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Experimentar con la colaboración etnográfica, colaborar en experimentos etnográficos

Publicado originalmente en el blog del proyecto de investigación EXPDEM

El presente texto es parte de una reflexión conjunta a lo largo de los últimos meses junto con Adolfo Estalella, que ha cristalizado en el panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment’ para la EASA 2014, abierto a la recepción de propuestas hasta el 27 de febrero de 2014.

Por otro lado, mi inquietud política y epistémica por la experimentación con la colaboración etnográfica o por la colaboración en la experimentos etnográficos está plenamente vinculada a mi participación como etnógrafo/documentador en el proyecto “En torno a la silla”, un pequeño colectivo activista que experimenta con el diseño libre, abierto y colaborativo de productos de apoyo desde la filosofía de la diversidad funcional (mi particular colaboración, asimismo, en los estudios de caso del proyecto EXPDEM); una práctica de aprendizaje que se ha vuelto a su vez un lugar para la exploración reflexiva sobre el “quién puede diseñar” o el “cómo y para quién se diseña”. Para ello nos hemos dotado de algunas infraestructuras digitales colaborativas para el registro y la descripción de las situaciones, extremadamente frágiles, ante las que nos vamos enfrentando para pensar “qué hacemos”, “cómo y para qué lo hacemos” o “hasta dónde podremos seguir” (dada la precariedad de medios), como el blog del proyecto o un documental interactivo en proceso de realización…

2013-06-13 18.54.33

1. El trabajo de campo nunca volverá a ser lo que fue…

¿Y si el trabajo de campo etnográfico ya no tuviera lugar en el campo (con tribus o grupos pequeños)? ¿Y si las personas con las que nos relacionamos ya no fueran “informantes”? ¿Y si no hiciera falta irse a un lugar remoto para documentarlo exhaustivamente, compararlo con nuestra forma de vida y decir algo interesante sobre el mundo que vivimos? ¿Y si quien fuera lejos (geográfica o metafóricamente) y volviera para contarlo no siempre tuviera la razón, ni controlara el relato, porque lo que dice en ese “estuve allí, hice esto, esto es así” circula con cada vez mayor supervisión, ya sea de comités de ética disciplinares o de las propias comunidades con las que se trabajó? ¿Y si lo que investigamos ya no tiene sentido únicamente para ser publicado bien como monografía o como obra audiovisual?

Por si no hubiera suficientes problemas con el ejercicio de la práctica etnográfica (de la que están los libros llenos, véase por ejemplo, el fantástico manual de Guber, 2005), ante muchos de estos dilemas se están enfrentando innumerables etnógrafos. De hecho, desde hace varias décadas se habla exhaustivamente y con profusión de “la crisis reflexiva de la etnografía”, un terremoto anti-exotizante y descolonizador que sacude internamente la disciplina de la antropología, poniendo el acento en los problemas epistémicos y políticos del ethos realista/naturalista del trabajo de campo, cuyos asertos fundan su autoridad en periodos prolongados de “inmersión” (al modo de la observación participante malinowskiana), así como en particulares modos de representación con autoría individual, derivados cientificistas del relato de viajes. Desde entonces, innumerables trabajos han venido sacando a la luz el problema de las retóricas, de los modos de producción de conocimiento, de la interpretación y las múltiples maneras en las que se puede teorizar y componer el relato etnográfico más allá del género naturalista exotizante sobre un pueblo o tribu con autoría individual (Clifford & Marcus, 1986; van Maanen, 1988). Como resultado, y tal y como reza el título de una reciente compilación, “el trabajo de campo ya no es lo que era” (Faubion & Marcus, 2009).

Numerosos trabajos están problematizando estas cuestiones a partir de una reflexión sobre las propias condiciones del trabajo de campo etnográfico en el mundo contemporáneo, considerando los formatos de construcción de objetos de indagación, la localización geográfica de los mismos, así como los formatos de producción de conocimiento que debemos o podemos buscar. Por ejemplo, se habla de llevar el trabajo de campo más allá de la localidad o el lugar único, proponiendo y discutiendo sobre las promesas y problemas de formatos de “etnografía multi-situada o multilocal” (Marcus, 2001; Candea, 2010): respondiendo al intento de capturar objetos etnográficos con escala multi-local, como las nuevas corporaciones transnacionales o las ordenaciones (post)coloniales. Pero, también, de romper con los modos de presentación y producción de conocimiento de la etnografía, realizados en muchas ocasiones al modo de una crítica “externa”, en dos sentidos: sobre la base de un corpus teórico ajeno en muchas ocasiones al lenguaje nativo, hechos por foráneos o extranjeros que llegan y se van, no responsabilizándose en muchas ocasiones por el devenir de lo que ahí ocurre.

