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La infraestructura, o el cuidado y la visibilización de las condiciones materiales de la cultura

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Me han liado (gozosamente) para el Curso de NNCC “Laberinto de pasiones: las condiciones materiales de la cultura” y ¡¡no he podido decir que no!! Se trata de una sesión de debate sobre las infraestructuras, que está planteada de esta manera:

Las infraestructuras que sostienen nuestra vida son el producto de diferentes rumbos históricos y prácticas cotidianas. Desde los discursos que las producen y envuelven, los regímenes de verdad que construyen “el problema” que deben resolver, los saberes especializados que las diseñan y montan físicamente hasta los usos diarios que las modelan y que, a su vez, pueden reproducir los valores que ésas mismas infraestructuras contienen o buscar hackearlas para cambiarlos. Diferentes ecosistemas culturales producen y a la vez se sustentan sobre infraestructuras diferentes. No son las mismas infraestructuras las que sostienen el MACBA de las que sostienen a la editorial Traficantes de Sueños. Ambas contienen un conjunto de relaciones, de discursos y de prácticas sin duda muy diferentes. Ni hablar ya si este enfoque lo llevamos a una escala más micro, viendo cómo las infraestructuras cotidianas, las que usamos, ensamblamos o cambiamos con el uso diario, contienen una cultura ordinaria de alto tonelaje.

Casos de estudio para la sesión:

A partir de las experiencias de todos y todas las asistentes al curso, recopilaremos y analizaremos un conjunto de infraestructuras de las que participamos o formamos parte, sean de carácter profesional, vital o una hibridación entre ambas.

[NOTA: para la sesión práctica utilizaremos los materiales de los capítulos 1 y 2 del libro Take Back the Economy de K. Gibson-Graham & co.]

El asunto tendrá lugar el martes 18 de noviembre 2014 de 19-21 en  la Llibreria La Caníbal (C/Nàpols, 314, Barcelona) y contará también con Carla Boserman haciendo la relatoría gráfica del curso
Además de usar algunos ejemplos de este texto tan interesante de Shannon Mattern sobre el “turismo infraestructural“, me he preparado unos APUNTES a partir de uno de los textos en que se basa y que más me ha ayudado a pensar la etnografía de la infraestructura, a ponerla en el foco y atender a sus prácticas de cuidado (algo que trabajé en mi tesis, centrándome en el trabajo de los técnicos de instalación y mantenimiento de servicios de telecuidado):
Star, S. L. & Lampland, M. (2009). Reckoning with standards. En M. Lampland & S.L. Star (Eds). Standards and Their Stories: How Quantifying, Classifying, and Formalizing Practices Shape Everyday Life (pp.1-34). Ithaca, NY: Cornell University Press.
El texto de Susan Leigh Star y Martha Lampland es para mí una pequeña maravilla, tremendamente evocadora para pensar la infraestructura. Y es por ello que me gustaría intentar compartir aunque sólo sea el rumor que yo escucho en su invocación, en su llamada a “escuchar las infraestructuras” (pp. 11-13), lo que supone en muchas ocasiones ir a sitios, registrar cómo se trabaja, pensar en cómo nos organizamos en común, quién hace qué y cómo, así como de qué maneras debiéramos mostrar lo que ahí se nos aparece. Como estrategia metodológica ellas nos proponen que las infraestructuras sean pensadas desde los estándares. Algo que es enormemente refrescante, porque las infraestructuras, así planteadas, se nos aparecen como algo a veces ínfimo pero crucial, que puede ir desde la horma que se pone a un queso en su fabricación (o el molde de un pastel) hasta el tamaño de los folios o el papel moneda, o las convenciones de tráfico…
Permitidme, por tanto, que intente haceros relevante cómo este modo de pensar puede suponer varias operaciones muy interesantes para dar vidilla a este curso, para intentar entrarle a las infraestructuras como modo de pensar el cuidado y la visibilización de las condiciones materiales de la cultura:
(a) Más que pensar los estándares desde las infraestructuras, me parece que su gran propuesta es pensar las infraestructuras desde “el problema de los estándares” (esto es, desde lo costoso que es implementarlos hasta los efectos a veces desastrosos que estos tienen sobre diferentes formas de vida: los estándares nos ponen en ocasiones en muchos problemas, como he venido observando con detalle a partir de mi participación en En torno a la silla).

Esto nos libera ligeramente de que al decir infraestructuras sólo sepamos entender “esas cosas que llamamos grandes sistemas tecnológicos” conectados (la luz, el agua, el gas, internet, etc.). Su planteamiento nos ayuda más bien a poner el foco en los diferentes formatos, tentativas y propuestas sociomateriales de “poner orden” (pp.19-21), pero no asumiendo la máxima modernista de que esto se pueda producir limpiamente, purificando y rompiendo con el caos y el desorden (a veces poner orden supone embarullarlo todo quizá cada vez más, porque se entra como un elefante en una cacharrería…). Nos ponen ante el problema de observar cómo se da empíricamente la consecución de un orden que nos actúe, que nos infra-estructure, que nos diga quiénes somos, pero (si es que esto tiene sentido) “por detrás” (lo digo pensando en cómo las bambalinas de un teatro o el trabajo del apuntador son capaces de sostener una actuación, una dramaturgia). Y digo “por detrás” porque ese trabajo suele ser “invisible”: la mayor parte de las veces una infraestructura es tal y no un verdadero problemón o un marrón, porque funciona sin que nos demos cuenta; esto es, porque el trabajo de las personas que la sostienen no se nos hace presente para que eso que hacemos o queremos hacer se nos haga tan fácil o difícil).

Esta sugerencia nos ayuda efectivamente a poner el foco en la cuestión de los modos de interconexión entre entidades, datos, ideas y dispositivos que fundan esos órdenes sociomateriales (sí, nuestras sociedades no están hechas de lazos humanos y afectos, de gente cogida de la mano; o al menos no sólo…). Pero al hacer esto no necesariamente tenemos que ponernos grandilocuentes y no hacer otra cosa más que resaltar el estado actual de las cosas de las grandes redes de redes. En ocasiones es más útil poner en el foco lo pequeño: “cómo se infra-estructuró” o “cómo se infra-estructura”.
Efectivamente no es que no sea interesante pensar en la red eléctrica o en la conexión a Internet, pero lo interesante es cómo se producen, distribuyen y mantienen esas relaciones, esas materias circulantes y quizá cambiantes, esos gigantescos emplazamientos… La pregunta es “qué propuestas de vida concreta nos plantean…” Dicho de otro modo, ¿qué invitación nos hacen para vivir qué vida? Y, por tanto, ayudan a entender por qué y cómo cierta gente desarrolla formas y modos de resistencia específicas ante esas invitaciones infraestructuradoras –ese “yo no quiero el casco” del vídeo del juramento curri– (que son, a su vez, el trabajo por otra infraestructura, por otro modo sociomaterial de ser-en-el-mundo, de gobernar una ecología relacional: ya sea auto-generando energía mediante paneles solares o pedaleando como posesos en bicicletas estáticas, instalando una güifi.net, o liándose la manta a la cabeza y volviéndose hacker o maker o faker).

[youtube https://youtu.be/uVzeE5sdL9A]

(b) Creo que esta manera de abordar el problema es interesante, como cuando nos plantean que las infraestructuras tienen escalas muy diversas, así como usos que pueden ir desde lo ad hoc a los sistemas enormemente coordinados (pp.15-16), a pesar de su intrigante carácter siempre incompleto (p.14). O como cuando nos dicen que hay órdenes, grados o formatos de delegación (p.16), porque lo que para una persona es infraestructura es para otra persona el objetivo de su acción (p.17)
Esto hace que las infraestructuras pensadas desde el problema de los estándares sean interesantes para innovar el modo en el que nos relacionamos con “lo técnico”, porque quizá nos liberen de algo que en los modos de pensar la técnica, la modernidad y el conocimiento se ha convertido en ocasiones en un problema: recordemos en cómo se ensalzan de alguna manera los modos “low tech” (siempre calificados de limitados y de pobres, pero a veces también recuperados en perpetuas vueltas a la naturaleza) de los “primitivos” o de los “campesinos” en museos etnográficos, pero también en los miedos y grandes esperanzas que desatan las megamáquinas o ciertas formas de lo “hi tech” (ensalzados a su vez en centros de innovación y museos de la tecnología).
De hecho, las infraestructuras quizá sean una forma de pensar genuinamente no-moderna, pero no porque repliquen las ideas de pensadores como Latour y compañía (aunque se den en su vecindad), sino porque para SL Star y M Lampland no está claro qué es la infraestructura (incluso hay quien hablar de las infraestructuras químicas de nuestro entorno industrial). Y esta ambigüedad, que debe resolverse siempre empíricamente, nos remite más bien al estudio de cómo se fundan o se articulan ciertos órdenes sociomateriales y no otros, en momentos dados, en este momento, aquí, ahora. Repito, las infraestructuras no son “esas cosas que solemos llamar infraestructuras” y que solemos entender como la base instalada de nuestro mundo, lo que no ponemos en duda y damos por descontado (agua, gas, luz, circulación de bienes, etc.). No, las infraestructuras para ellas son un asunto empírico porque no hay nada como la infraestructura en abstracto. No son exactamente planteadas sustantivamente como un “qué” sino que les interesa más bien plantearse el “cómo” y el “cuándo”: porque son algo que se revela sólo en ocasiones y siempre en momentos específicos. El reto de los estándares según nos plantean SL Star y M Lampland es el reto del orden en el sentido de “encontrar un camino”, porque más allá de un modo incierto y cambiante de tener un “principio de ordenación” (que puede ser algo tan “sencillo” como un “vamos por aquí”) el asunto es cómo te las compones para actuar en un mar de transformaciones…
Como decía antes, atendiendo a la importancia de centrarse en estudiar los “trabajos invisibles” (un aspecto crucial de su fundamento en metodologías y prácticas feministas), queda patente su funcionamiento oculto o invisible, resultado efímero o precario de un trabajo silencioso y permanente (con diferentes grados de reiteración o, mejor, de re-iteración, de intentar mantener en el ser con ciertas frecuencias y ritmos). Muchas veces esto requiere de un trabajo que permite que las cosas funcionen de una manera sin que se vea la maquinaria de esa manera de funcionar. Permitidme que me ponga poético y le llame a esto “un trabajo del trasfondo”. Pero no un trabajo de lo profundo (como si fuera algo sesudo e indiscernible, algo oculto y que nunca alcanzaremos por ser trascendental), sino más bien de articular un contexto –en el sentido de con-texto, esto es como un “tejer-con”–, conectando-separando y generando efectos fondo-forma: como los que se pueden ver a través del análisis de las relaciones en torno a la puerta batiente vinculando la cocina donde trabajaba el personal de raza negra para el comedor del hotel de lujo que observaba Goffman en su “La presentación de la persona en la vida cotidiana”. Esto es, modos de demarcar qué es el backstage y qué el frontstage de la acción en curso (con todos sus efectos políticos implicados).
Y es aquí donde en el planteamiento de SL Star y M Lampland hay un programa político para las ciencias sociales y los relatos etnográficos que pueden llegar a fabricar, o para entender las “condiciones materiales de la cultura”. Porque el estudio de ese trabajo del trasfondo, de ese trabajo invisible en muchas ocasiones tiene el efecto de producir lo que ellas llaman inversión infrastructural (p.17): sitúan en el foco lo aburrido y gris que funda nuestros órdenes cotidianos. Y por ello nos arrojan a analizar el trabajo ímprobo de entender cómo se monta la dramaturgia, cómo se instalan los escenarios para que actuemos, así como qué formas de pre-activar modos de subjetivación, agentes o usuarios para que los ocupen con mayor o menor frecuencia y estabilidad en el tiempo; destinando ingentes esfuerzos a entender cómo todos estos seres “mantienen las formas” (esto es, las formas de relacionarse, ser, conectarse que nos propone cada pequeña e ínfima infraestructura). Pero eso también implica analizar y desmenuzar los modos de supervisar, con mayor o menor frecuencia, la infraestructura de esos escenarios sociales, como un batallón de técnicos de mantenimiento o cuidadoras (en la mayor parte de ocasiones muy pobremente pagadas por su propia invisibilidad) que asisten “por detrás” a poner y reponer un orden dado.
Esto tiene efectos sobre el dónde y cómo miramos u observamos y registramos, porque la extrañeza de la infraestructura es del orden de lo infra-ordinario (p.18), situando la catástrofe, el fallo o el malentendido como la unidad de análisis de la observación (p.15). El problema de nuestras infraestructuras es que, salvo que hagamos enormes esfuerzos para visibilizarlas, lo que nos permite decir algo sobre cómo funcionan muchas de estas profesiones o trabajos colectivos de la infra-estructuración es cuándo las cosas cascan o dejan de funcionar.
Por ello es tan importante la etnografía de la infraestructura o el turismo infraestructural y sus relatos sobre el trabajo del trasfondo. Porque es una manera de pensar en nuestras condiciones materiales de la cultura de modo muy parecido a como pensaríamos las condiciones materiales de los soportes de nuestra existencia. Esto, en la línea de los trabajos feministas que ponen el foco en la invisibilidad de la reproducción antes que en la espectacularidad de la producción de los órdenes sociales es, directamente, un ataque en la línea de flotación de la economía política marxista (y su idea de que la infraestructura en tanto que modo de producción es la que condiciona las instituciones sociales y las ideologías -o superestructuras– que se montan sobre ellas para legitimarlas). Pero esto se hace sin olvidar o, quizá mejor dicho, no queriendo dejar de vindicar cuando lo merezca a lxs trabfajadorxs invisibles de los diferentes entramados que articulan nuestros mundos cotidianos de otra manera: cuidadoras o técnicos de mantenimiento, pero también activistas, arquitectas, manitas, chapuzas, etc.
Este reconocimiento, sin embargo, necesita que consideremos profundamente qué herramientas de visibilización, evaluación o valoración podemos fundar para otorgar ese reconocimiento de estos trabajadores y trabajadoras de lo cotidiano. Porque no es tan sencillo como poner una cámara, enchufar el streaming y todo listo. El modo concreto de visibilizar también forma parte de esos trabajos de la infra-estructuración, y como sabemos, con enormes efectos potenciales (a veces desastrosos) para esos trabajos visibilizados… (volveré sobre esto al final).
(c) Permitidme que intente incidir en la idea radical para pensar nuestra cultura que creo que introduce esto: pensar en la in-formación (esto es, que nuestra cultura es puesta en forma, o constantemente formateada por los modos en que infraestructuramos). Star & Lampland nos llevan a pensar que incluso en la más mundana de las infra-estructuras existen efectos relacionales e informacionales sobre los seres ahí infraestructurados. Pero, nuevamente, si pensamos en el trabajo del trasfondo, esto remite a pensar no tanto la información como dato que circula, sino como “in-formación”: como propuesta de formateo o de dar y tomar forma, bien intentando “dar forma a lo que se nos aparece como informe” o “interviniendo unas formas desde otras”. Esto no supone pensar únicamente que toda infraestructura sea una “infraestructura de datos”, puesto que lo interesante es cómo se llevan a cabo operaciones que permiten la existencia de “datos”, que remiten a innumerables propuestas y actuaciones destinadas al formateo. Y lo fresco de esto es que quizá las nuevas ecologías informacionales que han extendido y expandido el formateo no hagan sino revelar el carácter informacional por medio del que hasta la cosa más ínfima ha venido siendo articulada como un “material informado.
Y dejadme que me detenga en este aspecto, porque creo que es enormemente revelador de qué implica la estrategia descriptiva y narrativa de las “inversiones infraestructurales”. Mientras que en la manera de entender “los datos” típica en los estudios de, por ejemplo, el Big Data estos se nos aparecen como cualidades distales, propiedades externas de las cosas, pensar las infraestructuras desde los estándares supone observar las diferentes ecologías informacionales (que a veces no son digitales) y cómo articulan “de forma interior” nuestros mundos más cotidianos (pensemos en toda la cantidad de dispositivos representacionales ínfimos, desde pequeñas “tecnologías intelectuales” basadas en papel y lápiz –como una lista de la compra- hasta las grandes construcciones que implican “cortinas de objetos” desde las que miramos el mundo, como hubiera dicho con una formulación un poco arcaica a estas alturas André Leroi-Gourhan).

