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Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora (2): ¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?

Campus de Cebada

[Publicado en el blog Fuera de Clase – Periódico Diagonal]

Podéis descargar el PDF aquí

“Las preguntas, como cualquier otra cosa, se fabrican. Y si no os dejan fabricar vuestras preguntas, con elementos tomados de aquí y de allí, si os las “plantean”, poco tenéis que decir. El arte de construir un problema es muy importante: antes de encontrar una solución, se inventa un problema, una posición de problema”
– Gilles Deleuze y Claire Parnet, Diálogos (2004 [1977]: p.5).

Desde mi anterior post he estado reflexionando cómo continuar y, sobre todo, cómo conseguir explicar un título tan rimbombante. He pensado probar una cosa, contar una anécdota para ver si sirve. Aquí voy: Un día del pasado mes de julio aparecí de rebote, a media tarde y sin saber lo que iba a encontrar, por el Campo de Cebada. Para mi sorpresa, dando una vuelta alrededor del campo de fútbol, me fijé en esa especie de ágora construida con palés que hay en el medio del asunto y vi que bajo una carpa de sábanas con emblemas de los hospitales madrileños (residuos quizá de alguna marea, reconvertidos en toldo para evitar la tórrida puesta de sol), había gente dando una charla con un micrófono. Iba con un colega, hacía un calor espantoso y cogimos una cerveza. Mientras estábamos en la barra, empezamos a prestar más atención. Parecía una charla académica, pero en un escenario que no acababa de pegar. Al ir adentrándonos en el asunto vimos un cartel. Tate, nos habíamos topado con la I Universidad Popular de Verano: Campus de Cebada  funcionando a pleno rendimiento: en aquel lugar había casi 50 personas yendo y viniendo y escuchando charlas de todo tipo con una pasión desenfrenada por el saber que sólo he visto en algunos espacios restringidos, una libido sciendi que creía en extinción, o limitada a algunos, muy pocos, ámbitos circunscritos. ¡La gente se lo pasaba bien y estaba encantada!

Últimamente cada vez que vuelvo por Madrid me pasa un poco igual: no paro de encontrarme con estallidos colectivos de gente discutiendo así, apasionadamente, interesándose por las cosas más peregrinas, por las rayadas más interesantes… y siempre acabo con la piel de gallina. Hedonista como estaba aquella tarde-noche, allí acabé sentado, con sonrisa de idiota… Y fui encontrándome a algunxs amigxs que, quizá como yo se lo habían topado, y también lo estaban pasando en grande. En algún momento tuve una intuición, cogí el móvil y tome una instantánea en mitad de una interesantísima charla sobre el graffiti y la historia de la ciudad. Necesitaba pensar en ello más adelante y necesitaba algún documento que me ayudara a recordar. ¡Aquello  era como un hackeo de un curso de verano de una universidad, con un micrófono que a veces no podía evitar sonar como un megáfono de manifestación! ¡Era como un curso de verano-protesta! Pero lo que más me alucinó, lo que en verdad me puso la piel de gallina (y todavía lo hace) fue darme cuenta de que ¡estaba a petar de gente! Y no dejé de darle vueltas en los días subsiguientes: ¿será porque es gratis, porque es en abierto? El caso es que todo el mundo parecía interesado en aprender y saber de una gran infinidad de cosas y temas, difícilmente abarcables desde una única unidad temática…