Como modo de tomar en consideración los problemas éticos y epistémicos que este tipo de gestos provoca, se ha venido proponiendo que nuestros trabajos etnográficos estén más bien centrados en producir formas de “crítica inmanente”, expresadas en el lenguaje nativo, intentando co-articular los problemas con los del campo para evocar nuevas soluciones (Marcus & Fischer, 1999); pero también se propone como alternativa “repensar la teoría etnográficamente”, no al modo de un nuevo naturalismo, sino intentando convertir los modos epistémicos presentes en nuestros objetos de investigación en aquello desde y con lo que construimos nuestros conceptos y teorizaciones, siempre contingentes y situadas (Henare, Holbraad & Wastell, 2007).

En suma, el campo, según Gupta y Ferguson (1997), se ha venido convirtiendo cada vez más en un “lugar político”, rompiendo con la vieja homología etnográfica entre “lugar geográfico” y “objeto o tema” que obligaba a dar cuenta del pueblo al que se iba a hacer trabajo de campo (siendo la etnografía un ejercicio de “inscribir o relatar un ethnos”, generándose, a su vez, teorizaciones prioritariamente sobre la base del modelo de la tribu o la comunidad). La propuesta de Gupta y Ferguson vendría a ser la re-construcción teórica y metodológica de nuestros objetos de investigación, explicitando la política de nuestras elecciones, así como politizando la forma en la que la llevamos a cabo (Amit, 2000): ya sea por la reflexión sobre la geografía y los modos de producción de conocimiento (esto es, la selección del lugar, el tema y el qué observar; los recortes sobre los materiales y su autoría; las instituciones que promueven y sancionan la veracidad de lo así dicho) como por el intento de que su resultado no sea necesariamente un mero producto académico.

Esto está llevando a la producción de relatos evocativos o detonadores de reflexiones y acciones que tienen por objetivo no sólo describir, sino generar debate sobre sus propias condiciones de producción –centrándose en las condiciones de la producción de verdad y sus limitaciones (Fassin y Bensa, 2008)-, que buscan intervenir o interferir en la obsesión analógica/totalizante del trabajo de campo al modo naturalista (Strathern, 2004), reivindicando la explicitación de los métodos empleados, sus huecos, la parcialidad de su tarea, sus recortes y alteridades –así como su violencia- como algo constitutivo al ejercicio epistémico y político implicado en todo acto de “dar cuenta de” (para una buena intervención en estos debates, véase el texto de Marrero, 2008).

Han corrido ríos de tinta sobre estas cuestiones y no pudiera pretender resumir más que brevemente algunas de sus tensiones. En este escrito, sin embargo, quisiera introducir y animar una reflexión en torno a la promesa metodológica, epistémica y política de uno de los aspectos que han ido ganando más relevancia frente a esta recurrente crisis sobre la producción de conocimiento en la etnografía: el estallido de “la colaboración” como campo experimental de producción de conocimiento y como lugar para dirimir qué se puede decir y cómo, así como quién puede decirlo…

2. El estallido de la colaboración etnográfica y la promesa de una etnografía más abierta/en abierto

 “La colaboración”, por tanto, se nos aparece como nuevo tropo etnográfico a partir del que se está produciendo una de las renovaciones metodológicas más interesantes en este horizonte de crisis: ya sea como tema (las nuevas formas colaborativas del mundo contemporáneo) o como nuevo objeto metodológico de la etnografía (las nuevas formas de colaboración con las personas y colectivos “con los que” investigamos), en tanto que pone el foco prioritariamente en la intervención sobre los formatos de la voz, la autoridad y la autoría etnográfica.

Como comenta con profusión Annelise Riles (2013), la colaboración no es, ni mucho menos, algo nuevo en la etnografía –véase los ejemplos y dilemas éticos planteados por Ruby (1992) en el ámbito de la antropología visual y el documental–, como tampoco lo es en la investigación social (véase el post de Sergi Fàbregues). Pero sí pudiéramos decir que existen situaciones y dinámicas contemporáneas que están produciendo transformaciones colaborativas profundas en el modo de producción contemporánea del conocimiento, que contienen tanto promesas como nuevas condiciones problemáticas sobre cómo llevar a cabo nuestra tarea etnográfica. Buena prueba de esta renovada esperanza depositada en la colaboración son las diferentes contribuciones que inauguraban la interesante revista Collaborative Anthropologies (véase Cook, 2008; Field, 2008; Fluehr-Lobban, 2008; Holmes & Marcus, 2008a; Peacock, 2008; Rappaport, 2008; Reddy, 2008; Schensul, Berg, & Williamson, 2008).