Dicho de otro modo, más que en el resultado de la estandarización (los datos) pensemos el trabajo concreto para intentar formatearlos y mantenerlos: algo que no siempre lleva a generar esos seres o entidades que viajan sin modificarse (aunque esto es muy interesante, porque nos lleva a preguntas cada vez más concretas: ¿qué viaja y cómo impacta dónde? ¿cómo se valida y se dota de legitimidad a ese dato circulante, por parte de quiénes y para qué?). Si acaso, lo interesante es que ese trabajo de categorización, catalogación, coordinación y gestión que nuestras condiciones informacionales digitales actuales explicitan o hacen visible, con figuraciones siempre concretas, apunta más bien al ingente  trabajo de crear y recrear las condiciones mínimas de ciertos hábitats, a través de sentar las bases de un hábito que habilite habitantes (por apropiarme la formulación de JL Pardo en “Las formas de la exterioridad”), aunque esto no siempre se consigue. Poniéndome pedante podría decir que esta manera de pensar la infraestructura extrae, creo, lo más relevante de la idea heideggeriana de pensar los sistemas sociotécnicos como “estructuras de emplazamiento” o como formas de “co-locar”, como a veces traduce Félix Duque la idea de la GeStell: esto es, de traer a la presencia las cosas en un modo específico, o de “emplazarlas”…

Esto es, cómo configuremos el proceso de construir y hacer circular la forma no es baladí, y tiene efectos sobre cómo y qué podemos ser. Toda esta densidad teórica sólo para intentar decir que no podemos pensar en hacer un uso acrítico de los formatos de visualización y de producción de datos, porque en ellos se están labrando ya no sólo maneras de interpretar, sino de articular mundos.
(d) Este carácter informado o informacional de la infra-estructura, a su vez, nos abre a un aspecto que considero crucial en este argumento: nos obliga a pensar en las capas o el multicapado de las prácticas culturales… De alguna manera podríamos decir que la figura de la infraestructura tal y como la tratan SL Star y M Lampland re-visita la metáfora del “hojaldrado de lo social” o de “lo social como algo multi-capa” usada por diferente autores como Michel de Certeau o Paolo Fabbri, pero detallando las formas concretas en que se producen solapamientos, imbricaciones, fusiones de capas, pero también bloqueos, pegotes, etc. Desarrollando esto plantean (pp.4-9) que los estándares (que pueden ir desde recetas de cómo hacer, hasta certificaciones de calidad, pasando por convenciones sobre cómo organizarse en un grupo de amigxs o sistemas de clasificación que gobiernan prácticas sociales como la provisión de energía y las telecomunicaciones) tienen estas caracterizaciones:
1. Suelen están anidados unos en otros…
2. Se distribuyen asimétricamente o de forma desigual (en su impacto y en sus obligaciones) a lo largo de un entorno social
3. Son relativos a “comunidades de práctica” concretas (esto es, un estándar para una persona o colectivo puede no serlo para otrxs: siempre requieren de una economía o una ecología en torno a cada estándar particular, que le da sentido a cierta forma de interpretar su funcionamiento y puesta en marcha –p.7–)
4. Deben estar en muchas ocasiones integrados con otros de diferentes organizaciones, países y sistemas técnicos… (e.g. los protocolos del e-mail, las normas ISO)
5. Codifican, encarnan o prescriben éticas y valores (a menudo con grandes consecuencias para los individuos). De hecho, una estandarización suele suponer que se quede fuera o se descarte (screen out, p.8) la diversidad ilimitada, “e incluso la limitada” de seres, cosas, características, etc. Este potencial silenciamiento de la otredad que implica la estandarización (aunque no siempre se dé en las formas discursivas históricas en que esto se ha solido dar, como el racismo, el clasismo, el machismo y el capacitismo; los derechos humanos también son una forma, y a veces bastante rígida…), dicen, es una elección moral así como práctica (relativa a la forma en que se conforman ecologías informacionales y a cómo se busca distribuir o articular un modo de convivencia).
Aunque quizá, más que el estatismo del hojaldrado, la metáfora que emplean SL Star y M Lampland (pp. 20-21) es la de la “imbricación”: porque nos habla, dicen, de cosas que funcionan juntas, pero sin necesidad de estar bien consolidadas [uncemented] (implicando esta imbricación una cierta “intercambiabilidad” de las partes que componen un estándar, siendo la parte sólida a veces la débil en otros arreglos). Totalidades hechas a veces de retales, pero que vienen de muchos sitios para componer posibilidades y restricciones para la acción…
(e) En cualquier caso, y por ir cerrando, antes de abrir la dinámica a pensar nuestras infraestructuras y cómo intentar dar cuenta de esos trabajos del trasfondo e invisibles que nos articulan, quisiera plantear una cuestión importante, relativa a cómo hacer esto de un modo cuidadoso y respetuoso. Algo que podríamos denominar “la política infraestructural del relato” (pp.23-24) y los efectos que producen las inversiones infraestructurales, de colocar en el frontstage lo que suele estar en el backstage (y que en ocasiones por estar velado, o escondido, produce efectos diferentes a si se diera con plena visibilidad, con luz y taquígrafos). Es decir, pensar las infraestructuras no tiene por qué llevarnos a un delirio de la transparencia sin considerar los efectos de este acto de “hacer visible”.
Uno de los aspectos más importantes de ello es que visibilizar ciertos órdenes de ciertas maneras puede abrir nuevos caminos a la supervisión y la vigilancia también (un buen ejemplo de los problemas de esto lo tenéis aquí). También la visibilización puede saturar y densificar hasta la náusea cuando, como en los escritorios de nuestros ordenadores portátiles pulsamos la opción de “traer todo al frente” en mitad de un día de trabajo intenso… Visibilizar de forma cuidadosa, por tanto, debiera alejarnos de formatos universalizantes de relatar, narrar o contar “lo que ahí pasa”. Porque quizá con ellos perdamos las características locales que están implicadas en proyectos de estandarización concretos, o alteremos las formas de socialidad que nos plantean (para bien o para mal). Por tanto, quisiera poder discutir con vosotrxs no sólo el interés de esta noción de la que ya os he hablado demasiado, sino ¿cómo visibilizamos y ponemos en común nuestras infraestructuras de formas cuidadosas para vosotrxs?
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Somatografías y tecnocuidados (cuerpos y espacios) | Conferencia en BAT

UrbanBAT

El próximo miércoles 29 de octubre a las 18h tendré el honor de participar en las videoconferencias de #BAT_invisibles hablando sobre ciudad, somatografía y tecno-cuidados.

Toda la información en la página web del evento

El evento es abierto y tendrá lugar en Kulturbasque Bizkaia Areteoa, (Avda Abandoibarra, 3 Bilbao). También puedes participar digitalmente desde esta web Podrás seguir en directo el streaming y participar con preguntas y comentarios en directo. Durante la sesión tambien estaremos atentos a todos los tweets con el hashtag #BAT_invisibles.

Somatografía y Tecnocuidados

Históricamente las ciudades han sido configuradas siguiendo patrones excluyentes que no atienden a las necesidades y características de todas las personas que viven en ellas. Patrones diseñados por una minoría que ejercen un poder sobre el resto, y que disciplinan y normalizan la vida desde aspectos económicos, políticos, físicos, de género, sociales…

Como resultado, aquellos cuerpos, aquellas realidades que no encajan quedan excluidas de la ciudad. Invisibilizadas y consideradas como inferiores o indeseables y, por consiguiente, tratadas como tal.

En la sesión de este miércoles hablaremos con Tomás de cuerpos excluidos e invisibilizados, de resistencias y autonomías, y de cómo construir una ciudad inclusiva con los cuerpos diversos. Él nos aportará su visión y experiencia desde su estudio sobre los cuidados tecnológicos y desde su participación en el colectivo “En torno a la silla” (estrechamente vinculado al “Foro De Vida Independiente” y a la comisión de diversidad funcional 15M de Pl. Catalunya).

Tomás Sánchez Criado es antropólogo social especializado en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. En los últimos 8 años ha venido estudiando etnográficamente la política material del cuidado, analizando las promesas y retos de distintos proyectos de innovación en el auto-cuidado, ya sean amparados institucionalmente o comunitarios (p.ej. teleasistencia domiciliaria, accesibilidad urbana y ayudas técnicas de bajo coste para la vida independiente). Actualmente es profesor e investigador en la Universitat Oberta de Catalunya.

Aquí podéis acceder al vídeo y al storify

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=TRqIvB6XmRE]

Storify

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The Radicalisation of Care: Practices, Politics & Infrastructures | 19 & 20 NOV 2014, Barcelona

Radicalisation of care

Daniel López, Israel Rodríguez Giralt and I have the honour of hosting the workshop “The radicalisation of care: Practices, Politics and Infrastructures” | #radicare
19 & 20 November 2014 | Barcelona, Open University of Catalonia

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¿Cuidar a través del diseño? Presentación en Objetologías

Post originalmente publicado en “En torno a la silla

BAU Objetologías

El pasado 17 de junio Alida, Marga y yo presentamos en BAU en la I Jornada de Objetologias: la materia contraataca

En nuestra presentación reflexionamos sobre los retos de la diversidad funcional para el diseño y cómo pensar éste desde una ética del cuidado.

Relatograma Objetologías

Además del relatograma de Carla os dejamos por aquí el texto en PDF y la presentación que lo acompaña (con fotos y dibujos)

– “¿Cuidar a través del diseño? Cacharrear como una manera de hacer sitio a una vida independiente y más en común” (Marga Alonso, Alida Díaz y Tomás Sánchez Criado)

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¿Una vida fuera de catálogo? La transformación colaborativa del mercado de ayudas técnicas

Publicado originalmente en el blog del proyecto de investigación EXPDEM (2014)

Maquetado y publicado como PDF para la exposición REHOGAR 7 · Diseño Abierto y Reutilización comisariada por MAKEA en Barcelona (2015)

“Feria de objetos” Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY
“Feria de objetos” Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY

Agradecimientos: Por este texto hablan muchas bocas (ninguna de las cuales responsable de lo que aquí se dice) y en él se plantean posiciones que no he descubierto solo, sino como parte de una práctica colectiva a lo largo de los últimos dos años. Vaya por delante, por tanto, mi reconocimiento al resto de compañeras vinculadas a “En torno a la silla”, la OVI de Barcelona y al proyecto EXPDEM, así como un agradecimiento a otras personas con quienes he aprendido a pensar un poco mejor sobre estas cuestiones, entre otras: Alma Orozco, Carlos Tomás, lxs compas de la Comisión de Diversidad Funcional Madrid Sol, Javier Romañach, Joaquim Fonoll, Marcos Cereceda, Mario Toboso, Montserrat García y Soledad Arnau.

Para una versión del texto (sin imágenes) pinchar AQUÍ

Licencia CC BY-NC-ND

Para cualquier comentario: @tscriado

Preámbulo: #primaveracacharrera

El pasado 7 de junio tuvo lugar en Barcelona la Primavera Cacharrera, un evento organizado por “En torno a la silla” junto con otros colectivos vinculados a la diversidad funcional, así como en relación estrecha con diversos talleres/grupos de Can Batlló. Se trataba de un evento que buscaba visibilizar y mostrar la innovación cacharrera del colectivo de personas con diversidad funcional: “un motor de innovación oculta”, por emplear los términos de Mario Toboso. En el mismo se podían ver toda esa serie de aparatos, apaños y arreglos de bajo coste o de diseño libre y abierto a partir de los que las personas con diversidad funcional buscan hacerse la vida más a medida, con un estilo propio, diferente del de la industria tecnológica con planteamientos capacitistas: bien con su estética hospitalaria y rehabilitadora para reconstruir y hacer presentables cuerpos carentes… (Ott, 2002), o haciendo primar el “que no se note”.

En la Primavera Cacharrera se trataba, por tanto, de compartir “toda esa otra innovación”, esos cacharros para apañárselas, para auto-cuidarse y seguir haciendo de su vida un proyecto no sólo de supervivencia, sino de goce y disfrute con otras personas. Y así se fueron sucediendo una tras otra 17 presentaciones de las cosas más diversas, con sus diferentes grados de complejidad y singularidad: cubiertos adaptados, manos protésicas hechas con impresora 3D, botes para el almacenamiento de orina en viajes, rampas portátiles, prótesis sexuales para cuerpos diversos, guías para hacer asambleas accesibles, apps para móviles que marcan la in/accesibilidad de los lugares, una idea para grúa de transferencia entre la silla y otros espacios como la cama, mesas adaptadas a las sillas, etc.

“Cacharros presentados” Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY

Pero también era un evento para fundar alianzas entre creadoras, cacharreros, chapucillas y usuarios: la puesta en común final sirvió para poder pensar en la posibilidad de fabricar de otra manera, para auto-gestionar ya no sólo la asistencia personal, sino toda esa cacharrería “a través de la cual” viven estos colectivos. Lo que ahí ocurrió puso en evidencia, como alguna de las personas asistentes dijeron, los límites del catálogo actual puesto que en ese evento se estaba poniendo de manifiesto “otro tipo de catálogo” (planteando como uno de los horizontes o asuntos importantes cómo afrontar la catalogación y muestra de estos diferentes inventos).

En este pequeño texto quisiera llevar esa interpretación hasta sus últimas consecuencias, hablando de cómo considero que en estas redes se pudiera estar tejiendo una vida “por fuera” (aunque no necesariamente contra o al margen, sino más bien en paralelo) del catálogo de productos ortoprotésicos del estado. Quisiera, por tanto, poner en el foco de qué manera esas pequeñas cosas, aparentemente inofensivas, que allí vimos pudieran apuntar hacia una gran transformación colaborativa de los mercados de ayudas técnicas, con todos sus efectos. Por ello, aquí quisiera plantear una panorámica de algunas tensiones, promesas y posibilidades que están sufriendo los mercados de ayudas técnicas con el advenimiento de la crisis y los recortes sociales a partir de intervenir colaborativamente sus formatos de producción, así como su distribución por circuitos oficiales e informales en el estado español.