No pude evitar ponerme nostálgico al verlo terminar porque uno no quería que eso acabase. Si tuviera los recursos literarios apropiados, intentaría algo como la crónica cronopiesca hecha por Cortázar del concierto de Louis Armstrong, pero esto se lo dejo más bien a nuestra experta musical Marta Morgade. El caso es que ¡ojalá hubiera algo así en cada plaza cada fin de semana, tan bien trabajado y preparado, pero tan natural, ameno y divertido que quedaba el sabor de boca de pensar que quizá si quisiéramos podríamos hacerlo siempre que podamos! Y sobre este tipo de cosas quisiera charlar en este post: me gustaría recuperar algo que, a riesgo de sonar nostálgico y de reificar algo que fue totalmente inasible, muchxs de nosotrxs hemos podido experimentar con cierta asiduidad desde que tuviera lugar aquel delirio performativo que, para entendernos, solemos denominar “lo 15M”: Un verdadero estallido de organizaciones y grupos que debaten a pie de calle con un tempo y un ritmo académico, pero sobre un cartón. Quizá, de hecho, en ellos resida la esperanza para-académica de lo que algún día pudo ser la actividad universitaria. Y quizá por eso hayan sido tan potentes los actos de sacar la universidad a la calle

Pero igual no sabes de qué te hablo: Si en los últimos tres años no has vivido en una cueva afgana soportando bombardeos salvajes de drones, estimadx conciudadanx, no puedo creer que no hayas topado al menos con alguno de estos innumerables grupos o colectivos que buscan las más innumerables maneras de intentar articular teórica y prácticamente “quiénes somos”, “qué nos está pasando”, de discutir “sobre la que se nos ha venido encima” y “qué podemos hacer con ello”. Experiencias difusas y en nebulosa, a veces temporales y momentáneas de “gente normal que hace cosas”, pero consciente de su precariedad y del esfuerzo que requiere poder mantener estas cosas con vida, porque las vive en sus propias carnes. Grupúsculos o grandes masas que se montan sus propios ambientes para crear conocimiento, que se afanan en crear climas de debate y discusión, con una gran hospitalidad para con lo extraño. Toda una verdadera “ecología de las prácticas colectivas” que requeriría de nuestro mejor talento como naturalistas para intentar dar cuenta de ello, para sacarle todo su jugo. De hecho, quizá el mejor inventario sea el que Bernardo Gutiérrez ha venido desarrollando en su intento por catalogar lo que llama “micro-utopías en red” (acerca de lo que ha publicado estas dos entradas: 1 | 2).

Pero pongamos algunos ejemplos: La PAH y las mareas se han configurado en los últimos años como verdaderas plataformas de gestión de conocimientos compartidos, pero no podemos olvidar también el horizonte casi infinito de otros espacios institucionales híbridos como –tirando de los que me vienen a la memoria a bote pronto- Medialab-Prado o Intermediae, colectivos como Zemos98, ColaBoraBora,Nociones comunes, observatorios metropolitanos como los de Madrid y Barcelona o lugares mágicos como el Ateneu Candela, por no hablar de los innumerables colectivos de arquitectura participativa que han brotado como las setas en los últimos años. Y, claro, nadie niega las conexiones y la larga herencia de prácticas de auto-formación, con una dilatada trayectoria en numerosos centros autogestionados, casas ocupadas y grupos activistas (me viene a la memoria, por ejemplo, la Agencia de Asuntos Precarios Todas a Zien; aunque también pudiera detenerme para ejemplificarlo en esta reflexión de Antonio Centeno sobre la experiencia práctica del Foro de Vida Independiente y Divertad como “red de construcción de conocimiento emancipador”, por no hablar de la unión de los dos anteriores colectivos en el precioso experimento “Cojos y precarias haciendo vidas que importan”). Pero el catálogo sería inagotable con sólo pensar en otras tantas experiencias con mucho predicamento en el ámbito del anarquismo(siguiendo quizá la estela de la Escuela Moderna, esa perla inventada en el entorno del controvertido Francesc Ferrer i Guàrdia), pero también en escuelas populares de barrio, asociaciones de vecinos o movimientos de renovación pedagógica… (Gracias a Pilar Cucalón por echar un cable con algunos enlaces en este mar gigantesco).