Una de las transformaciones innegables de las que debiéramos dar cuenta sería el estallido del uso de innumerables plataformas digitales para el trabajo colaborativo como nueva infraestructura para el desarrollo de la colaboración etnográfica. De hecho, estas plataformas están siendo analizadas y empleadas en algunos proyectos etnográficos contemporáneos –cómo el trabajo de Kelty et al. (2009) sobre la participación en internet, o el trabajo de Fortun (2012) sobre el asma–, en la medida en que permiten probar y componer diferentes modalidades de la colaboración (Fish et al., 2011), o por emplear las palabras de Adolfo Estalella, en su curso impartido hace escasos días, porque quizá estos métodos y medios digitales nos permitan testear “nuevos prototipos para la investigación social” (métodos siempre en ß, como las versiones del software libre).

Sin duda, la transformación y las posibilidades que estas plataformas digitales pueden ser enormes (para una reflexión más detallada sobre el contenido y el método de estas cuestiones, véase Estalella, 2011): no ya sólo porque estas plataformas pueden llegar a permitir una reconfiguración de la división del trabajo epistémico –más allá de la que distingue o separa a investigadores, de un lado, y sujetos de la investigación, a otro–, permitiendo de diferentes modos la implicación epistémica y la autoría a las propias comunidades con las que se investiga, sino porque también se sitúan en la encrucijada de la economía política del conocimiento contemporánea. Una economía política del conocimiento que afecta no ya sólo a los modos de colaboración o participación, sino que puede llegar a alterar profundamente los modos y los medios en que se registra, documenta y hace circular la información relevante para una indagación, por no hablar de la articulación de formatos de autoría, así como los formatos de sanción de la verdad ahí producidos (más allá de las sanciones puramente disciplinares).

Estas nuevas plataformas digitales colaborativas han generado en algunas personas el interés de llevar a cabo lo que podríamos llamar una etnografía “más abierta” o “más en abierto” (a more open ethnography; nótese que se plantea como una cuestión de grado, no como la posibilidad de una apertura total), puesto que quizá permitan un incremento de la trazabilidad/transparencia/visibilidad de los contenidos y medios a partir de los que pensamos, pero también porque posibilitarían una apertura de las capturas digitales y de ciertos materiales etnográficas para su reinterpretación colectiva: esta es la razón por la que por ellas se hace circular un ideal ético-político de producción colaborativa y en abierto del conocimiento, abriendo la investigación a escrutinio, pero no necesariamente o no sólo de sus materiales (porque habrá algunos que no puedan abrirse), sino de su proceso de articulación; una etnografía que se coloque en un lugar visible, que no esconda su proceso de producción, que busque una suerte de permanente ‘objetivación participante’ (Bourdieu, 2003): una objetivación, una explicitación de los modos en que producimos conocimiento, pero objetivando a su vez los modos e infraestructuras de las que nos dotamos para pensar colaborativamente. Un formato que permitiría que más gente pudiera interpelarnos e intervenir en nuestros procesos de indagación y de pensamiento que introducen, a su vez, nuevos problemas, dilemas y retos éticos (como el creciente registro, localización y trazabilidad de informantes en situaciones problemáticas o comprometidas).

“Lo digital”, por tanto, se nos aparece como un lugar de exploración y de observación, en tanto y en cuanto puede estar siendo el lugar de la más profunda “reconfiguración e innovación de nuestros métodos” (Lury & Wakeford, 2012; Marres, 2012; Ruppert, Law & Savage, 2013). Tal y como lo muestran las innumerables reflexiones sobree el código abierto y la propiedad intelectual de muchas de estas plataformas, con todo el sinfín de discusiones sobre el control y la circulación de la información y de las infraestructuras informacionales que abren (Kelty, 2013; Coleman, 2013), nos hablan de un vector prometedor, pero también de un nuevo lugar comprometido para el desarrollo de nuestras formas etnográficas colaborativas… Sin olvidarnos de las trampas y los agujeros negros de la colaboración, o los compromisos ante los que nos sitúan los fines “extractivos” desarrollados por algunos formatos corporativos (Riles, 2013).

En cualquier caso, esta alteración profunda en el “cómo” y en el “quién” de lo empírico permitida por estas nuevas infraestructuras para la colaboración epistémica no supone necesariamente que las personas formadas en las ciencias sociales dejen de tener importancia, que su entrenamiento y sus prácticas no sean relevantes para la producción de un discurso riguroso y comprometido sobre el mundo, pero que no sólo lo pueden ser “porque sí” y menos “por encima de” las personas sobre, acerca de, junto con las que habla o reporta (más aún cuando las propias infraestructuras de las que nos dotamos para explorar e indagar colaborativamente están llevando a que se distribuyan, valoren y visibilicen las tareas de las que hace gala los etnógrafos –el trabajo analítico e interpretativo, el trabajo documental- permitiendo una pluralización sin límites de los accounts y de los accountants). Pero tampoco suponen necesariamente que la única alternativa posible sea alinearse con la crítica a lo académico o científico tout court que se estila por parte de algunos científicos sociales militantes que, de una manera perfectamente comprensible y razonable, operan desde los márgenes, poniendo sus saberes y sus métodos al servicio de los colectivos desfavorecidos, los movimientos sociales o de grupos subalternos.