1. Introducción: Una vida de catálogo (garantizada, estandarizada, subvencionada)

Pero antes de nada, hablemos del telón de fondo contra el que surgen estas cuestiones. Hablemos, por tanto, del sistema de provisión de servicios con el que han venido funcionando tanto la administración estatal (p.ej. el Catálogo ortoprotésico del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad de 2011), como administraciones regionales (p.ej. el Catàleg de prestacions ortoprotètiques a càrrec del Servei Català de la Salut) o ciertas y singulares instituciones para/peri-estatales (p.ej. el catálogo tiflotecnológico de la ONCE). Ese catálogo del que hablo pudiera ser pensado como las “carteras de servicios” gestionadas por alguna de las administraciones a diferentes escalas (según la región o el lugar), que establecen procedimientos para que proveedores privados incluyan sus productos en un catálogo público, que va siendo actualizado periódicamente (tal y como queda reflejado en el Real Decreto 1030/2006, de 15 de septiembre, por el que se establece la cartera de servicios comunes del Sistema Nacional de Salud y el procedimiento para su actualización), y que se hacen disponibles para determinado tipo de usuarios (y no otros) mediante diferentes procedimientos de selección, que suelen ir vinculados a la ciudadanía y el empadronamiento o a la situación laboral. Estos catálogos se han ido ampliando y han ido cobrando una importancia enorme en los últimos años, puesto que en ellos se entendía residía una de las promesas de intervención sobre la “crisis de los cuidados”, junto con la promoción de otros muchos servicios de rehabilitación o apuntalamiento de las condiciones de auto-cuidado, apareciendo muchos de estos aparatos vinculados a nuevos universos conceptuales relacionados con la autonomía personal o vida independiente.

¿Y si pensáramos en el CATÁLOGO (uso las mayúsculas para distinguir el concepto de sus referentes empíricos) no sólo como un conjunto de cosas que se hacen disponibles –permitiendo asimismo ciertas posibilidades y no otras– sino también como una tecnología de gobierno? No encuentro mejor figuración conceptual para dar cuenta del particular régimen socio-económico por el que ha venido funcionado en nuestro país el estado social. Y hablo de tecnología de gobierno, en el sentido foucaultiano (Barry, 2001; Mitchell, 2002), puesto que el CATÁLOGO es una forma de articular lo visible y de tomar decisiones sobre ello. Una verdadera parrilla de posibilidades existenciales, administradas por expertos en la que se anudan: una economía de servicios con el sustento institucional a la constitución y apuntalamiento de ciertas nociones incluyentes de ciudadanía (lo que siempre quiere decir también excluyentes de otras, puesto que la inclusión siempre se da de un modo concreto y no de otros), mediante la provisión y garantía de servicios externalizados que son cobijados bajo su paraguas financiador y legitimador. He aquí la que considero mejor definición práctica de los límites de nuestro estado social más allá del mito fundacional (tan bien analizado en el trabajo de Muehlebach, 2012) y sus descripciones en términos de la instauración de un pacto colectivo de mutualización centralizada a partir del que compartir los problemas de otros y redundar en su bienestar a través de la tributación; un pacto socio-económico de la previsión para apuntalar esas instituciones garantes de la solidaridad, la igualdad de oportunidades y de la circulación de bienes, la justicia, la autonomía, la interdependencia, etc. mediante la provisión de servicios privados subvencionados por el estado.

La vida del CATÁLOGO o, mejor, la vida bajo, permitida por el CATÁLOGO (puesto que tiene límites y bordes) ha venido siendo durante los años recientes de la democracia en España un modo inexcusable de gestión biopolítica, de posibilidades de vida y de muerte a través de estas formas materiales concretas de proveer de ciertas garantías como modo de responder a esos derechos sociales. Unas formas apuntaladas por toda una serie de instituciones protectoras siempre a la búsqueda de nuevas promesas de bienestar y autonomía personal (como las que emergieron alrededor de la ley 39/2006 de promoción de la autonomía personal). Instituciones públicas cuyo trabajo había venido consistiendo en implementar tediosa y cotidianamente ese CATÁLOGO como trama de relaciones público-privadas que declinaban o traducían esos grandes valores o declaraciones de intenciones en formatos sociomateriales particulares de vínculo y ayuda amparados por el poder “fundacional” y “legitimador” del estado. Un CATÁLOGO que funcionaba permitiendo o restringiendo opciones de vida a través de la subvención o subsidio de servicios o productos (estandarizados, certificados y homologados “para nuestra seguridad”), objetos alquilados temporalmente o comprados a agentes económicos privados con la cobertura financiadora de las administraciones públicas que eran incluidos en carteras de servicios de titularidad pública destinadas a poblaciones específicas receptoras, como modo de atribuir los derechos que les asistían.

“Panorámica mientras Xavi Dua presenta su Handiwheel” Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY
“Panorámica mientras Xavi Dua presenta su Handiwheel
Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY

Sin embargo, de un tiempo a esta parte (al menos en los últimos cuatro años) vivimos un corrimiento de tierras en el que el CATÁLOGO como arreglo o, mejor, como “componenda del bienestar” (término que hemos venido empleando Daniel López, Israel Rodríguez Giralt y yo para intentar explicar estos ensamblajes tecno-económico-legales mediante los que se garantizan nuestros derechos sociales y se articula el cuidado) ha dejado de funcionar con el tedio y la calma chicha para el que estaba diseñado. Ya sabemos que el proyecto liberal (en el sentido amplio manejado por Rose, 1999) no ha cesado de configurar y reconfigurar lo social: montando, desmontando y remontando formatos de servicios y marcos legislativos del estado social. Buena prueba de ello pudieran ser recientes experimentos de diversa índole como la “Big Society” de los conservadores británicos, la “Sociedad Participativa” propuesta por el rey de Holanda o el proyecto de cultura libre “Sumak kawsay (buen vivir)” ecuatoriano (que, quizá, pluralizan la imagen del estado social más allá de las categorías analíticas construidas por Esping-Andersen sobre el Welfare State).

Pero aquí quisiera considerar transformaciones supuestamente menos radicales o que no han recibido tanta luz y taquígrafos. Por ello, quisiera prestar la debida atención a los recientes “parches” que han venido poniéndose al CATÁLOGO, si me permiten esta expresión para referirme al impacto reciente de las medidas de ajuste para el pago de la deuda (los famosos “recortes” en el gasto público para hacer frente a “la crisis”) sobre el modo en que han venido modulándose estos formatos de provisión de derechos y garantías… Asuntos que han venido afectando profundamente la economía política de las ayudas técnicas y que han generado no pocas reacciones públicas. En suma, recientes medidas legales derivadas de los ajustes para el pago de la deuda (como el Real Decreto-ley 16/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones) han venido alterando los formatos de provisión de servicios a los usuarios (véase el Real Decreto 1506/2012, de 2 de noviembre, por el que se regula la cartera común suplementaria de prestación ortoprotésica del Sistema Nacional de Salud y se fijan las bases para el establecimiento de los importes máximos de financiación en prestación ortoprotésica).

Izq.: Urko presentando la PornOrtopedia de Post-Op | Der. Nuria y Silvia presentando un adaptador de bolígrafo Fotos tomadas el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY
Izq.: Urko presentando la PornOrtopedia de Post-Op | Der. Nuria y Silvia presentando un adaptador de bolígrafo
Fotos tomadas el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY

El resultado, como han venido denunciando algunos medios de comunicación, ha sido la introducción de sistemas de “co-pago” a causa de los cuales: “Los pensionistas pagarán el 10% de las prótesis y sillas de ruedas” (algo con unos tremendos efectos en colectivos rayando o habitando en el umbral de la miseria); pero, además, con un sistema de financiación acusado de deficiente que “[…] obliga [a los usuarios] a adelantar el 100% del coste del producto”, debido a retrasos “de hasta dos años” para recibir las ayudas para la compra de material ortopédico. Algo que acaba generando enormes cargas económicas entre los que pueden llegar a permitirse pagar el alto precio de diferentes adaptaciones tecnológicas del catálogo o productos como sillas de ruedas motorizadas con un valor medio cercano a los 4000€ (que, si pensamos en una pensión media cercana a los 350-400€ no pueden ser todos).

En este contexto, muchos colectivos se han empezado a plantear cómo pensar y hacer, experimentalmente, nuevos “arreglos del bienestar” más allá de las recientes componendas y sus mixtos publicoprivados o pripúblicos (que alguna gente resume gráficamente como “chanchullos de las ortopedias”, dislates de gestión externalizada y financiación pública sin rendición de cuentas o sin la generación de evidencias sobre la eficacia de muchos de estos sistemas de gestión de la mayor parte de nuestras instituciones). Ya en los debates que se generaron en torno a la ahora fallida ley 39/2006 de promoción de la autonomía personal, diferentes colectivos como el Foro de Vida Independiente intentaron que las administraciones acogieran una particular alteración del régimen de distribución previsto por el CATÁLOGO para que la protección (absoluta o relativa) de unos no se produjera a costa de otros, defendiendo la necesidad de implantar lo que se conoce como “pago directo” (gestión directa del dinero por parte de los usuarios para poder comprar el tipo de ayuda técnica que mejor les venga, planteándose la idea por alguno de los activistas de la vida independiente como Adolf R. Ratzka como un modo de empoderamiento de estos colectivos en tanto que consumidores), con ningún éxito hasta el momento.

“Intenso tráfico para entrar a bichear la furgoneta adaptada de Fernando” Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY
“Intenso tráfico para entrar a bichear la furgoneta adaptada de Fernando”
Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY

La expansión de algunas de estas ideas, fundamentadas en filosofías del auto-cuidado y en los derechos humanos, rupturistas con el paternalismo institucional o con diferentes formas de expertocracia (denominadas, de forma mucho más contundente, “la industria segregadora minusvalidista” por el amigo Antonio Centeno), junto con el crecimiento en el uso de Internet han venido planteando algunas fricciones relativas al mantenimiento, más que la redefinición, de los límites del CATÁLOGO. Buena prueba de ello la tendríamos en algunas de las recientes iniciativas de las ortopedias por mantener su posición de dispensario oficial de estos productos ante la creciente posibilidad de compra-venta libre en Internet. Estos últimos años han visto la luz iniciativas como “Cruces Amarillas” o la “campaña contra la venta por internet de productos sanitarios de ortopedia” de la Federación Española de Ortesistas Protesistas (FEDOP), de la que existe un reportaje en prensa en el que se justifica la necesidad de que los ortopedas sean un punto de paso obligado en términos sanitarios, al alegarse que la compra libre por internet de usuarios sin criterio es una forma de “arriesgar la salud por dinero” (aunque de lo que no hablan es de cómo muchas ortopedias, como me han referido muchos usuarios de estos productos, venden únicamente “por catálogo”, no pudiendo devolverse los productos y comprándose en ocasiones a ciegas, un asunto especialmente relevante a considerar cuando se trata de aparatos caros y en relación con los cuales muchas de las personas usuarias van a pasar mucho tiempo juntos, aunque no revueltos…).

En cualquier caso, este surgimiento de nuevas formas y alternativas de producción, distribución y consumo como las visibilizadas en la Primavera Cacharrera creo que no puede considerarse al margen de los problemas de la vida del o, mejor, bajo/permitida por el CATÁLOGO. Unos problemas que también comprenden cuestiones más clásicas que se refieren al modo de producción industrial (construyendo los modelos a partir de unos pocos tipos o patrones derivados de una investigación antropométrica no siempre actualizada) y lo que éste supone para los usuarios de estas ayudas técnicas. A lo largo de estos dos últimos años colaborando etnográficamente de forma intensiva en estos ámbitos, he podido documentar innumerables problemas y sufrimientos referidos por muchas personas por el ajuste necesario al que deben someter a sus cuerpos ante un producto estandarizado (y, como mucho, personalizable hasta un grado) cuando sus necesidades, sus cuerpos son siempre específicos y singulares (véase el interesante trabajo de Myriam Winance al respecto), a pesar de todo el gran mimo con el que han podido ser diseñados y las certificaciones de seguridad y calidad que puedan haber obtenido estos productos.

Un CATÁLOGO, por tanto, cuyos límites y afueras han venido convirtiéndose en un verdadero lugar de batalla en relación al significado práctico de los derechos y las garantías de cobertura que estos colectivos tienen…

 2. La transformación colaborativa de los mercados de ayudas técnicas (reciclaje y reutilización, auto-construcción y tecnología de bajo coste, fabricación distribuida y diseño abierto)

Sin embargo, más allá de estas luchas, lo que quedó patente en la Primavera Cacharrera (tal y como ha venido produciéndose en diferentes lugares y en los últimos años) era que más que a una pelea entre David y Goliat, estábamos ante algo que bien pudiera pensarse “en paralelo” al CATÁLOGO. O, si acaso, como un modo de abrir ese CATÁLOGO, de pluralizarlo, de generar alternativas no pensadas… con todas las ampollas que levanta para colectivos como el de las personas con diversidad funcional el acabar haciéndose cargo de competencias que estiman tendrían que estar garantizadas por derecho (véase, por ejemplo, la polémica en torno a la rampa portátil de “En torno a la silla”).

Pero lo que creo tienen de interesante muchos de los proyectos es que intervienen sobre el diferencial de poder epistémico que atraviesa el diseño de muchos de estos aparatos y que los condena a formas restringidas de colaboración en su concepción y fabricación: frente a cacharros diseñados por expertos, empleando como mucho a estas personas como una suerte de cobayas para la obtención de muestras de medidas y patrones antropométricos o como testers de estos productos (no teniendo en ocasiones más papel estas personas que como corroboradores de los mismos), en estos cacharros auto-producidos, se vuelve un elemento de politización central de estas prácticas vagamente colaborativas la posibilidad de que sea “el cualquiera” –ese que “hace cosas”– el que diseñe. Como no podía ser de otra manera, creo que esto configura un nuevo estado de cosas. Frente a la economía política del CATÁLOGO este conjunto alternativo de prácticas colaborativas creo que estaría desarrollando y ampliando lo que creo que debieran considerarse, en rigor, alternativas mercantiles a la fabricación, consumo y distribución de ayudas técnicas. A saber:

(1) Alternativas de re-uso y reciclaje: una de las maneras más importantes en las que muchas de las personas con diversidad funcional están planteando una transformación colaborativa del CATÁLOGO es a través del re-uso de material ortopédico viejo aún en funcionamiento ayudando a mantener con vida el ciclo de estos objetos (p.ej. algunas fundaciones, asociaciones o agrupaciones están desarrollando “bancos de ayudas técnicas” como un modo de permitir sistemas de préstamo de ayudas técnicas de segunda mano a personas que, por su situación económica especialmente apurada, no pueden acceder a este tipo de material crucial para su existencia en condiciones de autonomía). Pero también es de enorme importancia el almacenamiento de este tipo de material para reciclar, generando reservorios de piezas y materiales que pudieran sostener una cultura de reparación de este tipo de aparatos tan específicos, de tal modo que se amplíe su durabilidad y funcionalidad. Estas cuestiones surgieron con fuerza en la puesta en común con la que terminó la Primavera Cacharrera, llegando a plantearse que se pudieran usar los talleres y almacenes de Can Batlló para ello.