Pero creo que el estallido reciente y creciente de este tipo de prácticas grupales de conocimiento de las que hablo hay algo específico, que no sólo responde a una necesidad de “formarse o educarse en un curriculum que el estado no quiere que uno tenga”, ni a un juicio sobre la “todavía-no o la lamentablemente-ya-no institucionalización de ciertas prácticas educativas” en escuelas e instituciones públicas (bien porque no existen o porque “ya no nos educan en lo relevante para el mundo actual”, haciéndose “necesario” llevar a las criaturas a que hagan kárate mientras se convierten en makers que hablan inglés y chino imprimiendo sus juguetes DIY con una impresora de extrusión de plástico), sino que creo responde a una crisis más fuerte. O, mejor dicho, que no son sino una respuesta a la conciencia clarividente de una crisis de legitimidad de todas estas instituciones que “no sabían” que esto podía pasar, que “no podían” hacer nada para evitarlo, que “no predecían” lo que iba a ocurrir o que “no querían” contarnos que se lucraban (con el boom crediticio, con la privatización de servicios estatales y ahora con el “decrecimiento económico”). Una crisis de legitimidad que pudiera estar levantando el pavimento de muchas de nuestras actuales instituciones del saber, a las que quizá nos cueste seguir dotando de legitimidad como hasta ahora.

Una crisis que nos lleva a plantear algo así como un “¿y si no me lo creo?”, habida cuenta de la importancia de todo un conjunto de saberes y prácticas que se nos han impuesto en los últimos años al modo silencioso del “discurso experto”: un discurso supuestamente neutral e imparcial, pero cuya vertiente tecnocrática e interesada no hemos dejado de sufrir desde que hemos venido admirando con cara de idiotas la gestión de eso que se ha llamado “crisis” y que ha justificado olvidar la burbuja inmobiliaria, pero también no cuestionar el delirio de formatos de saberes y prácticas de esa otra revolución (la del “Spanish Neocon”) que ha venido rigiendo nuestro diseño urbano, nuestra economía y la gestión de nuestra salud en los últimos años, por no hablar de la educación. Una crisis que nos lleva a sentir que “necesitamos saber” de otros modos para conocer e implicarnos de mejor manera en un mundo cambiante, de límites borrosos, cuyo destino es ampliamente incierto, para articular, por ejemplo,otros modelos de salud, otros modelos de economía, otros modelos de arquitectura o decomponer la ciudad… (no hay más que echar un vistazo a otros blogs que comparten espacio con este, como el de la Fundación de los Comunes).

En suma, a mí estas situaciones, estas experiencias recientes de auto-formación, de juntarse a conversar y hacer, me hablan de algo más: algo que resuena con ese “poder de los ignorantes” sobre el que meditaba Rancière. Cosas como las que presencié aquella tarde-noche en el Campo de Cebada pudieran hacernos pensar en otros formatos, otros modos de relacionarnos con el conocimiento, no desde su cerrazón y gesto altivo, sino desde una actitud experimental, consciente de sus vulnerabilidades y del cuidado ingente que requiere poder mantener en marcha este tipo de estallidos, este tipo de prácticas. Nos habla quizá de una distancia con la Razón tecnocrática, pero de una creciente implicación con los saberes, con la construcción de un conocimiento riguroso aunque experimental y frágil; de toda una serie de gestos menores hechos no para refundar las divisiones y las desigualdades, sino para ponerse a prueba de mil y un modos buscando construir espacios más igualitarios. Nos habla quizá de un aprendizaje del cualquiera, pero del que se siente concernido para emprender otro camino, para ponerse a prueba porque existen cosas ante las cuales no puede permanecer impávido, porque necesita pensar y actuar de otro modo, desde otro eje… Y no me refiero sólo a un aprendizaje puramente intelectual, porque este aprendizaje experimental del cualquiera supone asimismo una puesta en práctica, una articulación de modos y maneras, una experimentación con las pequeñas infraestructuras a través de las que vivimos. Nos hablan, en suma, de la necesidad de una suerte de “descolonización interior” de nuestras propias aberraciones institucionales educativas (como ha venido planteando Mafe repetidas veces en en este blog) disfrazadas de conocimiento válido, que en muchas ocasiones nos impiden abrir nuevos espacios, romper con determinados formatos y prácticas…