Creo que más bien nos situamos ante un horizonte donde los límites entre lo académico y lo profano, entre lo epistémico y lo político pueden ser re-pensados experimentalmente a partir del empleo y exploración de diferentes modos/métodos de colaboración: ese el horizonte prometedor y comprometido (en los dos sentidos del término: de implicación activa y de situación de compromiso), que anima este breve escrito.

3. El reto de las situaciones ‘para-etnográficas’ para el desarrollo de una etnografía como colaboración/experimento

¿Qué puede querer decir experimentar en diferentes prácticas colaborativas? Si importamos al ámbito etnográfico (véase Sánchez Criado y Callén, 2013) las ideas sobre lo que para la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers caracteriza la experimentación –en su caso en las ciencias experimentales- pudiéramos pensar que la principal novedad reside en montar situaciones (en su dimensión híbrida sociomaterial) para dotar a lo que en esa situación emerja del poder de dotarnos del poder de hablar y pensar de nuevas maneras; esto es, un montaje experimental de situaciones para generar “nuevas causas del pensamiento” (Stengers, 2006, 2010): el montaje experimental de dispositivos epistémicos siempre abiertos a nuevas preguntas a partir de lo que ahí surge, basados en intentar advertir la novedad radical de cada forma de colaboración… (Harvey, 2008; Marcus, 2013).

Sin embargo, la preocupación por el desarrollo de estos formatos colaborativos para la etnografía quizá llegue tarde a la escena… O al menos a algunas de ellas. Pienso, por ejemplo, en la escena de las movilizaciones digitales ocurridas en torno a la cultura libre en el estado español (por no hablar de lo ocurrido en el 15M), donde a mi juicio en los últimos años se ha venido viviendo un verdadero estallido de distintas “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido desarrollando e implementando los más diversos métodos y dispositivos colaborativos de experimentación epistémica dirigidos a los más diversos objetos/temas de análisis… hibridando en innumerables ocasiones la exploración científica y la investigación militante (Lafuente, Alonso & Rodríguez, 2013). Un sinfín de grupos o colectivos que han venido rompiendo con los modos tradicionales de investigar y de hacer comunidad, experimentando radicalmente con formatos de colaboración epistémica digital para dotarse de medios compartidos para una exploración colectiva en la que no se termina como se empezó, donde las categorías analíticas son permanentemente puestas en duda, como parte de un ejercicio de “pensar(se)”; pero también donde sus formatos de colaboración no quedan indemnes del ejercicio experimental, como parte de un trabajo permanente de “componer(se)” –siendo uno de los mejores casos para pensar en ello el propio Foro de Vida Independiente y Divertad, una “red de conocimiento emancipador“, en palabras de Antonio Centeno-.

La colaboración etnográfica con estas “comunidades epistémicas experimentales” creo que nos sitúa de una forma específica ante el reto de lo que Holmes y Marcus (2005, 2008b) han venido denominando situaciones “para-etnográficas”: aquellas en las que estamos investigando en entornos con sujetos altamente reflexivos sobre sus propias prácticas, empleando en muchas ocasiones el uso de prácticas, modos, métodos de registro y pensamiento muy similares a los de la propia etnografía, reclamando para sí en ocasiones el monopolio de las interpretaciones sobre sus prácticas. Imaginemos entornos científicos, corporativos o de saberes expertos (como espacios institucionales financieros o empresariales), pero también contextos artísticos o activistas, donde nuestra práctica de investigación etnográfica es permanentemente interpelada como práctica epistémica: ya sea porque el monopolio de la verdad “reside en” nuestros informantes (que no tolerarían o no estarían interesados en considerar ni tan siquiera nuestras interpretaciones, a menos que fueran parte de la propia comunidad), o porque son ellas o ellos el vector de la experimentación y la colaboración (Estalella y Corsín, en prensa; Calzadilla & Marcus, 2006), empleando con sutileza innumerables herramientas y estrategias para la colaboración epistémica para las que en ocasiones no somos más que unos ineptos.

Este tipo de contextos para-etnográficos hacen visible o más explícita una tensión específica sobre la producción de verdad que recorre en estos contextos colaborativos/experimentales contemporáneos. ¿Qué puede querer decir experimentar con la colaboración etnográfica en estos contextos? ¿Qué sentido puede tener en ellos querer proponer una redistribución de la etnografía –una redistribución de la experticia, de los modos de producir conocimiento, de los procedimientos de documentar, de la construcción de preguntas a partir de ciertos cuerpos disciplinares y de preguntas encontradas en el campo– más allá de la academia, convirtiéndola quizá en una herramienta “de código libre”? ¿De qué manera montar nuevas situaciones para pensar colaborativamente en ese tipo de espacios? Y, de forma más importante, ¿cómo experimentar con la colaboración puede ser  un modo de hacer crecer otros formatos para la etnografía?

