a cierta forma de interpretar su funcionamiento y puesta en marcha).

4. Deben estar en muchas ocasiones integrados con otros de diferentes organizaciones, países y sistemas técnicos (e.g. los protocolos del e-mail, las normas ISO).

5. Codifican, encarnan o prescriben éticas y valores (a menudo con grandes consecuencias para los individuos). De hecho, una estandarización suele suponer que se quede fuera o se descarte la diversidad ilimitada, “e incluso la limitada” de seres, cosas, características, etc. Este potencial silenciamiento de la otredad que implica la estandarización (aunque no siempre se dé en las formas discursivas históricas en que esto se ha solido dar, como el racismo, el clasismo, el machismo y el capacitismo; los derechos humanos también son una forma, y a veces bastante rígida), dicen, es una elección moral así como práctica (relativa a la forma en que se conforman ecologías informacionales y a cómo se busca distribuir o articular un modo de convivencia).

Aunque quizá, más que el estatismo del hojaldrado, una mejor metáfora, empleada por Star y Lampland (2009: 20-21), es la de la “imbricación”: porque nos habla, dicen, de cosas que funcionan juntas, pero sin necesidad de estar bien consolidadas [uncemented] (implicando esta imbricación una cierta “intercambiabilidad” de las partes que componen una potencial infraestructura, siendo la parte sólida a veces la débil en otros arreglos). Totalidades hechas a veces de retales, pero que vienen de muchos sitios para componer posibilidades y restricciones para la acción.

Esta sensibilidad pone el foco en entramados con escalas muy diversas, que pueden ir desde lo ad hoc y lo incompleto a los sistemas enormemente coordinados. Entramados que fundan órdenes con diferentes grados o formatos de delegación entre entidades y personas. Objetos del análisis etnográfico muy ambivalentes, porque no está claro qué es la infraestructura: incluso hay quien hablar de “infraestructuras químicas” (Murphy, 2013) para dar cuenta de las complejas interacciones con nuestro complejo tejido ecológico-industrial. Y esta ambigüedad, que debe resolverse siempre empíricamente, nos remite más bien al estudio de cómo se fundan o se articulan ciertos órdenes sociomateriales y no otros, en momentos dados, en este momento, aquí, ahora. Para los trabajos de esta sensibilidad compilados en el libro las infraestructuras son un asunto empírico, porque no hay nada como la infraestructura en abstracto. No son exactamente planteadas sustantivamente como un “qué” sino que les interesa más bien plantearse el “cómo” y el “cuándo”: porque son algo que se revela sólo en ocasiones y siempre en momentos específicos.

2. ¿Infraestructuras informacionales? In-formación y política infraestructural del relato

Pero más allá de esta caracterización de la infraestructura la compilación de Mongili y Pellegrino incide con acierto en pensar el carácter particular de unas de estas infraestructuras, las vinculadas con la producción y circulación de información. Aunque su objeto central no es tanto cómo circula la información por infraestructuras ya creadas como el intento por pensar cómo las infraestructuras infra-estructuran la información o, por emplear la etimología resaltada por Latour (2001: p. 215), cómo se da la in-formación: esto es, el libro pone en el foco la puesta en forma, o el constante formateo de nuestras formas de vida que las contemporáneas infraestructuras digitales no sólo han ampliado y profundizado hasta la náusea, sino que, quizá, han hecho explícitas de un modo peculiar.

Lo interesante de esto es que frente a los usos de figuras holísticas de la complejidad, como la metáfora de la red, para explicar el mundo contemporáneo, esta idea no supone pensar en la infraestructura como una “red interconectada de datos”, puesto que lo interesante es cómo se llevan a cabo operaciones que permiten la existencia de “datos”, que remiten a innumerables propuestas y actuaciones destinadas al formateo, validación y circulación de ciertos registros y trazos materiales en el seno de o a causa de dispositivos computacionales más o menos interconectados.