Mi intuición, quizá un poco salvaje, es que esta “nueva Ilustración”, por expresarlo al modo de Antonio Lafuente, no sólo la necesitan algunas prácticas de la universidad que acaban con la vida académica fecunda y apasionante que ella alberga (la hay, y mucha, pero podría haber aún más), sino también numerosas otras prácticas dentro de los movimientos sociales que acaban con la experimentación política y la someten al ejercicio estéril de las consignas, como le ocurre a gran parte de la vieja guardia, tan mal equipada para entender, hacerse relevante, actuar y responder ante lo que se nos ha venido encima como esos saberes expertos que nos miran por encima del hombro mientras nos llevan al abismo. Porque esta necesidad de formarnos y de saber no responde al rollo JASP que vuelve (y quizá nos revuelve) continuamente para hablar de “la generación mejor preparada de la historia”, ni a la horrorosa idea de talento asociada, a pesar de que lo mejor que podemos hacer es formarnos, aprender y prepararnos, por ejemplo, para hablar en público (relaxing cup of café con lechemediante). Porque esto no es ni por asomo una cuestión de querer convertir metonímicamente las glorias individuales en orgullo patrio. Sí, necesitamos valorarnos más y conceder más importancia a nuestras aptitudes, pero no de cualquier manera, ni con el modelo de los deportistas de élite: necesitamos valorarnos para saber que podemos enseñarnos unos a otros, que podemos quizá construir colectivamente otros espacios para el saber, otros formatos de sociedad más justa.

Más bien diría que necesitamos entender mejor e insuflar vida a estas experiencias, a estos grupos… A estas, ¿cómo llamarlas? ¿Comunidades de práctica (Lave & Wenger)? ¿Comunidades epistémicas (Akrich)? Aunque creo que quizá pudiéramos darle un nombre que respondiera orgánicamente al timbre, a las propias razones y motivaciones que han llevado a este estallido incontrolado, o tan incontrolable por necesario: ¿por qué no llamarlas, por tanto, comunidades epistémicas experimentales? Experimentales porque la construcción colectiva del conocimiento tiene un carácter “experiencial”, encarnado o basado en lo que nos afecta; pero también experimentales por el afán de experimentación con el qué y cómo podemos pensar, por su estatuto “experimental” y frágil, su carácter en abierto, no constreñido por límites disciplinares o institucionales, prestando atención a esos efectos no previstos que se nos aparecen al montar situaciones que nos interpelan, que crean verdaderos acontecimientos epistémicos colectivos: articulando mecanismos y medios para dotarnos del “poder de hablar de otra manera” (por usar la noción de experimento empleada por la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers); experimentales, en fin, porque a través de ellas nos convertimos en “sujetos experimentales” con y sobre los que se prueba, pero no tanto al modo salvaje de ciertas prácticas de laboratorio al estilo Mengele o de las prácticas económicas neoliberales del shock, sino que quizá a través de ellas podamos aspirar a ser una suerte de “cobayas auto-gestionadas” (cuyo caso quizá más claro lo han venido mostrando diferentes trabajos sobre los movimientos de pacientes con SIDA o elactivismo trans), ensayando en nuestras carnes las posibilidades y límites de nuevos formatos colectivos y más liberadores de pensar y hacer.