Quizá el encuentro etnográfico colaborativo como lugar de la experimentación implique una transformación de qué hacemos junto con la gente y cómo, así como en el tipo de productos que tiene sentido que desarrollemos a partir de ello, lo que abre ante nosotros no ya sólo una vía de exploración sobre cómo desarrollar formatos colaborativos, sino de colaboración en la experimentación; siendo el principal reto para ello no sólo emular formatos y métodos de otras prácticas, sino la búsqueda y prueba de un método propio para cada indagación (Riles, 2013), dotándonos de los espacios, tiempos e infraestructuras necesarias para ello. En cualquier caso, sólo una reflexión atenta sobre la práctica con estos nuevos formatos de etnografía como “colaboración/experimento” podrán hacernos ver qué nuevos caminos y limitaciones empíricas puede haber o pueden plantearse para el desarrollo de una etnografía que pudiera ser “más abierta” y “comprometida”…

Referencias

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CfP EASA 2014 | Ethnography as collaboration/experiment

Ethnography as collaboration/experiment

Ethnography as collaboration/experiment

CfP Invited Panel – EASA2014: Collaboration, Intimacy & Revolution

13th EASA Biennial Conference
Collaboration, Intimacy & Revolution – innovation and continuity in an interconnected world
Department of Social and Cultural Anthropology, Estonian Institute of Humanities, Tallinn University, Estonia
31st July – 3rd August, 2014

Convenors

Adolfo Estalella (The University of Manchester)
Tomás Sánchez Criado (Universitat Autònoma de Barcelona)

Abstract

In the past decades, anthropology has shifted from its traditional naturalistic mode with the ‘been-there-done-that’ rhetoric of immersive fieldwork to new modes of ethnographic engagement that have transformed the anthropological project. We would like to focus on a cluster of modes of field engagement that we call ‘collaboration/experiment.’ The articulation of such a mode could be traced back to para-ethnographies carried out in contemporary expert settings where anthropologists find themselves obliged to reconsider the scope of their epistemic practices, the outcomes and types of representation and the kind of relationships they might establish in the field. In those settings, the subjects involved can no longer be treated as ‘informants’ but as ‘collaborators’ in a gesture that surely ‘refunctions ethnography’ (Holmes and Marcus 2005).

Drawing on these insights, we want to invite ethnographic projects developed in artistic, scientific, urban and experimental sites that could describe their ethnographic mode of engagement in experimental and/or collaborative terms (Marcus 2013). We aim to explore what does it mean for an ethnography to be experimental and collaborative? What might the methodological, epistemic and relational transformations of such collaboration/experiments be? How are relations in the field articulated in these collaborative/experimental ethnographies? And finally, how could collaborative experiments in the field make us think of more experimental forms of fieldwork collaboration? We believe that paying attention to the contemporary contours of ethnography as ‘collaboration/experiment’ might offer us the possibility of exploring new conditions for the production of anthropological knowledge.

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Key dates
Call for papers: 27/12/2013-27/02/2014
Registration opens: 10/04/2014
End of early-bird rate: 22/05/2014

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Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora (2): ¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?

Campus de Cebada

[Publicado en el blog Fuera de Clase – Periódico Diagonal]

Podéis descargar el PDF aquí

“Las preguntas, como cualquier otra cosa, se fabrican. Y si no os dejan fabricar vuestras preguntas, con elementos tomados de aquí y de allí, si os las “plantean”, poco tenéis que decir. El arte de construir un problema es muy importante: antes de encontrar una solución, se inventa un problema, una posición de problema”
– Gilles Deleuze y Claire Parnet, Diálogos (2004 [1977]: p.5).

Desde mi anterior post he estado reflexionando cómo continuar y, sobre todo, cómo conseguir explicar un título tan rimbombante. He pensado probar una cosa, contar una anécdota para ver si sirve. Aquí voy: Un día del pasado mes de julio aparecí de rebote, a media tarde y sin saber lo que iba a encontrar, por el Campo de Cebada. Para mi sorpresa, dando una vuelta alrededor del campo de fútbol, me fijé en esa especie de ágora construida con palés que hay en el medio del asunto y vi que bajo una carpa de sábanas con emblemas de los hospitales madrileños (residuos quizá de alguna marea, reconvertidos en toldo para evitar la tórrida puesta de sol), había gente dando una charla con un micrófono. Iba con un colega, hacía un calor espantoso y cogimos una cerveza. Mientras estábamos en la barra, empezamos a prestar más atención. Parecía una charla académica, pero en un escenario que no acababa de pegar. Al ir adentrándonos en el asunto vimos un cartel. Tate, nos habíamos topado con la I Universidad Popular de Verano: Campus de Cebada  funcionando a pleno rendimiento: en aquel lugar había casi 50 personas yendo y viniendo y escuchando charlas de todo tipo con una pasión desenfrenada por el saber que sólo he visto en algunos espacios restringidos, una libido sciendi que creía en extinción, o limitada a algunos, muy pocos, ámbitos circunscritos. ¡La gente se lo pasaba bien y estaba encantada!