“Nuria Gomez enseña el funcionamiento de sus cubiertos adaptados” Fotos twitteadas por @okokitsme el 7 de junio durante la #primaveracacharrera, cedida a En torno a la silla CC BY
“Nuria Gomez enseña el funcionamiento de sus cubiertos adaptados”
Fotos twitteadas por @okokitsme el 7 de junio durante la #primaveracacharrera, cedida a En torno a la silla CC BY

(2) Alternativas de auto-fabricación y tecnología de bajo coste: asimismo, en las últimas cuatro décadas se ha venido gestando un importante movimiento de auto-fabricación que hunde sus raíces en el movimiento de vida independiente norteamericano en el Berkeley de los años 1960-1970, como un modo de plantear que la auto-gestión de la vida independiente “pasara por” el diseño de ciertos elementos singulares, hechos a medida. Un vistazo a la documentación existente de aquella época evoca innumerables semejanzas con la creatividad desbordante de aparatos y cacharros singulares desplegada en la Primavera Cacharrea. Sin embargo, en épocas más recientes este tipo de estrategias han venido siendo principalmente planteadas en la cooperación al desarrollo en el Sur global, en tanto que formatos de producción barata y con elementos del entorno de estas ayudas técnicas (siendo el producto estrella de muchas de estas intervenciones humanitarias diferentes modelos de silla de ruedas, de las que existen al menos dos guías para su fabricación en entornos de menores recursos: 1 | 2). Sin embargo, estamos ante algo que va mucho más allá de una “tecnología para pobres” (o, mejor, “pobrecitos”).

Algunos de los proyectos comunitarios desarrollados con esta filosofía, como el de PROJIMO en México (véase este reportaje en dos partes: 1 | 2), en el que está implicado el multifacético David Werner y su fundación Health Wrights han venido desarrollando catálogos de ayudas técnicas auto-construidas con elementos del entorno cercano, suscitando en otros ámbitos iberoamericanos el interés de los foros de profesionales y altos cargos públicos, así como incitando a la creatividad de los profesionales y los usuarios y ampliando la producción de manuales mostrando desarrollos de ayudas técnicas singularizadas más allá del CATÁLOGO. En el caso del estado español estas iniciativas, han venido coexistiendo pacíficamente con el CATÁLOGO, habiendo sido incluso incentivadas por organismos públicos como el CEAPAT, que en los últimos 7 años ha venido auspiciando anualmente en Albacete la celebración de los encuentros/concurso/talleres de “Tecnología de Bajo Coste” (de cuyo último encuentro puede descargarse un completo informe aquí y cuya página contiene un repositorio de las ideas de soluciones o adaptaciones, apaños y creaciones más o menos sofisticadas presentadas por los propios usuarios o en colaboración con personas allegadas). La auto-producción de tecnología de bajo coste (que como se comentó hasta la saciedad en la Primavera Cacharrera no quiere decir “de coste cero”) es, a mi juicio y el de muchas de las personas con las que me he venido relacionando en estos últimos dos años, un interesante modo de desarrollar ese “nada sobre nosotros sin nosotros” que  lleva el movimiento de la vida independiente por enseña, pero ampliándolo o entendiéndolo como una forma de producción que se sitúa en la línea del “conocimiento libre, la producción colaborativa y la innovación distribuida”, en palabras de Joaquim Fonoll.

“Rai de En torno a la silla explica la rampa en la feria de objetos” Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY
“Rai de En torno a la silla explica la rampa en la feria de objetos”
Foto tomada el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY

(3) Alternativas de fabricación libre: pero no podría cerrar este listado sin hablar de la incipiente industria de fabricación libre distribuida cuyo elemento más icónico ha venido siendo la impresión 3D. Este tipo de estrategias de fabricación se estima tienen un gran potencial para el desarrollo de ayudas técnicas (al menos para el prototipado, por ser el material estrella diferentes tipos de plástico para la creación de piezas de unas dimensiones no muy grandes), puesto que al permitir los diseños de otras personas la remezcla, pueden facilitar la aparición de diseños siempre singulares que puedan ser devueltos a las comunidades de makers a través de repositorios abiertos y libres para que puedan desarrollar sus propias iniciativas. Existen de hecho algunas iniciativas de hardware libre en el ámbito de los productos de apoyo que han recibido un cierto reconocimiento público como Low Cost Prosthesis (un intento de producir prótesis baratas para poder ser distribuidas en el Sur global) o Robohand (un proyecto de prótesis de mano para niños). Aunque, lo radicalmente innovador de muchas de estas propuestas reside en que esas formas de “hardware abierto” se publican y licencian con formatos libres, haciendo accesibles la documentación, los tutoriales y los planos de producción que permitirían replicar o remezclar un artefacto, evitando a su vez que esas ideas o diseños puedan convertirse en algo privativo (lo que no necesariamente tiene que ver con que no se pueda sacar rédito económico), estimulando la circulación del conocimiento y la creatividad del cualquiera. Quizá esto nos permita hacer que “hacer accesible la accesibilidad” deje de ser un retruécano para pasar a ser un modo más de intervenir y hacerse con el entorno para que sea cada vez más inclusivo…

“Néstor y Dani de MakerConvent enseñan la mano protésica y la impresión 3D en la feria de objetos” Fotos tomadas el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY
“Néstor y Dani de MakerConvent enseñan la mano protésica y la impresión 3D en la feria de objetos”
Fotos tomadas el 7 de junio durante la #primaveracacharrera por En torno a la silla CC BY

3. Una vida fuera de catálogo: ¿Cómo agenciar un mercado alternativo para tener más agencia?

Mi implicación etnográfica en estas prácticas en los dos últimos años me lleva a pensar que aquí reside y residirá uno de los campos de acción colectiva prioritaria para asegurar la vida independiente de estos colectivos, teniendo en cuenta que estas personas no quieren vivir una vida proyectada, una vida medida y a medida de los tiempos institucionales o de las grandes corporaciones sino a medida de sus tiempos y sus intereses. De hecho, observados de forma conjunta la crisis económica, el paro generalizado y la falta de liquidez para la vida cotidiana, los recortes salvajes en el gasto público y cómo esto afecta a la dispensación de ayudas técnicas, así como la explosión de nuevos y viejos métodos de “descatalogar” saberes y formatos de producción para una época de austeridad pudieran quizá suponer el germen de toda una transformación profunda en los mercados de ayudas técnicas.

La novedad que creo introducen estas experiencias residen en que se busca, de alguna manera, “descatalogar” la vida, para sacarla del CATÁLOGO. Pienso este término desde su cercanía conceptual con “desclasificar”, porque el CATÁLOGO ha sido también un modo en el que se ha venido clasificando y gestionando las posibilidades vitales de una vida considerada siempre como fragilizada y al borde de romperse. La protección pensada desde la dependencia y el CATÁLOGO ha podido en ocasiones estrangularla, o restringirla a los carriles estrechos de la legalidad vigente, a circunscribir su seguridad y protección a las seguridades y certidumbres de las administraciones y corporaciones, con sus sistemas de certificación y seguro en caso de riesgos. Desclasificar supone intervenir política y vitalmente para abrir nuevas posibilidades para la vida: para generar condiciones vivibles a una vida que no tenga que programar cuándo quiere ir al baño con horas de antelación o desplazarse a ver a unos amigos con varios días para que el autobús tenga una rampa (si es que se han acordado y no se chafa el viaje). Desclasificar, descatalogar es vivir experimentalmente: porque vivir experimentalmente es también convertirse en un ejemplo de que se puede llevar adelante “una vida en ß”: una vida en la que al igual que los programas de software libre contemple e integre el error o el fallo como parte consustancial del modo en que se quiere ser libres de ciertas ataduras que limitan y circunscriben la existencia. De hecho, el cacharreo visibilizado en la Primavera Cacharrera era tan vivificante porque, de alguna manera, nos mostraba la vida vivida, no catalogada ni dis-puesta (como en un dispensario, con sus límites y sus bordes), sino expuesta, a la intemperie, pero no en soledad.

De hecho, en el debate de cierre de la Primavera Cacharrera se plantearon diferentes posiciones sobre qué forma darle a una red de creadores y cacharreros de ayudas técnicas que pudiera hacer sostenible esta innovación, así como ayudar a compartir ideas y habilidades para seguir haciendo juntos… Con el problema de que se trata de cacharros algunos de ellos poco copiables porque responden a singularidades corporales que no pueden ser estandarizadas. Esto abrió a un debate sobre los formatos de creación de estos aparatos, cacharros o apaños: desarrollados en la pequeña socialidad del ámbito privado para uso personal, o para ser lanzados gratuitamente al dominio público para evocar la creatividad, o para generar nuevas relaciones de compra-venta (al margen o no de la ortopedia, con y sin licencias libres).

Primavera Cacharrera (1 de 6). Relatograma de Carla Boserman CC BY-SA
Primavera Cacharrera (1 de 6). Relatograma de Carla Boserman CC BY-SA

Uno de los aspectos que más debate generó es qué modelo económico pensar para ello y mientras que para algunas de estas personas se pensaba cómo monetizar estas ideas y hacerlas circular por el CATÁLOGO existente, por parte de una gran mayoría de otras se enunció la necesidad de montar un nuevo tipo de mercado para la auto-gestión de lo que pudiéramos llamar, en positivo, una vida fuera de catálogo, esto es, “fuera del CATÁLOGO”. Entendiendo por mercado no un sinónimo genérico y abstracto de capitalismo salvaje y acumulación por desposesión, sino un tipo de arreglo económico concreto, que los trabajos de la antropología económica de Michel Callon y colaboradores (véase Callon & Latour, 2011) han venido describiendo desde su concreción práctica:

 “[…] los mercados se pudieran describir mejor como arreglos sociotécnicos colectivos que (a) organizan el diseño, producción y circulación de bienes, así como la transferencia de derechos de propiedad asociados a ellos; y (b) construyen un espacio de cálculo permitiendo la valoración [assessment] y, especialmente, el establecimiento de precios [pricing] de los bienes implicados en su comercialización” (Callon & Rabeharisoa, 2008: p.245; traducción propia).

Pudiera parecer que descatalogar es algo malo, porque nos sitúa “fuera del catálogo”, esto es, fuera de los sistemas públicos de provisión de servicios y garantías, colocándonos en el salvaje oeste del libre mercado. Pero creo que a lo que se apunta es a la necesidad de cambiar esa estructura vital que nos iguala y estandariza posibilitando que, como mucho, se pueda vivir una vida de catálogo, sometida a las componendas y arreglos entre productores y administraciones públicas, de tal modo que lo último que se toma en consideración es la voz del “usuario final”, a quien le llega el producto listo para el consumo, olvidando las necesidades de adaptación que requiere hacerse con un producto estandarizado. Viendo lo que vi en la Primavera Cacharrear quiero creer que descatalogar puede suponer, más bien, una interferencia en los modos en que podemos pensar o articular mercados de productos de apoyo o ayudas técnicas: abrir la posibilidad de otros modos de producir, de consumir y de hacer circular productos para vivir mejor, para poder salir a la calle y expandir nuestras perspectivas vitales, haciendo por el camino efectivos los derechos por los que tanto luchamos.

La definición calloniana, creo, nos permitiría la posibilidad de pensar productivamente en formatos alternativos de mercados que, como en la economía cooperativa, social y solidaria o la cultura libre, se abran a una experimentación política y existencial, democratizadora y nada tecnocrática, de lo que pueden querer decir “el cálculo” (que quizá no siempre tenga por qué ser monetario, ni sólo incorporando criterios de utilidad), “los derechos de propiedad” (que quizá no tengan por qué ser privativos o limitando la copia y la distribución del conocimiento), “los precios” (que quizá no tengan por qué plantearse para la extracción injusta de plusvalía) o “la comercialización” (que no necesariamente tengan por qué hacerse promoviendo la competitividad salvaje) introduciendo:

“[…] una dimensión explícitamente política en el proceso de economización, especialmente cuando se refiere a mercadear con [marketizing] objetos y comportamientos que han desafiado a la mercantilización [marketization]” (Çalışkan & Callon, 2010: 23; traducción propia).

Foto tomada por Xavi Dua el 7 de junio durante la #primaveracacharrera cedida a En torno a la silla CC BY
Foto tomada por Xavi Dua el 7 de junio durante la #primaveracacharrera cedida a En torno a la silla CC BY

Algo para lo que existen no pocas dificultades en este ámbito, no sólo vinculadas a los “dóndes” o los “cuándos” que se discutieron en el cierre de la Primavera Cacharrera (y cuyo debate se concluyó con la oferta de los talleres de Mobilitat e Infraestructures de Can Batlló de poner a disposición sus espacios, así como con la propuesta de coordinación a través de En torno a la silla de una lista de correos y de reuniones mensuales para ir comenzando a reflexionar cómo empezar a cacharrear colectivamente), sino más bien los “cómos”: cómo conectar necesidades con fabricadores; cómo establecer las garantías necesarias para productos que van muy pegados al cuerpo; cómo conseguir material barato y útil; cómo no precarizar la mano de obra o cómo remunerar a las personas profesionales de forma justa; o cómo compartir necesidades y soluciones con el resto…

Estos fueron alguno de los debates que surgieron en esta sesión de cierre y para los que contamos con la contribución de la experiencia del grupo de trabajo de la comisión de diversidad funcional 15M Acampada Sol, que habían pensado su proyecto CrossingDesign: Usa y Crea Accesible en el Taller Funcionamientos de Medialab-Prado en diciembre de 2012 (cuyo vídeo de presentación podéis ver aquí), cuya idea era montar una red que uniera a usuarios con fabricadores en redes de apoyo y confianza, para la producción de ayudas técnicas de código libre, al margen de los sistemas convencionales:

 “Parte de la reflexión sobre la dificultad de acceso de personas con diversidad funcional a los diferentes productos de apoyo que, a lo largo de su proceso vital, facilitan su participación en todos sus ámbitos. Cuestiones económicas, desfase de los productos o evolución de las necesidades son los motivos fundamentales por los que contar con los ajustes apropiados puede resultar una engorrosa inversión de tiempo, dinero y paciencia. Propone la creación de un espacio físico y virtual en el que se unan los conocimientos técnicos, la experiencia y las necesidades del usuario final, para diseñar y realizar un producto personalizado, procurando utilizar materiales alternativos y económicos, desde la co-creación de ideas creativas y funcionales. El proyecto se plantea a largo plazo, y en esta primera fase pretende trabajar sobre 4 productos de características distintas con el fin de analizar la capacidad de respuesta a la pluralidad de necesidades de las realidades de las personas con diversidad funcional”

Sin embargo, el proyecto de red no acabó de despegar por un problema de financiación inicial (no había cómo encontrar dinero para pagar los gastos de coordinación que una red de ese tipo requeriría, que habían estimado en 15000€).