Lo que pudiéramos extraer de todo esto y que se me hizo tan vívido aquella tarde-noche en el Campo de Cebada es que necesitamos, ahora más que nunca (en estos tiempos donde todo son choques de expertos alineados y déficits de democracia de origen tecnocrático), seguir construyendo, haciendo proliferar y continuar mimando este tipo de formatos experimentales de conocimiento colectivo “fuera de clase”: esascomunidades epistémicas experimentales que buscan salir de ciertos límites institucionales o morales que nos hemos impuesto, que buscan descolonizar el conocimiento sin perder la potencialidad de construir saberes con rigor para generar mundos mejores. Pero haciendo todo esto sin olvidar la gran cantidad de dificultades que las acechan e intentando, por tanto, articular nuevos formatos de cuidado y mimo para sostener este gran archipiélago de conocimiento que la Razón tecnocrática ignora y que, al hacerlo, lo pone en un grave peligro, revelando nuestra vulnerabilidad…

(Continuará, aunque sólo una vez más…)

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Política material del cuidado

¡NUEVO BLOG!

Una mirada antropológica a la política material del cuidado

Desde 2008, como parte de un trabajo colectivo derivado de diferentes proyectos comencé a recopilar información y materiales en un blog para uso del grupo de investigación en el que colaboraba, que casi convertí en un repositorio de uso personal donde colgaba el material web que me voy encontrando, así como la información semanal que me llega con un ‘tracker’ de noticias. Esto es, un archivo un poco impresionista de cosas que consideraba relevantes para mi trabajo de tesis (centrada en la teleasistencia para personas mayores).

Sin embargo, en mitad del proceso de escritura de mi tesis, y como parte de su consecución, me pregunté ¿y si pusiera todos estos materiales a disposición de los demás, abriendo un espacio para el debate, para la reflexión y encuentro de los ‘tecnoCUIDADanOS‘? De ahí nació la nueva versión de este blog…

¿Por qué ‘tecnoCUIDADanOS’?

Sé que la grafía es horrible y que el concepto suena  abstruso, pero no es menos extraña la idea a la que responde y que, me gustaría defender, pudiera ser de enorme interés.

Pienso que el cuidado está en transición desde hace unas décadas. Y, particularmente se encuentra en un proceso de cambio brutal, o mejor dicho de creciente y constante ‘traducción‘, salpicado cada vez más por la introducción de muy diferentes tecnologías (desde lo que se conoce en el medio como ‘ayudas técnicas’ -bastones, andadores, sillas de ruedas, audífonos, etc.- hasta formas cambiantes de domótica y el diseño accesible/universal, tecnologías de información diversas -teléfonos, móviles, portales web, redes sociales, etc.-, o proyectos de robótica).

Sistemas tecnológicos, dispositivos, aparatos y cacharros de la más diversa índole a los que se destinan ingentes cantidades de dinero público/privado y cuya promoción viene siempre acompañada de grandes loas en las que estas tecnologías aparecen como los heraldos de un cambio en los servicios y prácticas del cuidado: contienen, o eso se dice, promesas de liberación y de transformación del cuidado, o al menos de alivio de parte de sus cargas y problemas para las personas cuidadoras y para quienes reciben el cuidado. Unas tecnologías que, eso se dice, permitirían responder con mayor eficacia a los retos del cuidado ante los imperativos que plantean el cambio demográfico y las transformaciones en la distribución sexual de las tareas de cuidado ‘causadas’ por la incorporación de la mujer a la ‘vida activa’… (aunque la formulación no puede ser más problemática, véase aquí).

Sin embargo, hablamos poco de esto: de la vida cotidiana con todos estos aparatos que han venido poblando y colonizando el mundo cotidiano de muchas personas (de formas crecientes) bajo la égida de un nuevo futuro de ‘mejora de la calidad de vida’ para aquellas personas con situaciones ‘crónicas’. Y, desde luego, muchas de las personas que acaban usando o empleando estas tecnologías no han sido partícipes de su diseño, ni tienen un modo específico de hablar de las mismas. No hay un lenguaje para hablar del ‘tecnocuidado’ más allá de los términos que ponen en nuestra boca los ingenieros, desarrolladores y proveedores de estos servicios. Por no hablar de que en muchas ocasiones se trata de tecnologías propietarias, verdaderas cajas negras incrustadas en nuestras vidas a las que no podemos meterles mano, a riesgo de perder la garantía de los productos, estando los saberes para meterles mano muchas veces protegidos por el secreto industrial.