Últimamente cada vez que vuelvo por Madrid me pasa un poco igual: no paro de encontrarme con estallidos colectivos de gente discutiendo así, apasionadamente, interesándose por las cosas más peregrinas, por las rayadas más interesantes… y siempre acabo con la piel de gallina. Hedonista como estaba aquella tarde-noche, allí acabé sentado, con sonrisa de idiota… Y fui encontrándome a algunxs amigxs que, quizá como yo se lo habían topado, y también lo estaban pasando en grande. En algún momento tuve una intuición, cogí el móvil y tome una instantánea en mitad de una interesantísima charla sobre el graffiti y la historia de la ciudad. Necesitaba pensar en ello más adelante y necesitaba algún documento que me ayudara a recordar. ¡Aquello  era como un hackeo de un curso de verano de una universidad, con un micrófono que a veces no podía evitar sonar como un megáfono de manifestación! ¡Era como un curso de verano-protesta! Pero lo que más me alucinó, lo que en verdad me puso la piel de gallina (y todavía lo hace) fue darme cuenta de que ¡estaba a petar de gente! Y no dejé de darle vueltas en los días subsiguientes: ¿será porque es gratis, porque es en abierto? El caso es que todo el mundo parecía interesado en aprender y saber de una gran infinidad de cosas y temas, difícilmente abarcables desde una única unidad temática…

No pude evitar ponerme nostálgico al verlo terminar porque uno no quería que eso acabase. Si tuviera los recursos literarios apropiados, intentaría algo como la crónica cronopiesca hecha por Cortázar del concierto de Louis Armstrong, pero esto se lo dejo más bien a nuestra experta musical Marta Morgade. El caso es que ¡ojalá hubiera algo así en cada plaza cada fin de semana, tan bien trabajado y preparado, pero tan natural, ameno y divertido que quedaba el sabor de boca de pensar que quizá si quisiéramos podríamos hacerlo siempre que podamos! Y sobre este tipo de cosas quisiera charlar en este post: me gustaría recuperar algo que, a riesgo de sonar nostálgico y de reificar algo que fue totalmente inasible, muchxs de nosotrxs hemos podido experimentar con cierta asiduidad desde que tuviera lugar aquel delirio performativo que, para entendernos, solemos denominar “lo 15M”: Un verdadero estallido de organizaciones y grupos que debaten a pie de calle con un tempo y un ritmo académico, pero sobre un cartón. Quizá, de hecho, en ellos resida la esperanza para-académica de lo que algún día pudo ser la actividad universitaria. Y quizá por eso hayan sido tan potentes los actos de sacar la universidad a la calle

Pero igual no sabes de qué te hablo: Si en los últimos tres años no has vivido en una cueva afgana soportando bombardeos salvajes de drones, estimadx conciudadanx, no puedo creer que no hayas topado al menos con alguno de estos innumerables grupos o colectivos que buscan las más innumerables maneras de intentar articular teórica y prácticamente “quiénes somos”, “qué nos está pasando”, de discutir “sobre la que se nos ha venido encima” y “qué podemos hacer con ello”. Experiencias difusas y en nebulosa, a veces temporales y momentáneas de “gente normal que hace cosas”, pero consciente de su precariedad y del esfuerzo que requiere poder mantener estas cosas con vida, porque las vive en sus propias carnes. Grupúsculos o grandes masas que se montan sus propios ambientes para crear conocimiento, que se afanan en crear climas de debate y discusión, con una gran hospitalidad para con lo extraño. Toda una verdadera “ecología de las prácticas colectivas” que requeriría de nuestro mejor talento como naturalistas para intentar dar cuenta de ello, para sacarle todo su jugo. De hecho, quizá el mejor inventario sea el que Bernardo Gutiérrez ha venido desarrollando en su intento por catalogar lo que llama “micro-utopías en red” (acerca de lo que ha publicado estas dos entradas: 1 | 2).