Imagen de la red propuesta por CrossingDesign: Usa y Crea Accesible, proyecto presentado a la convocatoria del Taller Funcionamientos en Diciembre 2012. Imagen CC-BY
Imagen de la red propuesta por CrossingDesign: Usa y Crea Accesible, proyecto presentado a la convocatoria del Taller Funcionamientos en Diciembre 2012. Imagen CC-BY

El asunto, por tanto, está en cómo articular prácticamente estas otras formas de mercado, esto es, otros formatos de redes de personas y cosas para hacer en común. O, dicho à la Callon cómo montar estos “agenciamientos socio-técnicos de mercado” (Callon, 2013) para poder generar condiciones de mayor agencia política (o empoderamiento) de las diferentes partes involucradas. Qué tipo de agenciamientos mercantiles podrán construirse es aún pronto para decirlo, pero sería conveniente emplear formatos que profundicen la “habilitación” (Callon, 2008) que han venido gozando estos sujetos auto-cuidados en relaciones de interdependencia (como las personas que han venido articulándose en torno a las oficinas de vida independiente). Esto es, cómo continuar o profundizar el apuntalamiento de la vida independiente de estas personas a través de procesos de fabricación en común… Y hablo de cómo organizar entornos para habilitar puesto que nuestra subjetividad, nuestras posibilidades de acción siempre son “[…] ejecutadas en un dispositivo” (Muniesa, Millo & Callon, 2007: p. 2; traducción propia), esto es, como efecto de un arreglo sociotécnico concreto. Por ello, como modo de intervenir en ese proceso y para relanzar el debate desde aquí, quizá pudiera pensarse colectivamente en la pertinencia o no de desarrollar algunas medidas que pudieran asegurar el tránsito hacia la descatalogación sin pérdida de derechos o, cuando menos, para no producir la agencia de unos a costa otros, intentando no precarizar a las personas implicadas a través del proceso y generar las redes de afectos y saberes necesarias para sacar adelante este nuevo tipo de mercados…

Descatalogar, salirse del CATÁLOGO, en tanto ejercicio de buscar posibilidades para una vida necesitará de cambios en las complejas infraestructuras técnicas, legales, económicas y sanitarias que posibilitan o enmarcan el ejercicio efectivo de los derechos (en ocasiones auto-otorgados) de estos colectivos que luchan por la vida independiente en condiciones de diversidad funcional. Para ello, quizá se necesite abrir una serie de debates monográficos relativos al modo de economización y la justa remuneración de estas prácticas (no porque su objetivo prioritario sea la extracción económica, sino para financiar materiales y no precarizar aún más a los fabricadores), pensando en opciones dentro y fuera de la institución, como: (1) sistemas de “pago directo” a los usuarios para que puedan encargar y pagar directamente a los proveedores, fabricantes que uno considere oportunos, dentro de los saberes…; (2) pero también subvencionado o colectivizando necesidades de productores, adaptadores y cacharreros más allá del dispensario ortopédico, de cara a permitir montar redes de confianza en proximidad y talleres para poder seguir haciendo.

Referencias

Barry, A. (2001). Political Machines: Governing a Technological Society. London: Athlone Press.

Çalışkan, K., & Callon, M. (2010). Economization, Part 2: A Research Programme for the Study of Markets. Economy and Society, 39(1), 1–32.

Callon, M. (2008). Economic Markets and the Rise of Interactive Agencements: From Prosthetic Agencies to Habilitated Agencies. En T. Pinch & R. Swedberg (Eds.), Living in a Material World: Economic Sociology meets Science and Technology Studies (pp. 29–56). Cambridge, MA: MIT Press.

Callon, M., & Latour, B. (2011). «¡No calcularás!» o cómo simetrizar el don y el capital. Athenea Digital, 11(1), 171–192.

Callon, M., & Rabeharisoa, V. (2008). The Growing Engagement of Emergent Concerned Groups in Political and Economic Life: Lessons from the French Association of Neuromuscular Disease Patients. Science, Technology & Human Values, 33(2), 230–261.

Callon, M. (2013). Qu’est-ce qu’un agencement marchand? En M. Callon et al. (Eds.), Sociologie des agencements marchands: Textes choisis. (pp. 325–439). Paris: Presses de l’École de Mines.

Mitchell, T. (2002). Rule of Experts. Berkeley, CA: University of California Press.

Muehlebach, A. (2012). The Moral Neoliberal: Welfare and Citizenship in Italy. Chicago: University Of Chicago Press.

Muniesa, F., Millo, Y., & Callon, M. (2007). An introduction to market devices. En M. Callon, Y. Millo, & F. Muniesa (Eds.), Market Devices (pp. 1–12). Oxford: Wiley-Blackwell.

Ott, K. (2002). The Sum of Its Parts: An Introduction to Modern Histories of Prosthetics. En K. Ott, D. Serlin, & S. Mihm (Eds.), Artificial Parts, Practical Lives. Modern Histories of Prosthetics (pp. 1–42). New York: New York University Press.

Rose, N. (1999). Powers of Freedom. Cambridge: Cambridge University Press.

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Colaboraciones experimentales (O una primavera-verano de cacharreos de la experticia)

Sinergia de negrescolor

 

 

 

 

 

 

 

 

Una continuación del post de Adolfo Estalella: “Colaboraciones experimentales (o ‘mira quién baila’)

Llevo un tiempo dándole vueltas a cómo convertir lo que me está pasando como etnógrafo en una pregunta que sea de interés para otras personas. Digamos que la pregunta que resume mis inquietudes pudiera ser algo así como:  ¿Cómo sería una investigación en o, mejor, con una “comunidad epistémica experimental”?

He venido utilizando este término un poco feo y grandilocuente en algunos contextos como este post del blog Fuera de Clase para dar cuenta de algunos espacios epistémicos experimentales post-15M que creo pudieran caracterizarse por ser:

Experimentales, porque la construcción colectiva del conocimiento tiene un carácter “experiencial”, encarnado o basado en lo que nos afecta; pero también experimentales por el afán de experimentación con el qué y cómo podemos pensar, por su estatuto “experimental” y frágil, su carácter en abierto, no constreñido por límites disciplinares o institucionales, prestando atención a esos efectos no previstos que se nos aparecen al montar situaciones que nos interpelan, que crean verdaderos acontecimientos epistémicos colectivos: articulando mecanismos y medios para dotarnos del “poder de hablar de otra manera” (por usar la noción de experimento empleada por la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers); experimentales, en fin, porque a través de ellas nos convertimos en “sujetos experimentales” con y sobre los que se prueba, pero no tanto al modo salvaje de ciertas prácticas de laboratorio al estilo Mengele o de las prácticas económicas neoliberales del shock, sino que quizá a través de ellas podamos aspirar a ser una suerte de “cobayas auto-gestionadas” (cuyo caso quizá más claro lo han venido mostrando diferentes trabajos sobre los movimientos de pacientes con SIDA o el activismo trans), ensayando en nuestras carnes las posibilidades y límites de nuevos formatos colectivos y más liberadores de pensar y hacer.

Y en ese contexto creo que no hay modo interesante, ni ética ni epistémicamente relevante de pensar en hacer trabajo de campo con este tipo de comunidades de “cobayas auto-gestionadas” (de las que los académicos también estamos crecientemente empezando a formar parte), que planteando la necesidad de experimentar los contornos de una etnografía colaborativa, o de colaborar en experimentos etnográficos (un tema al que le vengo dando bastantes vueltas junto a Adolfo Estalella).

Más aún desde que, hace ya casi dos años, empecé a colaborar y ayudar a dar forma al proyecto “En torno a la silla”. Lo que en un inicio se planteó como una investigación etnográfica al uso ha acabado siendo un dispositivo experimental  (Candea, 2013) para el trabajo de campo colaborativo, aquel que se da cuando los métodos y las preguntas están redistribuidos y hay que empezar a pensarlos como prototipos de otra investigación posible.

Porque esto de investigar junto con las “cobayas auto-gestionadas” –aquellas que se han empoderado fundando un saber sobre sí desde sí, intentando llevar a cabo algo así como una “revolución de los cuerpos, en los cuerpos, por los cuerpos…”, pero también entrando en otras relaciones con otros– obliga a quien hace trabajo de campo (a veces de un modo más o menos confrontacional) a re-situarse; no hay otro modo de aportar que no sea “en común”, porque su “nada sobre si nosotros sin nosotros” te re-coloca desde el principio en otro sitio; te obliga a que lo que ahí puedas o quieras producir asuma que eso que quieres investigar tiene que tener sentido en su forma y contenido, en su pregunta y en su fondo en relación a ese “en común” (nunca sólo “para ti”). Porque están hartos de ser cobayas de probeta o de que les miren como freaks de feria… y han pasado a morder a quienes les tratan así. Y sólo conciben, con toda la razón, que cualquier cosa que se diga tenga que pasar por un acercamiento a su forma de vida, desde la cercanía con ellxs. Y, por tanto, algo parecido a un trabajo de campo al uso tiene que plantearse en un contexto en el que mucha de esa gente tiene ya sus interpretaciones, sus creaciones conceptuales, sus formatos de trabajo; un trabajo de creación epistémica que hay que vindicar o valorar, porque se trata de un espacio investigador análogo al académico; quizá no igual, quizá no idéntico, pero que nos convoca a que practiquemos una tecnología de la humildad –como las llama Jasanoff– frente a la razón tecnocrática que tanto ignora

Hay una creciente necesidad […] de lo que pudiéramos llamar ‘tecnologías de la humildad’. Éstas son métodos, o mejor, hábitos de pensamiento institucionalizados que intentan hacerse cargo de los precarios límites del entendimiento humano –lo desconocido, lo incierto, lo ambiguo, lo incontrolable-. Al reconocer los límites de la predicción y el control, las tecnologías de la humildad confrontan ‘frontalmente’ las implicaciones normativas de nuestra falta de predicción perfecta. Requieren de habilidades expertas y de formatos de relación entre los expertos, los que toman las decisiones y la opinión pública, diferentes de los que se consideraban necesarios en las estructuras de gobierno de la alta modernidad. Implican no sólo la necesidad de mecanismos de participación, sino también de una atmósfera intelectual en la que los ciudadanos sean alentados a poner en funcionamiento sus conocimientos y habilidades para la resolución de los problemas comunes (Jassanoff, 2003: p.227; traducción propia)

Es decir, investigar en este tipo de entornos requiere claramente de algo así como un “cacharreo de las experticias”. Dejadme que explique esta idea a partir de lo que ha venido siendo mi vida colaborativa/experimental en los últimos dos años…

En “En torno a la silla” comenzamos un experimento vinculado con el diseño colaborativo, incitados por el Medialab-Prado y su convocatoria y espoleados por una necesidad afectiva: situarnos en torno a una silla de ruedas como lugar de reflexión y de acción; quizá no una silla cualquiera, aunque su potencia era que se trataba de la silla de un cualquiera, de otro cualquiera como nosotras. Pero de unos cualquiera que no tenían necesidades ni relaciones cualquiera, sino que necesitaban ser capaces de dotarse de otros entornos, de hacer juntas otras distribuciones de espacios, otros diseños de aparatos y máquinas que permitieran que nuestras relaciones de amistad no se cancelaran, sino que pudieran crecer, incorporando a otras, haciendo entornos desde la diversidad (funcional). Una producción de un entorno diverso para que nuestro entorno fuera más rico, más denso, más poblado por la diversidad… para que pudiera llenarse de otras, con su singularidad y su diferencia, con sus cuerpos que se mueven, sienten y piensan así o asá, que se sientan de este o ese modo, que leen de esta o aquella manera. ¿Cómo meterle mano a un entorno que nos hiciera más autónomas, pero a la vez más conectadas, que favoreciera la relación con la diversidad? De ahí la necesidad de pensar en ponerse a cacharrear con los productos de apoyo como interfaz de relación, como nexo de unión y no sólo de normalización o rehabilitación. Pero también como interfaz epistémica, como interfaz de producción de conocimiento…

Cacharrear te hace sentir que quizá tú también puedas intervenir en el curso de las cosas, aunque sea precariamente o desde una posición lateral: cacharrear para meter mano en cómo las cosas se dis-ponen y pre-disponen, para cambiar en qué modelos de cuerpos y relaciones se piensa únicamente para traer a la existencia ciertos modelos de cacharros y para abrir, por tanto, la caja de Pandora de qué cuerpos quedan dentro y fuera del foco a la hora de pensar entornos. Cacharrear no necesariamente quiere decir hacerlo bien, aunque se intente. Habrá formas de hacerlo mejor y peor, aunque quizá necesitemos pensar que mejor querrá decir “acoger la singularidad” dentro de un proceso de diseño y no necesariamente que el diseñador o el usuario tengan razón o quedar sometidos a las imposiciones y restricciones que nos imponen los materiales. Pero desde luego quiere decir que queremos tomar parte de un universo de cosas que hemos delegado quizá hasta la nausea, cuando esas cosas, esas disposiciones de cuerpos y elementos, esas predisposiciones de entornos son el modo en que podemos ser-con-otras… Cacharrear es decir quiero un mundo más a medida, un mundo hecho “tó tuyo”, con otras y para vivir mejor con otras.

Teníamos muy claro que cacharrear y meterle mano a esa silla de ruedas a través de nuestro pequeño “kit” era una continuidad de la amistad, de la exploración de un lazo común forjándose y nutriéndose a cada paso, uniendo de dónde venía cada quién: un grupo heterogéneo compuesto por activistas de la vida independiente, una arquitecta, manitas y etnógrafos-documentalistas; un grupo para el que cacharrear se convirtió en algo así como una reivindicación experimental de otro modo de re-conectarnos con el mundo y de intervenirlo, de pensarlo desde su diversidad más radical.

Había ilusión en ese cacharrear, era y es empoderador y vivificante. Descubrimos que cacharrear le lleva a una a pensar en mil opciones no planteadas, desde cómo poner una tuerca a dónde conseguir qué materiales, desde qué necesidades tiene qué cuerpo hasta cómo poder explicar eso, narrar eso, convertirlo en una posición política a partir de textos e imágenes del proceso o intervenciones…

Cacharrear ha sido para nosotras un lugar increíble para explorar nuestros límites y vulnerabilidades, así como los del mundo con el que nos vinculábamos. Después de un año fuimos dándonos cuenta, sin embargo, de que el proceso de ponerse a hacer tenía dificultades y problemas. Y se nos hizo necesario encontrar una manera de balbucear, de tartamudear y comenzar a enunciar lo que nos pasaba. El blog del que nos habíamos dotado para documentar el proceso de creación de nuestros cacharros y para compartir algunas reflexiones, donde comenzar a balbucear y dotar de significado a las propias prácticas generadas o las situaciones producidas. En nuestro hacer humilde sentíamos que habíamos topado con uno de los corazones de la bestia: la maquinaria que mueve la gigantesca industria de las “tecnologías de la discapacidad”.