Y lo interesante de este modo de mirar a eso que podríamos llamar infraestrucutras es que quizá las nuevas ecologías informacionales que han extendido y expandido el formateo no hagan sino revelar el carácter informacional por medio del que hasta la cosa más ínfima ha venido siendo articulada como un “material informado” (por utilizar la formulación de Barry, 2005). Es decir, en continuidad con numerosos trabajos de los estudios de la ciencia y la tecnología, que han hecho presente cómo los hechos son producidos por la mediación de determinados registros documentales y formatos de circulación específicos (véase Latour, 1998), el libro hace ver magistralmente cómo con la producción y circulación de capas y registros de información los materiales devienen más ricos o desarrollados.

Permítanme que me detenga en este aspecto, porque creo que es enormemente revelador de qué implica la estrategia descriptiva de la etnografía de la infraestructura que los capítulos compilados por Mongili y Pellegrino ponen encima de la mesa. Mientras que en la manera de entender “la producción de datos” de algunos discursos en torno al Big Data o la Smart city, los “datos” se nos aparecen como algo dado –data, cualidades distales, propiedades externas de las cosas–, pensar los procesos de in-formación supone observar el papel que han cumplido en diferentes ecologías informacionales (no sólo digitales contemporáneas) los dispositivos representacionales más ínfimos –desde pequeñas “tecnologías intelectuales” (como las llamaba Goody, 1985) basadas en papel y lápiz, como una lista de la compra, hasta grandes y complejas construcciones como los archivos coloniales o las bases de datos digitales– así como los regímenes de valoración puestos en pie para validar e interpretar esos registros.

Dicho de otro modo, más que en el resultado o el efecto (los datos) esto supone pensar el trabajo concreto para generar, formatear, validar, mantener entidades en circulación: algo que no siempre lleva a generar seres o entidades que viajan sin modificarse (aunque esto es muy interesante, porque nos lleva a preguntas cada vez más concretas: ¿qué viaja y cómo impacta dónde? ¿cómo se valida y se dota de legitimidad a ese dato circulante, por parte de quiénes y para qué?). Si acaso, lo interesante es que ese trabajo de categorización, catalogación, coordinación y gestión que nuestras condiciones informacionales digitales actuales explicitan o hacen visible, con figuraciones siempre concretas, apunta más bien al ingente  trabajo de crear y recrear las condiciones para que esos datos puedan llegar a ser tales, algo que no podemos dar por descontado.

Pero lo interesante que tienen las infraestructuras de la información analizadas profusamente en los diferentes capítulos del libro es que esto no sólo le sucede a los contenidos que circulan por las infraestructuras de la información, sino a las propias infraestructuras de la información misma, con propiedades en muchas ocasiones “recursivas”: por emplear el vocabulario de Kelty (2008) para resaltar el carácter a la vez de medio y objeto de las actividades de profesionales o activistas del software libre y de código abierto, que tienen como tarea principal trabajar sobre los medios digitales que les permiten seguir existiendo como grupo.

De alguna manera ese carácter recursivo, supone un modo peculiar de desarrollar o ampliar el análisis del “trabajo invisible” del trabajo infraestructural que ya pusiera de relieve S.L. Star (un aspecto crucial de su fundamento en metodologías y prácticas feministas). Es cierto que para que muchas infraestructuras puedan operar como tales puesto debe quedar oculto o invisible su funcionamiento, pero en los análisis de los capítulso del libro, en sintonía con el trabajo de Star, esto es también empleado para hablar de cómo la infraestructura lo es sólo para aquellos que tienen el trabajo de la infraestructura como su principal tarea, así como para hacer patente que ese carácter de algo como infraestructura era un resultado efímero o precario de un trabajo silencioso y permanente (con diferentes grados de reiteración o, mejor, de re-iteración, de intentar mantener en el ser con ciertas frecuencias y ritmos).