Pero pongamos algunos ejemplos: La PAH y las mareas se han configurado en los últimos años como verdaderas plataformas de gestión de conocimientos compartidos, pero no podemos olvidar también el horizonte casi infinito de otros espacios institucionales híbridos como –tirando de los que me vienen a la memoria a bote pronto- Medialab-Prado o Intermediae, colectivos como Zemos98, ColaBoraBora,Nociones comunes, observatorios metropolitanos como los de Madrid y Barcelona o lugares mágicos como el Ateneu Candela, por no hablar de los innumerables colectivos de arquitectura participativa que han brotado como las setas en los últimos años. Y, claro, nadie niega las conexiones y la larga herencia de prácticas de auto-formación, con una dilatada trayectoria en numerosos centros autogestionados, casas ocupadas y grupos activistas (me viene a la memoria, por ejemplo, la Agencia de Asuntos Precarios Todas a Zien; aunque también pudiera detenerme para ejemplificarlo en esta reflexión de Antonio Centeno sobre la experiencia práctica del Foro de Vida Independiente y Divertad como “red de construcción de conocimiento emancipador”, por no hablar de la unión de los dos anteriores colectivos en el precioso experimento “Cojos y precarias haciendo vidas que importan”). Pero el catálogo sería inagotable con sólo pensar en otras tantas experiencias con mucho predicamento en el ámbito del anarquismo(siguiendo quizá la estela de la Escuela Moderna, esa perla inventada en el entorno del controvertido Francesc Ferrer i Guàrdia), pero también en escuelas populares de barrio, asociaciones de vecinos o movimientos de renovación pedagógica… (Gracias a Pilar Cucalón por echar un cable con algunos enlaces en este mar gigantesco).

Pero creo que el estallido reciente y creciente de este tipo de prácticas grupales de conocimiento de las que hablo hay algo específico, que no sólo responde a una necesidad de “formarse o educarse en un curriculum que el estado no quiere que uno tenga”, ni a un juicio sobre la “todavía-no o la lamentablemente-ya-no institucionalización de ciertas prácticas educativas” en escuelas e instituciones públicas (bien porque no existen o porque “ya no nos educan en lo relevante para el mundo actual”, haciéndose “necesario” llevar a las criaturas a que hagan kárate mientras se convierten en makers que hablan inglés y chino imprimiendo sus juguetes DIY con una impresora de extrusión de plástico), sino que creo responde a una crisis más fuerte. O, mejor dicho, que no son sino una respuesta a la conciencia clarividente de una crisis de legitimidad de todas estas instituciones que “no sabían” que esto podía pasar, que “no podían” hacer nada para evitarlo, que “no predecían” lo que iba a ocurrir o que “no querían” contarnos que se lucraban (con el boom crediticio, con la privatización de servicios estatales y ahora con el “decrecimiento económico”). Una crisis de legitimidad que pudiera estar levantando el pavimento de muchas de nuestras actuales instituciones del saber, a las que quizá nos cueste seguir dotando de legitimidad como hasta ahora.

Una crisis que nos lleva a plantear algo así como un “¿y si no me lo creo?”, habida cuenta de la importancia de todo un conjunto de saberes y prácticas que se nos han impuesto en los últimos años al modo silencioso del “discurso experto”: un discurso supuestamente neutral e imparcial, pero cuya vertiente tecnocrática e interesada no hemos dejado de sufrir desde que hemos venido admirando con cara de idiotas la gestión de eso que se ha llamado “crisis” y que ha justificado olvidar la burbuja inmobiliaria, pero también no cuestionar el delirio de formatos de saberes y prácticas de esa otra revolución (la del “Spanish Neocon”) que ha venido rigiendo nuestro diseño urbano, nuestra economía y la gestión de nuestra salud en los últimos años, por no hablar de la educación. Una crisis que nos lleva a sentir que “necesitamos saber” de otros modos para conocer e implicarnos de mejor manera en un mundo cambiante, de límites borrosos, cuyo destino es ampliamente incierto, para articular, por ejemplo,otros modelos de salud, otros modelos de economía, otros modelos de arquitectura o decomponer la ciudad… (no hay más que echar un vistazo a otros blogs que comparten espacio con este, como el de la Fundación de los Comunes).

En suma, a mí estas situaciones, estas experiencias recientes de auto-formación, de juntarse a conversar y hacer, me hablan de algo más: algo que resuena con ese “poder de los ignorantes” sobre el que meditaba Rancière. Cosas como las que presencié aquella tarde-noche en el Campo de Cebada pudieran hacernos pensar en otros formatos, otros modos de relacionarnos con el conocimiento, no desde su cerrazón y gesto altivo, sino desde una actitud experimental, consciente de sus vulnerabilidades y del cuidado ingente que requiere poder mantener en marcha este tipo de estallidos, este tipo de prácticas. Nos habla quizá de una distancia con la Razón tecnocrática, pero de una creciente implicación con los saberes, con la construcción de un conocimiento riguroso aunque experimental y frágil; de toda una serie de gestos menores hechos no para refundar las divisiones y las desigualdades, sino para ponerse a prueba de mil y un modos buscando construir espacios más igualitarios. Nos habla quizá de un aprendizaje del cualquiera, pero del que se siente concernido para emprender otro camino, para ponerse a prueba porque existen cosas ante las cuales no puede permanecer impávido, porque necesita pensar y actuar de otro modo, desde otro eje… Y no me refiero sólo a un aprendizaje puramente intelectual, porque este aprendizaje experimental del cualquiera supone asimismo una puesta en práctica, una articulación de modos y maneras, una experimentación con las pequeñas infraestructuras a través de las que vivimos. Nos hablan, en suma, de la necesidad de una suerte de “descolonización interior” de nuestras propias aberraciones institucionales educativas (como ha venido planteando Mafe repetidas veces en en este blog) disfrazadas de conocimiento válido, que en muchas ocasiones nos impiden abrir nuevos espacios, romper con determinados formatos y prácticas…