Pero el espacio “en torno…” no era sólo un mero lugar, no era sólo un entorno. También era una posición o, mejor, una disposición a ponernos a pensar sobre lo que implicaban esas cosas en las que nos estábamos metiendo. Por eso creo que “En torno a la silla” empezó a ser desde muy pronto también un lugar de producción de conocimiento, una interfaz epistémica colaborativa. Un espacio para pensar sobre lo que estábamos haciendo. De esto iba, sin que lo supiéramos bien, lo que habíamos estado haciendo en el blog. Habíamos empezado con la idea un poco loca de documentar ese proceso como proceso, es decir, como algo que podía crecer. No había intención de colocar las cosas como se pincha una mariposa en un corcho. Documentar no era un fin, era un modo de ayudarnos a pensar o, mejor, a balbucear, a la vez que era un intento de no olvidar, de dar cuenta del torrente de cosas en el que habíamos entrado algunas, un lugar para darle vueltas a cómo nace o crece un diseño, sus problemas, sus diatribas

Pero el blog no era suficiente, porque nos ha sido siempre muy costoso establecer la conexión fecunda que existe entre “diseño libre”, “diversidad funcional” y “empoderamiento”. Necesitábamos poder experimentar otros modos de narrar aquello con lo que nos habíamos estado vinculando. En este último año, acuciadas por la precariedad económica y la falta de medios para prototipar, hemos estado dándole muchas vueltas a la gran cantidad de cosas que se entrecruzan, que limitan y que circunscriben qué podemos hacer. Necesitábamos ponerlas en claro y nos llegó el momento de sentarnos “en torno a la silla”, no sólo como un lugar de acción y cacharreo, sino como lugar de reflexión.

En el último año hemos estado pensando en traducir la pasión por el hacer en una reflexión sobre sus condiciones a través de un documental interactivo (o webdoc) que nos ayudara a darle vueltas a otras alternativas “en torno a la silla”, otras posibilidades, otros modelos de producción y de relación con los cacharros. En este proceso hemos hecho entrevistas a diferentes personas que vienen trabajando en estos ámbitos y que nos han enseñado otras maneras de ver lo que hacíamos; estamos filmado encuentros de cacharreo (algunos incluso que estaremos generando nosotras mismas) y hemos intentado hacer más explícitos los vínculos con la filosofía de la diversidad funcional y con una serie de prácticas políticas para hacer del diseño colaborativo una cuestión vinculada al empoderamiento… Este ha venido siendo un proceso aún en curso y que no sabemos cuándo acabaremos (si es que puede ser acabado, y no debe de quedar más bien como un prototipo, en el sentido que le da Alberto Corsín al término), aunque esperemos poder ir liberando pronto algunas partes de esos materiales, porque queremos que ese conocimiento y esos materiales sean tan libres –en el sentido de “con licencia libre”como los productos de diseño libre así producidos.

En suma, hablaba de dispositivos colaborativos experimentales: y lo decía porque el proceso de documentación del diseño y el documental que acabo de describir pudiera ser planteado como un proceso de pensar una investigación etnográfica como una suerte de sonda, en la que el conocimiento no es tomado, sino sondeado: explorado ahí fuera, en abierto, intentando dotar a todo el mundo de ocasiones de poder explicitarse y de ver/escuchar/sentir lo que los demás pueden ir diciendo. De alguna manera, es como si estos dispositivos experimentales de investigación colaborativa en el ámbito del diseño tuvieran que tomar inspiración de las probes (literalmente, sondas, en inglés), esas técnicas de diseño que emplean Boehner, Gaver & Boucher (2012) –dando unas pequeñas cajas llenas de dispositivos de registro que reparten entre las personas junto con las que diseñan para sondear sus necesidades cotidianas–,  evocando el lado exploratorio y viajero del modo de recabar datos y probar opciones para ello de las sondas marinas o espaciales.

En mi proceso particular junto con “En torno a la silla” y en los múltiples espacios a los que se ha abierto cada una de nosotras en el proceso no sólo hemos cacharreado con cosas y con qué puede querer decir un diseño más abierto y libre, sino también hemos sondeado cómo hacer más libres y colaborativos nuestros saberes y experticias sobre esos procesos (del usuario de productos de apoyo, de la militante por la diversidad funcional o por los cuerpos diversos, de la arquitecta, del manitas, del etnógrafo, de la documentalista, del planificador de la accesibilidad, etc.), cacharreando con lo que traíamos a la situación y con las situaciones que montamos para investigar-nos y ponernos a prueba…

Porque cacharrear con las experticias en el caso de “En torno a la silla” no sólo ha implicado hacer un kit para una silla de ruedas, sino también forjar una suerte de kit para las colaboraciones experimentales: en este tiempo hemos tenido que encontrar modos de valorar  todos los saberes que ahí se presentaban, para que colaborar signifique co-laborar, para que experimentar pueda ser algo del cualquiera… Y esto no ocurre sin haber podido cacharrear con los catalizadores que la pueden hacer existir, sin las  infraestructuras (como un blog o un webdoc), sin esas herramientas que permiten que la tarea de investigar sea algo compartido y conjunto –aunque tengamos diferentes intereses o metas–, pero tampoco sin cacharrear permanentemente, con mimo, con las temporalidades que la experimentación necesita para que la cosa siga si es lo que se quiere o que se pare cuando toca e intentar evitar que nos estalle en las manos…

Algunos de estos temas y otros más los hemos venido abordando y los estaremos abordando en las semanas siguientes, en una especie de gira sobre ‘collaboration/experiment.

El programa es el siguiente.

24 de abril, 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa)
Más allá de la experticia única, 4ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?, junto a Núria Gómez (OVI Bcn).

6 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’, primera sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

7 de mayo, 16.00-17.00 (Medialab-Prado, Madrid)
Antropocefa – Kit para la fabricación de colaboraciones etnográficas experimentales. Taller dentro del II Encuentro de Sociología Ordinaria (aquí se puede ver el vídeo).

19 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’segunda sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

4-6 de junio, (Salamanca).
Taller ‘No me chilles que no te veo’ & Taller ‘TEO va a la cocina’, IV Encuentro de la Red de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Red esCTS).

7 de junio, (Can Batlló, Barcelona).
Primavera Cacharrera, un encuentro organizado por ‘En torno a la silla‘ para fundar alianzas y encontrarnos con otras personas o colectivos de cacharrerxs.

17 de junio, (BAU, Barcelona).
‘Cuidar la usuarización: Hacia una ética del cuidado en el diseño colaborativo de ayudas técnicas’ (con Marga Alonso –OVI Bcn– y Alida Díaz –En torno a la silla…), una presentación en la I Jornada de Objetologias: la materia contraataca, del grupo de investigación Objetologías acerca de ‘La mesi‘, para poder debatir sobre los retos que supone el diseño de bajo coste y la singularización de ayudas técnicas.

22 de junio, (Barcelona).
Mini Maker Faire, con En torno a la silla y Handiwheel.

26 de junio 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa).
Producir máquinas, producir territorios encarnados de intersección, 6ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?,  con En torno a la silla, Yes we fuck y Post-Op/Pornortopedia.

1 agosto (Tallinn, Estonia).
Panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment‘, European Association of Social Anthropologists.

Referencias

Candea, M. (2013). The Fieldsite as Device. Journal of Cultural Economy, 6(3), 241–258.

Jasanoff, S. (2003). Technologies of humility: citizen participation in governing science. Minerva, 41(3), 223–244

Boehner, K., Gaver, W., & Boucher, A. (2012). Probes. In C. Lury & N. Wakeford (Eds.), Inventive Methods: The happening of the social (pp. 185–201). London: Routledge.

Créditos de la ilustración: “Sinergia” (con licencia CC BY-NC-SA) de Joan Fernández, alias negrescolor (cedida para la Primavera Cacharrera)

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Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora (y 3): Vulnerabilidad y mimo de la experimentación del cualquiera

Incubadora infantil con detección y control sin contacto

[Publicado en el blog Fuera de Clase – Periódico Diagonal]

Podéis descargar el PDF aquí

Con esta tercera y última entrega de “Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora” quisiera clausurar esta trilogía que se me estaba haciendo ya un poco larga. Y quisiera que este cierre tuviera que ver con poner sobre la mesa un debate, con proponer una reflexión sobre qué ignora en realidad la razón tecnocrática y qué efectos tiene esto sobre esas experiencias epistémicas “fuera de clase”.

Permitidme, pues, antes de nada una recapitulación de la narrativa fragmentaria desplegada hasta ahora desde el pasado verano:

(1) La primera entrega, “¿Del doctor como el mejor gobernador?”, se hizo bajo la forma de un aviso, intentando reconocer un timbre de bajo fondo que recorre la transformación de saberes, técnicas y prácticas políticas contemporáneas. Quería situar el debate en las formas menores en que se expresa eso que he venido en llamar “la razón tecnocrática”, intentando enunciar algunos modos concretos en que busca capturar o asediar la experimentación del cualquiera. No pudiendo en un único post más que advertir vagamente la tenebrosa mezcolanza que esta práctica epistémica y política muestra en la actualidad –esa tenue línea que une “meritocracia”, “talento” y “titulitis” con “atribución de capacidad política”, algo así como una agencia de rating de la participación y la voz en lo que nos concierne– y teniendo de bajo fondo de mi argumento un clamor a favor de la humildad epistémica: no olvidar la necesidad de pensar que para que exista democracia esta debe ser un asunto del y desde el cualquieray, así, evitar que reproduzcamos las escalas de valores, jerarquías de saberes y funciones políticas que han tejido este espacio institucionalmente tenebroso que es el Estado español. Recordemos, si no, el lóbrego papel de los psiquiatras durante el Franquismo, o el papel que en ese orden institucional han venido ocupando ciertas posiciones profesionales, que siguen siendo relevantes para pensar la “Cultura de la Transición (CT)”, como el médico, el arquitecto, el ingeniero, el economista, el abogado, etc. (Nada más lejos de mi intención que vilipendiar saberes cruciales para nuestro sustento cotidiano, así como para abrir nuevos espacios de experimentación epistémica, sino rehusar ese gesto de desdén que algunas personas ponen en acto cuando practican de un modo tecnocrático su posición profesional o cuando reclaman pasivamente el advenimiento de la tecnocracia como solución a nuestros males).

(2) La segunda entrega, “¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?”, se planteó en la clave de la esperanza, intentando transmitir la sorpresa y gozo que debiéramos sentir ante la apertura o el corrimiento de tierras experimentales que se ha venido produciendo en nuestras prácticas epistémicas recientes. Hablaba del estallido reciente de lo que llamé “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido dislocando o desplazando la práctica epistémica y política de los lugares e instituciones del saber y la gobernanza hasta ahora instituidos, generando nuevos dispositivos para pensar colectivamente, compartir herramientas y probar o ensayar formas de lo político; pero también intentaba poner el énfasis en la importancia de que estas experimentaciones han venido resquebrajando aún más la brecha entre expertos distanciados y sus cobayas (con o sin consentimiento informado). Me detenía, por tanto, en la hibridación de la cultura libre y el activismo encarnado que los estallidos post-15M han venido poniendo encima de la mesa con fuerza, por nombrar ámbitos de creación epistémica y política reciente que considero abren un lugar específico para “lo fuera de clase”.

Hablaba, sin embargo, de experimentación no sólo porque me guste ser juguetón con las palabras o simplemente por incorporar un vocablo cool del ámbito del arte, sino por la cercanía o vecindad de estos modos de producción de conocimiento con la práctica real de los laboratorios científicos (y no su visión mítica): porque en estos espacios se nos hace necesario explorar constantemente los afueras de nuestros modos convencionales de pensar y actuar; haciéndonos cargo de la materialidad cambiante y vibrante que nos constituye, en mundos complejos como los contemporáneos, donde nos des/componemos a través de nuestras relaciones con microbios y afecciones somáticas muy diversas, infraestructuras de comunicación, catástrofes climáticas, sistemas de vivienda, formatos de propiedad intelectual, etc. que posibilitan articular sociomaterialmente nuestra agencia; esto es, que permiten o interfieren en nuestras posibilidades de actuación particulares para hacernos cargo de lo que nos afecta. Y me regodeaba en el hecho de que el resultado que su unión ha producido una situación novedosa, que ha permitido a las antiguas cobayas de la razón tecnocrática explorar y experimentar con otras alternativas vitales y existenciales, buscando maneras para devenir algo así como “cobayas auto-gestionadas”, haciendo “la revolución de los cuerpos, desde los cuerpos, para los cuerpos, en los cuerpos…”, esto es, desde su diversidad radical.

Los posts de Adolfo Estalella y Luís Moreno Caballud, que interpelaron lo que aquí escribía, especificaron y mejoraron la propuesta para dar cuenta de ámbitos con los que dialogaba, pero no desarrollaba: hablaban de la importancia para el estallido de esta experimentación epistémica de un amplio tejido de prácticas culturales, que ha venido constituyendo un campo fértil de reflexiones sobre la creatividad y sus agujeros negros. Ambos textos colocaban el foco en las relaciones complicadas entre las nuevas prácticas epistémicas experimentales –que han saltado del ámbito de las profesiones creativas y se han diseminado con la aparición de fenómenos de hibridación epistémica, mencionando las mareas como un buen ejemplo de ello– con las innumerables formas de gestión del emprendizaje cultural. Unas formas de gestión a las que podríamos oponerles una reflexión sobre el “derecho a la experimentación”, así como sobre la vulnerabilidad relativa al carácter encarnado de la práctica cultural.

Nurses and babies at the Infant Incubator Institute or “Infantorium” (1905)

Experimentar (con/desde) la vulnerabilidad

“Pensar la vulnerabilidad surge como una necesidad frente al omnipotente relato de autosuficiencia en el capitalismo contemporáneo. Aquel que afirma que la vida es un camino individual, no compartido. Pero también frente a la mercantilización de nuestra fragilidad. La búsqueda legítima del bienestar deviene suculento negocio acorde con la idea de que empeñándonos podemos lograr la plenitud” (Silvia L Gil)

Pero ¿qué fue aquellas caras frescas de hace tres años, que creían poder cambiar el mundo de cabo a rabo, experimentando en la calle, juntándose con gente que no conocía de nada, poniendo en marcha mil y un proyectos e iniciativas de todo tipo, sometiéndose a los rigores de otra nueva propuesta de micro-financiación colaborativa y transparente para poder seguir haciendo? El caso es que no paramos, y cada día nos faltan menos razones para seguir no-parando, pero mientras tanto el escenario de darwinismo social se extiende y, por el camino, nuestras vidas se nos muestran cada vez más fragilizadas. Tanto que, seguramente, “llevamos el cansancio en nuestra mirada”. El coste, como en todo buen darwinismo social que se precie, lo estamos pagando de diferentes maneras todos, pero quienes más sufren son quienes ya no pueden ni cuidarse o no pueden hacer otra cosa más que malcuidar y malcuidarse… Nuestra existencia es ontológicamente frágil, pero lo es más aún si no se cuida nuestra fragilidad para que ésta pueda ser una potencia. Y, por muchas razones, esa fuente de esperanza de las comunidades epistémicas experimentales no ha conseguido hasta ahora convertirse en una ecología de prácticas estable, sino en un tenue oasis acechado y cercado por todos los sitios (¿con la intención de que devenga, quizá, espejismo?).