Y es aquí donde en el planteamiento de Star y, en buena continuidad con ello de los trabajos de esta compilación, hay un intento programático para las ciencias sociales interesadas por los fenómoenos sociales y materiales contemporáneos. Un programa relativo a la consideración de los efectos de los relatos etnográficos que pueden llegar a producirse. Porque el estudio y visibilización etnográfica de lo que podríamos denominar un “trabajo del trasfondo” –en tanto trabajo invisible que funda lo que vemos como infraestructura sin ver el trabajo que supone–, en muchas ocasiones tiene el efecto de producir lo que Bowker (1994) llama “inversiones infrastructurales”. Este concepto remite al hecho de que se trata de relatos que sitúan en el foco lo no considerado, lo a veces invisible, aburrido y gris que funda nuestros órdenes cotidianos.

Estas inversiones infraestructurales en muchos de los relatos de Star (2002) es producido no sólo mediante el análisis (de lo que dan buena cuenta los trabajos del libro), sino a causa del fallo o el error como aquello que permite de una forma menos costosa evidenciar el trabajo de la infraestructura. Y nos arrojan a analizar el trabajo ímprobo de entender cómo se monta la dramaturgia, cómo se instalan los escenarios para que actuemos, así como qué formas de pre-activar modos de subjetivación, agentes o usuarios para que los ocupen con mayor o menor frecuencia y estabilidad en el tiempo; destinando ingentes esfuerzos a entender cómo todos estos seres “mantienen las formas” (esto es, las formas de relacionarse, ser, conectarse que nos propone cada pequeña e ínfima infraestructura).                   

Pero como la propia Star ha planteado en muy diferentes lugares (Star, 2002; Star y Lampland, 2009), relatar nunca es un ejercicio inocente y puede tener innumerables efectos indeseados. Uno de los aspectos más importantes de ello es que visibilizar ciertos órdenes de ciertas maneras puede abrir también  nuevos caminos a la supervisión y la vigilancia. Por no hablar de que un exceso de visibilización puede saturar y densificar hasta la náusea cuando, como en los escritorios de nuestros ordenadores portátiles pulsamos la opción de “traer todo al frente” en mitad de un día de trabajo intenso. Es decir, no podemos pensar en hacer un uso acrítico de los formatos de visualización y de producción de datos (tampoco los producidos por la propia etnografía), porque en ellos se están labrando ya no sólo maneras de interpretar, sino de articular mundos.

Si la etnografía de la infraestructura implica pensar nuestras infraestructuras e intentar dar cuenta de esos trabajos del trasfondo e invisibles que nos articulan, no podemos olvidar lo que Star y Lampland llamaban “la política infraestructural del relato” (2009: pp. 23-24) y los efectos que producen las inversiones infraestructurales, de colocar en el frontstage lo que suele estar en el backstage (y que en ocasiones por estar velado, o escondido, produce efectos diferentes a si se diera con plena visibilidad, con luz y taquígrafos). Es decir, pensar las infraestructuras no tiene por qué llevarnos a un delirio de la transparencia sin considerar los efectos de este acto de “hacer visible”.

Es en relación a esta política infraestructural del relato, si me apuran, donde el libro compilado por Mogili y Pellegrino tiene quizá la única carencia de un trabajo por lo demás riguroso, iluminador y enormemente recomendable. Y no precisamente porque los trabajos aquí compilados demuestren una obsesión o sensibilidad panóptica o una mirada desde ningún sitio (la complejidad y las finas tesituras situadas dibujadas por los análisis de cada uno de los capítulos nos hablan más bien de lo contrario). Pero la compilación no desarrolla ni coloca en su foco los efectos de los relatos que produce ni cómo pudiéramos experimentar con formatos alternativos de hacer presentes y, por ende, de afectar o intervenir en estas infraestructuras más allá de una narración naturalista, olvidando buena parte de la obsesión infraestructural sobre las condiciones de producción de los propios relatos que, al menos en antropología, trajo consigo el llamado “giro reflexivo” y su atención recursiva a los modos en que son producidos los propios relatos y sus efectos (Clifford y Marcus, 1986; Faubion y Marcus, 2009).