Mi intuición, quizá un poco salvaje, es que esta “nueva Ilustración”, por expresarlo al modo de Antonio Lafuente, no sólo la necesitan algunas prácticas de la universidad que acaban con la vida académica fecunda y apasionante que ella alberga (la hay, y mucha, pero podría haber aún más), sino también numerosas otras prácticas dentro de los movimientos sociales que acaban con la experimentación política y la someten al ejercicio estéril de las consignas, como le ocurre a gran parte de la vieja guardia, tan mal equipada para entender, hacerse relevante, actuar y responder ante lo que se nos ha venido encima como esos saberes expertos que nos miran por encima del hombro mientras nos llevan al abismo. Porque esta necesidad de formarnos y de saber no responde al rollo JASP que vuelve (y quizá nos revuelve) continuamente para hablar de “la generación mejor preparada de la historia”, ni a la horrorosa idea de talento asociada, a pesar de que lo mejor que podemos hacer es formarnos, aprender y prepararnos, por ejemplo, para hablar en público (relaxing cup of café con lechemediante). Porque esto no es ni por asomo una cuestión de querer convertir metonímicamente las glorias individuales en orgullo patrio. Sí, necesitamos valorarnos más y conceder más importancia a nuestras aptitudes, pero no de cualquier manera, ni con el modelo de los deportistas de élite: necesitamos valorarnos para saber que podemos enseñarnos unos a otros, que podemos quizá construir colectivamente otros espacios para el saber, otros formatos de sociedad más justa.

Más bien diría que necesitamos entender mejor e insuflar vida a estas experiencias, a estos grupos… A estas, ¿cómo llamarlas? ¿Comunidades de práctica (Lave & Wenger)? ¿Comunidades epistémicas (Akrich)? Aunque creo que quizá pudiéramos darle un nombre que respondiera orgánicamente al timbre, a las propias razones y motivaciones que han llevado a este estallido incontrolado, o tan incontrolable por necesario: ¿por qué no llamarlas, por tanto, comunidades epistémicas experimentales? Experimentales porque la construcción colectiva del conocimiento tiene un carácter “experiencial”, encarnado o basado en lo que nos afecta; pero también experimentales por el afán de experimentación con el qué y cómo podemos pensar, por su estatuto “experimental” y frágil, su carácter en abierto, no constreñido por límites disciplinares o institucionales, prestando atención a esos efectos no previstos que se nos aparecen al montar situaciones que nos interpelan, que crean verdaderos acontecimientos epistémicos colectivos: articulando mecanismos y medios para dotarnos del “poder de hablar de otra manera” (por usar la noción de experimento empleada por la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers); experimentales, en fin, porque a través de ellas nos convertimos en “sujetos experimentales” con y sobre los que se prueba, pero no tanto al modo salvaje de ciertas prácticas de laboratorio al estilo Mengele o de las prácticas económicas neoliberales del shock, sino que quizá a través de ellas podamos aspirar a ser una suerte de “cobayas auto-gestionadas” (cuyo caso quizá más claro lo han venido mostrando diferentes trabajos sobre los movimientos de pacientes con SIDA o elactivismo trans), ensayando en nuestras carnes las posibilidades y límites de nuevos formatos colectivos y más liberadores de pensar y hacer.

Lo que pudiéramos extraer de todo esto y que se me hizo tan vívido aquella tarde-noche en el Campo de Cebada es que necesitamos, ahora más que nunca (en estos tiempos donde todo son choques de expertos alineados y déficits de democracia de origen tecnocrático), seguir construyendo, haciendo proliferar y continuar mimando este tipo de formatos experimentales de conocimiento colectivo “fuera de clase”: esascomunidades epistémicas experimentales que buscan salir de ciertos límites institucionales o morales que nos hemos impuesto, que buscan descolonizar el conocimiento sin perder la potencialidad de construir saberes con rigor para generar mundos mejores. Pero haciendo todo esto sin olvidar la gran cantidad de dificultades que las acechan e intentando, por tanto, articular nuevos formatos de cuidado y mimo para sostener este gran archipiélago de conocimiento que la Razón tecnocrática ignora y que, al hacerlo, lo pone en un grave peligro, revelando nuestra vulnerabilidad…

(Continuará, aunque sólo una vez más…)