De alguna manera, esa amalgama extraña que he venido llamando “razón tecnocrática” no sólo no ha ignorado toda la experimentación que hemos venido practicando, sino que la quiere convertir, más bien, al nuevo orden basado en la “innovación”, nuevo modo específico de “hacer vivir, dejar morir” (por utilizar los términos de Foucault) de nuestras contemporáneas élites extractivas. Observemos, si no, las recientes noticias sobre los tejemanejes de Telefónica en torno al Medialab-Prado y la lucha abierta por la iniciativa SaveTheLab para contrarrestarlos –intentando visibilizar lo mucho que ha hecho este espacio para abrir un lugar para la experimentación epistémica del cualquiera, para dar cabida y soportar el procomún, “eso que es de todos (y no es de nadie)”–. La razón tecnocrática se quiere plantear liderando la revolución del talento, situando en la lucha por la cúspide a todos aquellos que quieran competir con su creatividad, creando y generando nuevos formatos de mini-empleo competitivo y articulando formatos de evaluación donde se especula sobre el valor relativo de procesos de “emprendizaje” o “emprendeduría”, siempre cada vez menos institucionalizados o permanentes. Por citar alguna de las cuestiones que comentaba Luís Moreno Caballud en este espacio hace unos meses: “El capitalismo neoliberal ha aprendido a poner a trabajar a el ocio y las capacidades creativas de la gente, a usar en su beneficio todo el caudal inmenso de producción cultural que los nuevos públicos activos educados en la cultura de masas y ahora en la cultura digital canalizan cotidianamente”.

Frente a ese escenario de darwinismo social, creo tiene sentido intentar balbucear, enunciar, poner nombre a “eso” que la razón tecnocrática ha ignorado y que no es estrictamente el conocimiento (troceado y distribuido hasta el infinito comoinformación) ni la creatividad (desfigurada y precarizada hasta la náusea por las políticas de innovación y emprendizaje), sino la experimentalidad de nuevas prácticas epistémicas y, más aún, la vulnerabilidad que sufren (porque toda práctica es vulnerable, en tanto requiere de un contexto específico para tener lugar, existir o mantenerse en el tiempo), pero que pudiera ser también lo que las alimenta y dota de potencia. Hablo de que las alimenta o dota de potencia porque la experimentación con la vulnerabilidad ha venido convirtiéndose recientemente en algo que blandimos para construir conocimiento juntas, desde lo que nos atañe, poniendo en valor nuestra singularidad, siempre de forma situada y, por ello, atendiendo a “la novedad”: porque es a partir de esa vulnerabilidad reconocida de nuestras prácticas y lo que las afecta que podemos comenzar una exploración de lo que la razón tecnocrática ignora, pudiendo llegar a “hacer ciencia con los desechos” (como bien expresa Antonio Lafuente al referirse a las rebeliones de enfermos, de colectivos de afectados que han venido vindicando, tramitando y construyendo conocimiento con aquellas evidencias o restos epistémicos que diferentes disciplinas habían dejado fuera del foco –su sufrimiento, los efectos secundarios de los fármacos, las enfermedades raras que nadie estudia, las posibilidades organizacionales y sanitarias más acogedoras con la diferencia, etc.–, empoderándose para construir otras relaciones con lo que les afecta, desde su fragilidad). Por tanto, si en el anterior post celebraba la importancia de la experimentalidad, creo que ahora necesitamos un desplazamiento de esa esperanza en la experimentación a una defensa del cuidado de la misma, como la mejor propuesta política que pudiéramos desarrollar para mantener con vida los espacios y conocimientos “fuera de clase”.

Sugiero llamar “mimo” a ese cuidado y atención cotidiana que requiere la experimentación con pasión; a ese buen hacer o a ese querer producir cosas o entornos para vivir mejor atendiendo a la vulnerabilidad de nuestras prácticas epistémicas experimentales. Lo que quisiera plantear aquí es el peligro atroz ante el que la razón tecnocrática nos sitúa; puesto que corremos el riesgo no ya solo de perecer o morir de hambre, sino de perder la capacidad de continuar experimentando ante esa gestión innovadora de la creatividad y el talento que nos matan de hambre… Es este olvido de la vulnerabilidad el que lleva a no considerar la propia vulnerabilidad inherente de nuestras “comunidades epistémicas experimentales”, la fragilidad constitutiva de sus prácticas: corporal, infraestructural, afectiva, epistémica. Y aunque nunca sepamos a ciencia cierta “cuánto puede un cuerpo colectivo” (razón por la que necesitamos seguir haciendo para experimentar en qué consiste prácticamente nuestra vulnerabilidad y nuestra potencia), este texto de cierre busca proponer el mimo como un imperativo, una tecnología política no necesariamente “estadocéntrica” que permita hacernos sensibles a los modos y elementos necesarios para seguir experimentando sin hacernos más vulnerables por el camino, para construir espacios y procesos más igualitarios. Esto es, más allá de los horizontes institucionales del paternalismo estatalista, la tecnocracia rampante y la precariedad absoluta.

Haciendo este giro quisiera resaltar la importancia de colocar en el centro del debate la vulnerabilidad de esos espacios y nuevas prácticas epistémicas experimentales. De las experiencias de vulnerabilidad y desamparo compartidas en los últimos años, quisiera haber aprendido que la esperanza, ese ejercicio constante de generación de posibles, es un trabajo crucial e ímprobo de abrir futuros. Un trabajo necesario, pero al que en no pocas veces nos sometemos colocando en la trastienda, olvidando nuestra vulnerabilidad constitutiva, eso que nos haría caer los brazos si siguiéramos haciendo en ciertas condiciones de precariedad. Si queremos abrir posibles no podemos olvidarnos de tratar “eso que nos permite experimentar”.
“De la Couveuse pour Infants” de Auvard (1883)

Responder al imperativo del mimo, sostener la experimentación del cualquiera

“Qué tipo de valor producen los encuentros, los cuerpos y los afectos, qué producimos en el ser-juntas de nuestros colectivos, cómo damos cuenta yhacemos cuentas de ese valor. Cómo se pone en común y cómo se generan cercamientos a esos saberes, valores y territorios de vida producidos colectivamente. ¿Cómo saltar de la productividad a la producción de territorios comunes de vida?” (esquizobarcelona)

Enunciar algo así como un “imperativo del mimo” aplicado a las prácticas de nuestras comunidades epistémicas experimentales nos invitaría a pensar en clave de cómo sostener la experimentación del cualquiera, yendo más allá de las declaraciones de intenciones sobre los parabienes de la cultura libre o el igualitarismo: hay que trabajar para permitir que los prototipos puedan mantenerse en ese estado permanentemente ß, pero sin olvidarnos de la continuidad necesaria para la implementación de estas ideas; evitando dejar de lado que las cosas nunca se hacen de una vez y para siempre, que el trabajo de traer algo a la existencia puede tirarse por la ventana si no se practica continuamente el mimo al que esa creación nos convoca; que por experiencia las cosas no duran, pero que no duran nunca de la misma manera y que tenemos que poder experimentar con lo que quiere decir la durabilidad en cada experimentación; que para que se mantengan las cosas en pie hay mucha gente e infraestructuras técnicas y afectivas implicadas, por lo que mejor no olvidarse nunca de la desigual distribución del trabajo que esto implica y la necesidad de un cierto mimo a la hora de pensar en evitar que nos dejemos a alguien fuera y que busquemos las mejores condiciones para el cualquiera siempre desde su diversidad; porque no sólo construimos con las ficciones, ideas y declaraciones de intenciones (cruciales para abrir lo posible), sino mimando nuestros terriblemente complejos arreglos sociomateriales, aprendiendo a “comprometernos” –en el sentido que le dota Marina Garcés a este término–, a explicitar que “el compromiso empieza en el hecho de reconocer que ya vivimos implicados, que ya vivimos en esas relaciones de interdependencia que nos vinculan los unos a los otros” y que comprometerse es ponerse en un compromiso, explorar las formas cambiantes de nuestra vulnerabilidad, compartiendo los problemas con los otros para poder ser más autónomos.

¿Cómo aprender, por tanto, a comprometernos, a sostener o, mejor, a institucionalizar este mimo, este cuidado de la experimentación que no puede sino ser experimental? Esa es la tarea colectiva que tenemos ante nosotras –y a la que quizá podamos ir contribuyendo desde este blog–, porque sostener y defender la experimentación del cualquiera, requiere pensar en instituciones que puedan mantener no sólo a las personas que experimentan o sus efectos, sino también las infraestructuras a partir de las que cualquiera pueda devenir experimentador, para que pueda seguir existiendo el conocimiento libre para que quien quiera pueda ponerse a experimentar con unas mínimas garantías. De hecho, algo parecido a esta reivindicación del mimo creo que se integra en recientes debates entre lo público y lo común (entre los formatos de gestión estatalizada o comunalizada, sus pros y sus contras).
Cómo hacer una incubadora casera (1944)

Experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación

“Internet permite que aquellos saberes que se consideraban informales, saberes comunes y corrientes pertenecientes a la vida cotidiana, competencias y pericias para desenvolverse en la realidad más mundana se transmitan, formalicen y compartan y, de esa manera, se revaloricen y cobren una relevancia que, de otra manera, quizás, hubiera pasado desapercibida […]. De lo que se trata, en el fondo, es de rescatar del olvido saberes valiosos para quien los necesite, de conceder cierta forma de reconocimiento comunitario a quien los comparte, de reivindicar la importancia de esos conocimientos supuestamente disminuidos frente a los conocimientos que la ciencia da por prevalentes” (A. Lafuente, A. Alonso & J. Rodríguez, ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido. Madrid, Cátedra, 2013: p. 53).

Dado que necesitamos aprender a mimar y encontrar modos y maneras de sostener nuestras comunidades epistémicas experimentales para que estas no sólo no se marchiten, sino que nos permitan seguir haciendo futuros mejores, quisiera sólo, proponer algunas vías de indagación a partir de las que pudiéramos dotar de contenido a esas instituciones que acogieran ese imperativo, así como  reconocer y mejorar como tales a esas instituciones que nos han venido ayudando a  sostener y dar sentido a nuestra experimentación desde el reconocimiento de su vulnerabilidad:

(a) ¿Qué modos de experimentación epistémica seremos capaces de producir con diferentes formatos incipientes o más desarrollados de institucionalidad?
(b) ¿Cómo articularemos, daremos voz y sitio en ellos a las vulnerabilidades (que no conocemos más que en la práctica o montando dispositivos para reconocerlas) de todo ejercicio experimental? ¿Cómo se podrá elaborar la conciencia de las mismas y de los modos de acometerlas, tomarlas en consideración?
(c) ¿Qué ejercicios de mimo se han venido ya planteando para sostenerlas o sortearlas, ya sea a partir de prácticas ad hoc o de ejercicios de construcción de un entorno sociomaterial (organizativo, técnico, económico, legal, etc.) acogedor para las mismas?
(d) ¿Cómo debieran ser, en suma, las instituciones que pudieran acoger ese mimo que permita la experimentación del cualquiera?

Quizá no sea suficiente la atención a la conservación de la diversidad epistémica mediante repositorios u otros formatos diagramáticos de documentación de nuestras prácticas de creación y experimentación archivando el conocimiento, haciendo la clasificación visible, permitiendo “su descarga para que no muera y siga vivo” (como no ha venido bastando en áreas como la biodiversidad o la diversidad cultural).

Quizá tampoco sirvan únicamente espacios proliferatorios o dinamizadores y potenciadores de las comunidades epistémicas experimentales, ayudando a hacer propuestas de mundos posibles, germen de millares de nuevas sociedades, formatos de relaciones y dispositivos de pensamiento…

Quizá debemos refundar o luchar por nuevos formatos de institucionalidad para nuestras prácticas epistémicas experimentales, pensados para que el cualquiera pueda venir a poblarlos, atentos a todas las voces que quedan fuera; y eso no lo podremos hacer sin cuidar de la experimentación epistémica: porque siempre necesitaremos de otros arreglos o de arreglos cada vez más específicos, sin los cuales nuestra vida no sólo sería menos interesante, sino en ocasiones inviable. La experimentación será crucial para pensar espacios pensados desde la vulnerabilidad y la necesidad de un cuidado emancipador e igualitario, desde la promoción la igualdad de oportunidades, el desarrollo colectivo de las singularidades y la diferencia.

Quizá necesitemos, por tanto, montar o refundar mimatorios, donde estas prácticas experimentales tengan cobijo, pero no como las fallidas incubadoras neoliberales (esosviveros de iniciativas de negocio), que no nos dan más que un cascarón vacío en el que sólo quedan los restos de la experimentación con olor a huevo podrido. Pienso más bien en espacios auto-gestionados por construir donde poder llevar a cabo nuestros quehaceres experimentales, donde poder controlar nuestro sostén, manteniendo vivos nuestros saberes de la experimentación y su relación particular con materiales, prácticas, ideas, herramientas, etc. Pero también espacios donde se mimen estas prácticas para que redunden en un buen hacer, donde se prueben y se experimenten formatos para dotarlas de condiciones mínimas de subsistencia y remuneración.

Necesitamos espacios donde experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación, porque en momentos aciagos como éste nos va la vida en ello…

[Dedicado a toda la gente linda con la que he venido aprendiendo a reconocer la vulnerabilidad, así como la necesidad de mimar la experimentación en diferentes espacios experimentales: como los que he venido compartiendo con lxs colegas de En torno a la silla y la OVI de Barcelona, EXPDEM y la Red esCTS, Fuera de Clase y TEO.
Agradezco especialmente a Adolfo Estalella su lectura atenta de este texto y sus sugerencias con alguna de las partes más oscuras del mismo, y también a Blanca Callén, con quien he venido en los últimos meses dando algunas cuantas vueltas a este problema de la vulnerabilidad y la experimentación]

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Experimentar con la colaboración etnográfica, colaborar en experimentos etnográficos

Publicado originalmente en el blog del proyecto de investigación EXPDEM

El presente texto es parte de una reflexión conjunta a lo largo de los últimos meses junto con Adolfo Estalella, que ha cristalizado en el panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment’ para la EASA 2014, abierto a la recepción de propuestas hasta el 27 de febrero de 2014.

Por otro lado, mi inquietud política y epistémica por la experimentación con la colaboración etnográfica o por la colaboración en la experimentos etnográficos está plenamente vinculada a mi participación como etnógrafo/documentador en el proyecto “En torno a la silla”, un pequeño colectivo activista que experimenta con el diseño libre, abierto y colaborativo de productos de apoyo desde la filosofía de la diversidad funcional (mi particular colaboración, asimismo, en los estudios de caso del proyecto EXPDEM); una práctica de aprendizaje que se ha vuelto a su vez un lugar para la exploración reflexiva sobre el “quién puede diseñar” o el “cómo y para quién se diseña”. Para ello nos hemos dotado de algunas infraestructuras digitales colaborativas para el registro y la descripción de las situaciones, extremadamente frágiles, ante las que nos vamos enfrentando para pensar “qué hacemos”, “cómo y para qué lo hacemos” o “hasta dónde podremos seguir” (dada la precariedad de medios), como el blog del proyecto o un documental interactivo en proceso de realización…

2013-06-13 18.54.33

1. El trabajo de campo nunca volverá a ser lo que fue…

¿Y si el trabajo de campo etnográfico ya no tuviera lugar en el campo (con tribus o grupos pequeños)? ¿Y si las personas con las que nos relacionamos ya no fueran “informantes”? ¿Y si no hiciera falta irse a un lugar remoto para documentarlo exhaustivamente, compararlo con nuestra forma de vida y decir algo interesante sobre el mundo que vivimos? ¿Y si quien fuera lejos (geográfica o metafóricamente) y volviera para contarlo no siempre tuviera la razón, ni controlara el relato, porque lo que dice en ese “estuve allí, hice esto, esto es así” circula con cada vez mayor supervisión, ya sea de comités de ética disciplinares o de las propias comunidades con las que se trabajó? ¿Y si lo que investigamos ya no tiene sentido únicamente para ser publicado bien como monografía o como obra audiovisual?