Servicios pensados para que los usemos como ‘meros receptores’, siendo nuestras necesidades perpetuamente pensadas por otrxs que saben más sobre nuestra vida que nosotrxs mismxs. En ese sentido, diferentes movimientos asociativos críticos con los modelos médico y social de la discapacidad vienen alertando desde hace años de situaciones de ‘doble discriminación’ o de n-ple discriminación por diferentes causas. Y entre ellas está también el modo en que se diseña, comercializa, repara y distribuyen los cacharros, que generan no pocos quebraderos de cabeza (véanse, a modo de ejemplo, los problemas que puede suscitar el diseño de sillas de ruedas y otros muchos aparatos o ‘ayudas técnicas’, como se las llama en el argot, por no hablar de los problemas planteados sobre estos servicios por parte de diferentes activistas).

Pero en la idea hay algo más: abrirnos a la idea de pensarnos como ‘tecnoCUIDADanOS’ es pensar qué política del cuidado queremos y qué formas técnicas/tecnológicas, qué formatos de organización y colectivización del cuidado priorizamos y por qué. La intención es que estos materiales, debates y reflexiones pudieran quizá ayudar a abrir ese espacio de debate a partir de una mirada modesta sobre los cuidados tecnológicos. Pero una mirada atenta a las maneras en que distintas personas diseñan, promocionan, implementan o usan tecnologías para el cuidado de otras o de sí mismas.

Prestar atención a esto quizá nos permita re-pensar qué es la ciudadanía: no ya sólo como una serie de derechos o garantías que pueden reclamar personas que habitan en ciertos contextos institucionales, ampliamente intervenidos por lógicas de gobierno liberal (de entre los cuales al menos hasta ahora podríamos citar servicios de cuidado altamente mediados por tecnologías, subsidiados/financiados total o parcialmente por medio de administraciones públicas, gestionados de forma crecientemente externalizada y cuyo acceso suele venir, cada vez más, mediado por el poder adquisitivo o la renta), sino como algo que pudiera ser re-pensado a través y desde las prácticas de cuidado y sus infraestructuras de servicios/tecnologías. Esto es, desde lo que nos proponen, permiten, impiden y ocultan prácticamente; desde el trabajo de cacharreo que suponen e implican y que, comúnmente, queda doblemente invisibilizado:

“During the twentieth century it was commonly argued that care was other to technology. Care had to do with warmth and love while technology, by contrast, was cold and irrational. Care was nourishing, technology was instrumental. Care overflowed and was impossible to calculate, technology was effective and efficient. Care was a gift, technology made interventions. […] This book sings another song. If we insist on the specificities of caring practices it is on different terms. Rather than furthering purifications, the authors in this book insist on the irreducibility of mixtures. Caring pratices, to start here, include technologies […] If they happen to be helpful then they are all welcome. At the same time, engaging in care is not an innate human capacity or something everyone learns early on by imitating their mother […] Technologies, in their turn, are not as shiny, smooth and instrumental as they may be designed to look. Neither are they either straightforwardly effective on the one hand, or abject failures on the other. Instead they tend to have a variety of effects Some of these are predictable, while others are surprising. Technologies, what is more, do not work or fail in and on themselves. Rather, they depend on care work.

On people willing to adapt their tools to a specific situation while adapting the situation to the tools, on and on, endlessly tinkering” (Mol, Moser & Pols, 2010: pp. 14-15)

– Mol, A., Moser, I., & Pols, J. (2010). Care: putting practice into theory. In A. Mol, I. Moser & J. Pols (Eds.), Care in Practice. On Tinkering in Clinics, Homes and Farms (pp. 7-25). Bielefeld: Transcript.