Este reconocimiento del potencial efecto de los relatos producidos en los procesos de in-formación requiere que nos hagamos responsables de qué herramientas de visibilización (por no hablar de otras modalidades sensoriales), evaluación o valoración podemos fundar en nuestros ejercicios narrativos de hacer presente el trabajo de in-formación. Porque no es tan sencillo como poner una cámara, grabar y todo listo. El modo concreto de registrar y de armar el relato también forma parte de esos trabajos de la infra-estructuración (véase Marrero, 2008 para un buen resumen), y como sabemos, con enormes efectos potenciales a veces desastrosos.

Documentar y contar o dar cuenta es un gran quebradero de cabeza: a veces puede registrase en el momento y en otros sólo de forma diferida; no es lo mismo el vídeo que las fotos o el dibujo (pero qué tipo de dibujo, qué planos fotográficos para qué fin); si grabamos, ¿cómo lo hacemos y qué clase de cuestiones nos planteamos sobre de qué maneras circulará eso que hemos tomado de una situación y momento especial? Y luego, ¿qué relato producimos y cómo se comparte? Por no hablar de dónde lo colgamos, porque no es lo mismo un tipo de repositorio que otro, que enmarca y produce .

A pesar de sus múltiples virtudes, el libro a juicio humilde de un servidor no aborda la política infraestructural del relato y las experimentaciones con diferentes modos narrativos. No lo digo como una carencia, sino como un objetivo propuesto para quienes nos interesamos por estas cuestiones, puesto que sigue siendo uno de los grandes retos para la etnografía de la infraestructura: ¿cómo visibilizamos y ponemos en común nuestros relatos sobre las infraestructuras y qué efectos podemos producir sobre ellas? Soy consciente de que el libro tiene una intención más declarativa y descriptiva sobre lo que suponen nuestros complejos mundos informacionales actuales, pero pienso que quizá un desarrollo del mismo pudiera poner en el centro el carácter recursivo para los relatos de la infraestructura.

Y considero que quizá pudiera buscarse inspiración para ello en algunos trabajos de corte más artivista, irónicos y reflexivos sobre las propias condiciones infraestructurales de los relatos digitales, como los desarrollados por Shannon Mattern (2013, 2015) para abordar la representación de las infraestructuras y los complejos entramados mediáticos contemporáneos. Una serie de trabajos que, de alguna manera, desarrollan la preocupación contemporánea por la “poética de las infraestructuras” (Larkin, 2013) –esto es por entender qué construyen o traen a la existencia las infraestructuras– intentando explorar diferentes formatos de la “poética del relato”, diferentes medios y aproximaciones sensoriales para experimentar con formas reflexivas e irónicas sobre los modos en que producimos las “inversiones infraestructurales”; esto es, sobre cómo nuestros relatos también pudieran llegar a in-formar nuevas infraestructuras, o nuevas formas de pensar y relatar infraestructuralmente.

Referencias

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Brissett, D., y Edgley, C., 1990. The Dramaturgical Perspetive. In: D. Brissett y C. Edgley, Eds., Life as theater: a dramaturgical sourcebook. New York: Aldine de Gruyter. pp. 1–46.

Clifford, J., y Marcus, G. E. eds., 1986. Writing Culture. The Poetics and Politics of Ethnography. Berkeley: California University Press.

Faubion, J. D., y Marcus, G. E., eds. 2009. Fieldwork Is Not What It Used to Be: Learning Anthropology’s Method in a Time of Transition. Ithaca, NY: Cornell University Press.

Goffman, E., 1956. The Presentation of Self in Everyday Life. Edinburgh: University of Edinburgh.

Goody, J., 1985. La domesticación del pensamiento salvaje. Madrid: Akal.

Kelty, C. M., 2008. Two Bits: The Cultural Significance of Free Software. Durham, NC: Duke University Press.

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Marrero Guillamón, I., 2008. Luces y sombras. El compromiso en la etnografía. Revista Colombiana de Antropología, 44(I), pp. 95–122.

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Publicado como Criado, T. S. (2016). Pensar infraestructuralmente. INMATERIAL. Diseño, Arte y Sociedad. 1, 1 (jun. 2016), 86–95 | PDF

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