Una de las preguntas que subyace a esta indagación, por tanto, es: ¿cómo podemos convertirnos, pasar de sujetos cuidados por la tecnología a ser ‘tecnocidanos‘ y qué pudiera implicar esto?

Tecnocidadanos es un neologismo que se forma de la hibridación entre tecnociencia y ciudadanos. Los tecnocidanos son todos esos ciudadanos expertos que proliferan en esta era tecnocientífica. No es sencillo conceptualizarlos, aunque sea muy fácil visualizarlos. Son tecnocidanos, entre otros, los miles de hackers que dominan las TIC (trabajando a favor del software libre y el copyleft), como también todos los ciudadanos cuyas preocupaciones medioambientalistas o sanitarias les han conducido hasta la lectura y discusión competente de temas especializados y hasta muy recientemente reservados al mundo académico. También tenemos otras lecciones que aprender de los movimientos antinucleares de la década de los 60 o de los afectados por el SIDA en los 80. En ambos casos, surgieron ciudadanos que no aceptaron dejar en manos de los expertos asuntos de tanta trascendencia política y social. Aparecieron colectivos que lograron apropiarse del lenguaje técnico y expresar sus inquietudes en unos términos que no pudieran ser ignorados por los propios ingenieros o médicos. Y así es como algunos ciudadanos trataron de compatibilizar la necesidad del rigor con la voluntad de ser solidarios. Mucho se discute acerca de si estas iniciativas son el germen de un nuevo contrato social, basado en ideales comunitaristas, filantrópicos, descentralizados, horizontales, abiertos, como los únicos valores capaces de restaurar en toda su amplitud las nociones de bien común, libre acceso al conocimiento, y gestión coparticipativa en los proyectos.”

–  Antonio Lafuente (2012), “Tecnociudadanía y procomún III. Autoridad expandida

Y, a partir de aquí, quizá podamos articular diferentes versiones de lo que algunos colectivos denominan ‘cUIdadanía‘, una transformación en la idea de ciudadanía a partir del cuidado, por medio de la que se propone:

UNA NUEVA REORGANIZACIÓN SOCIAL DEL CUIDADO, donde:

– Los hombres tomen su parte de responsabilidad y dejen por fin de ser beneficiarios privilegiados de este trabajo y pasen a ser parte activa de este trabajo necesario.

– No seamos nosotras las que nos adaptemos a las exigencias del mercado capitalista conciliando dobles o múltiples jornadas y sin derechos ni garantías sociales y laborales mínimas.

– Debe ser la sociedad en su conjunto (instituciones, empresas, Estado) la que se organice teniendo en cuenta las necesidades y exigencias de la vida, esto es, del cuidado.

Por eso hablamos de crear nuevos derechos de la sociedad del cuidado, DERECHOS DE CUIDADANÍA, para una sociedad que pone el cuidado en el centro y se organiza en función de estas necesidades vitales.

– Agencia de asuntos precarios (2007), “Manifiesto del 8 de marzo de 2007

Espero, por tanto, que este pueda ser un espacio para articular un lenguaje sobre los ‘CUIDADOS’, ‘tecno’, de ‘cUIdadanxs’. Esto es, un espacio para pensar en cómo convertirnos en ‘tecnoCUIDADanOS’, abriendo el debate sobre las diferentes versiones e interpretaciones que pudiéramos darle al imperativo ético que cobija: ‘tecnoCUIDAD’ / ‘tecnoCUIDA…OS’.

Por el momento, todo lo que hay es una apertura personal de la cuestión, una propuesta de materiales y reflexiones derivada de mis proyectos y mis ideas. Pero me gustaría abrir este espacio como un híbrido: museo, archivo y foro de encuentro sobre cualquier forma de cuidado, con cualquier técnica o tecnología.

¿Podrá convertirse este blog en un espacio abierto a diferentes formatos de interrogar qué es eso de la ‘tecnoCUIDAdanía’?