Por si no hubiera suficientes problemas con el ejercicio de la práctica etnográfica (de la que están los libros llenos, véase por ejemplo, el fantástico manual de Guber, 2005), ante muchos de estos dilemas se están enfrentando innumerables etnógrafos. De hecho, desde hace varias décadas se habla exhaustivamente y con profusión de “la crisis reflexiva de la etnografía”, un terremoto anti-exotizante y descolonizador que sacude internamente la disciplina de la antropología, poniendo el acento en los problemas epistémicos y políticos del ethos realista/naturalista del trabajo de campo, cuyos asertos fundan su autoridad en periodos prolongados de “inmersión” (al modo de la observación participante malinowskiana), así como en particulares modos de representación con autoría individual, derivados cientificistas del relato de viajes. Desde entonces, innumerables trabajos han venido sacando a la luz el problema de las retóricas, de los modos de producción de conocimiento, de la interpretación y las múltiples maneras en las que se puede teorizar y componer el relato etnográfico más allá del género naturalista exotizante sobre un pueblo o tribu con autoría individual (Clifford & Marcus, 1986; van Maanen, 1988). Como resultado, y tal y como reza el título de una reciente compilación, “el trabajo de campo ya no es lo que era” (Faubion & Marcus, 2009).

Numerosos trabajos están problematizando estas cuestiones a partir de una reflexión sobre las propias condiciones del trabajo de campo etnográfico en el mundo contemporáneo, considerando los formatos de construcción de objetos de indagación, la localización geográfica de los mismos, así como los formatos de producción de conocimiento que debemos o podemos buscar. Por ejemplo, se habla de llevar el trabajo de campo más allá de la localidad o el lugar único, proponiendo y discutiendo sobre las promesas y problemas de formatos de “etnografía multi-situada o multilocal” (Marcus, 2001; Candea, 2010): respondiendo al intento de capturar objetos etnográficos con escala multi-local, como las nuevas corporaciones transnacionales o las ordenaciones (post)coloniales. Pero, también, de romper con los modos de presentación y producción de conocimiento de la etnografía, realizados en muchas ocasiones al modo de una crítica “externa”, en dos sentidos: sobre la base de un corpus teórico ajeno en muchas ocasiones al lenguaje nativo, hechos por foráneos o extranjeros que llegan y se van, no responsabilizándose en muchas ocasiones por el devenir de lo que ahí ocurre.

Como modo de tomar en consideración los problemas éticos y epistémicos que este tipo de gestos provoca, se ha venido proponiendo que nuestros trabajos etnográficos estén más bien centrados en producir formas de “crítica inmanente”, expresadas en el lenguaje nativo, intentando co-articular los problemas con los del campo para evocar nuevas soluciones (Marcus & Fischer, 1999); pero también se propone como alternativa “repensar la teoría etnográficamente”, no al modo de un nuevo naturalismo, sino intentando convertir los modos epistémicos presentes en nuestros objetos de investigación en aquello desde y con lo que construimos nuestros conceptos y teorizaciones, siempre contingentes y situadas (Henare, Holbraad & Wastell, 2007).

En suma, el campo, según Gupta y Ferguson (1997), se ha venido convirtiendo cada vez más en un “lugar político”, rompiendo con la vieja homología etnográfica entre “lugar geográfico” y “objeto o tema” que obligaba a dar cuenta del pueblo al que se iba a hacer trabajo de campo (siendo la etnografía un ejercicio de “inscribir o relatar un ethnos”, generándose, a su vez, teorizaciones prioritariamente sobre la base del modelo de la tribu o la comunidad). La propuesta de Gupta y Ferguson vendría a ser la re-construcción teórica y metodológica de nuestros objetos de investigación, explicitando la política de nuestras elecciones, así como politizando la forma en la que la llevamos a cabo (Amit, 2000): ya sea por la reflexión sobre la geografía y los modos de producción de conocimiento (esto es, la selección del lugar, el tema y el qué observar; los recortes sobre los materiales y su autoría; las instituciones que promueven y sancionan la veracidad de lo así dicho) como por el intento de que su resultado no sea necesariamente un mero producto académico.

Esto está llevando a la producción de relatos evocativos o detonadores de reflexiones y acciones que tienen por objetivo no sólo describir, sino generar debate sobre sus propias condiciones de producción –centrándose en las condiciones de la producción de verdad y sus limitaciones (Fassin y Bensa, 2008)-, que buscan intervenir o interferir en la obsesión analógica/totalizante del trabajo de campo al modo naturalista (Strathern, 2004), reivindicando la explicitación de los métodos empleados, sus huecos, la parcialidad de su tarea, sus recortes y alteridades –así como su violencia- como algo constitutivo al ejercicio epistémico y político implicado en todo acto de “dar cuenta de” (para una buena intervención en estos debates, véase el texto de Marrero, 2008).

Han corrido ríos de tinta sobre estas cuestiones y no pudiera pretender resumir más que brevemente algunas de sus tensiones. En este escrito, sin embargo, quisiera introducir y animar una reflexión en torno a la promesa metodológica, epistémica y política de uno de los aspectos que han ido ganando más relevancia frente a esta recurrente crisis sobre la producción de conocimiento en la etnografía: el estallido de “la colaboración” como campo experimental de producción de conocimiento y como lugar para dirimir qué se puede decir y cómo, así como quién puede decirlo…

2. El estallido de la colaboración etnográfica y la promesa de una etnografía más abierta/en abierto

 “La colaboración”, por tanto, se nos aparece como nuevo tropo etnográfico a partir del que se está produciendo una de las renovaciones metodológicas más interesantes en este horizonte de crisis: ya sea como tema (las nuevas formas colaborativas del mundo contemporáneo) o como nuevo objeto metodológico de la etnografía (las nuevas formas de colaboración con las personas y colectivos “con los que” investigamos), en tanto que pone el foco prioritariamente en la intervención sobre los formatos de la voz, la autoridad y la autoría etnográfica.

Como comenta con profusión Annelise Riles (2013), la colaboración no es, ni mucho menos, algo nuevo en la etnografía –véase los ejemplos y dilemas éticos planteados por Ruby (1992) en el ámbito de la antropología visual y el documental–, como tampoco lo es en la investigación social (véase el post de Sergi Fàbregues). Pero sí pudiéramos decir que existen situaciones y dinámicas contemporáneas que están produciendo transformaciones colaborativas profundas en el modo de producción contemporánea del conocimiento, que contienen tanto promesas como nuevas condiciones problemáticas sobre cómo llevar a cabo nuestra tarea etnográfica. Buena prueba de esta renovada esperanza depositada en la colaboración son las diferentes contribuciones que inauguraban la interesante revista Collaborative Anthropologies (véase Cook, 2008; Field, 2008; Fluehr-Lobban, 2008; Holmes & Marcus, 2008a; Peacock, 2008; Rappaport, 2008; Reddy, 2008; Schensul, Berg, & Williamson, 2008).

Una de las transformaciones innegables de las que debiéramos dar cuenta sería el estallido del uso de innumerables plataformas digitales para el trabajo colaborativo como nueva infraestructura para el desarrollo de la colaboración etnográfica. De hecho, estas plataformas están siendo analizadas y empleadas en algunos proyectos etnográficos contemporáneos –cómo el trabajo de Kelty et al. (2009) sobre la participación en internet, o el trabajo de Fortun (2012) sobre el asma–, en la medida en que permiten probar y componer diferentes modalidades de la colaboración (Fish et al., 2011), o por emplear las palabras de Adolfo Estalella, en su curso impartido hace escasos días, porque quizá estos métodos y medios digitales nos permitan testear “nuevos prototipos para la investigación social” (métodos siempre en ß, como las versiones del software libre).

Sin duda, la transformación y las posibilidades que estas plataformas digitales pueden ser enormes (para una reflexión más detallada sobre el contenido y el método de estas cuestiones, véase Estalella, 2011): no ya sólo porque estas plataformas pueden llegar a permitir una reconfiguración de la división del trabajo epistémico –más allá de la que distingue o separa a investigadores, de un lado, y sujetos de la investigación, a otro–, permitiendo de diferentes modos la implicación epistémica y la autoría a las propias comunidades con las que se investiga, sino porque también se sitúan en la encrucijada de la economía política del conocimiento contemporánea. Una economía política del conocimiento que afecta no ya sólo a los modos de colaboración o participación, sino que puede llegar a alterar profundamente los modos y los medios en que se registra, documenta y hace circular la información relevante para una indagación, por no hablar de la articulación de formatos de autoría, así como los formatos de sanción de la verdad ahí producidos (más allá de las sanciones puramente disciplinares).

Estas nuevas plataformas digitales colaborativas han generado en algunas personas el interés de llevar a cabo lo que podríamos llamar una etnografía “más abierta” o “más en abierto” (a more open ethnography; nótese que se plantea como una cuestión de grado, no como la posibilidad de una apertura total), puesto que quizá permitan un incremento de la trazabilidad/transparencia/visibilidad de los contenidos y medios a partir de los que pensamos, pero también porque posibilitarían una apertura de las capturas digitales y de ciertos materiales etnográficas para su reinterpretación colectiva: esta es la razón por la que por ellas se hace circular un ideal ético-político de producción colaborativa y en abierto del conocimiento, abriendo la investigación a escrutinio, pero no necesariamente o no sólo de sus materiales (porque habrá algunos que no puedan abrirse), sino de su proceso de articulación; una etnografía que se coloque en un lugar visible, que no esconda su proceso de producción, que busque una suerte de permanente ‘objetivación participante’ (Bourdieu, 2003): una objetivación, una explicitación de los modos en que producimos conocimiento, pero objetivando a su vez los modos e infraestructuras de las que nos dotamos para pensar colaborativamente. Un formato que permitiría que más gente pudiera interpelarnos e intervenir en nuestros procesos de indagación y de pensamiento que introducen, a su vez, nuevos problemas, dilemas y retos éticos (como el creciente registro, localización y trazabilidad de informantes en situaciones problemáticas o comprometidas).

“Lo digital”, por tanto, se nos aparece como un lugar de exploración y de observación, en tanto y en cuanto puede estar siendo el lugar de la más profunda “reconfiguración e innovación de nuestros métodos” (Lury & Wakeford, 2012; Marres, 2012; Ruppert, Law & Savage, 2013). Tal y como lo muestran las innumerables reflexiones sobree el código abierto y la propiedad intelectual de muchas de estas plataformas, con todo el sinfín de discusiones sobre el control y la circulación de la información y de las infraestructuras informacionales que abren (Kelty, 2013; Coleman, 2013), nos hablan de un vector prometedor, pero también de un nuevo lugar comprometido para el desarrollo de nuestras formas etnográficas colaborativas… Sin olvidarnos de las trampas y los agujeros negros de la colaboración, o los compromisos ante los que nos sitúan los fines “extractivos” desarrollados por algunos formatos corporativos (Riles, 2013).

En cualquier caso, esta alteración profunda en el “cómo” y en el “quién” de lo empírico permitida por estas nuevas infraestructuras para la colaboración epistémica no supone necesariamente que las personas formadas en las ciencias sociales dejen de tener importancia, que su entrenamiento y sus prácticas no sean relevantes para la producción de un discurso riguroso y comprometido sobre el mundo, pero que no sólo lo pueden ser “porque sí” y menos “por encima de” las personas sobre, acerca de, junto con las que habla o reporta (más aún cuando las propias infraestructuras de las que nos dotamos para explorar e indagar colaborativamente están llevando a que se distribuyan, valoren y visibilicen las tareas de las que hace gala los etnógrafos –el trabajo analítico e interpretativo, el trabajo documental- permitiendo una pluralización sin límites de los accounts y de los accountants). Pero tampoco suponen necesariamente que la única alternativa posible sea alinearse con la crítica a lo académico o científico tout court que se estila por parte de algunos científicos sociales militantes que, de una manera perfectamente comprensible y razonable, operan desde los márgenes, poniendo sus saberes y sus métodos al servicio de los colectivos desfavorecidos, los movimientos sociales o de grupos subalternos.

Creo que más bien nos situamos ante un horizonte donde los límites entre lo académico y lo profano, entre lo epistémico y lo político pueden ser re-pensados experimentalmente a partir del empleo y exploración de diferentes modos/métodos de colaboración: ese el horizonte prometedor y comprometido (en los dos sentidos del término: de implicación activa y de situación de compromiso), que anima este breve escrito.

3. El reto de las situaciones ‘para-etnográficas’ para el desarrollo de una etnografía como colaboración/experimento

¿Qué puede querer decir experimentar en diferentes prácticas colaborativas? Si importamos al ámbito etnográfico (véase Sánchez Criado y Callén, 2013) las ideas sobre lo que para la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers caracteriza la experimentación –en su caso en las ciencias experimentales- pudiéramos pensar que la principal novedad reside en montar situaciones (en su dimensión híbrida sociomaterial) para dotar a lo que en esa situación emerja del poder de dotarnos del poder de hablar y pensar de nuevas maneras; esto es, un montaje experimental de situaciones para generar “nuevas causas del pensamiento” (Stengers, 2006, 2010): el montaje experimental de dispositivos epistémicos siempre abiertos a nuevas preguntas a partir de lo que ahí surge, basados en intentar advertir la novedad radical de cada forma de colaboración… (Harvey, 2008; Marcus, 2013).

Sin embargo, la preocupación por el desarrollo de estos formatos colaborativos para la etnografía quizá llegue tarde a la escena… O al menos a algunas de ellas. Pienso, por ejemplo, en la escena de las movilizaciones digitales ocurridas en torno a la cultura libre en el estado español (por no hablar de lo ocurrido en el 15M), donde a mi juicio en los últimos años se ha venido viviendo un verdadero estallido de distintas “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido desarrollando e implementando los más diversos métodos y dispositivos colaborativos de experimentación epistémica dirigidos a los más diversos objetos/temas de análisis… hibridando en innumerables ocasiones la exploración científica y la investigación militante (Lafuente, Alonso & Rodríguez, 2013). Un sinfín de grupos o colectivos que han venido rompiendo con los modos tradicionales de investigar y de hacer comunidad, experimentando radicalmente con formatos de colaboración epistémica digital para dotarse de medios compartidos para una exploración colectiva en la que no se termina como se empezó, donde las categorías analíticas son permanentemente puestas en duda, como parte de un ejercicio de “pensar(se)”; pero también donde sus formatos de colaboración no quedan indemnes del ejercicio experimental, como parte de un trabajo permanente de “componer(se)” –siendo uno de los mejores casos para pensar en ello el propio Foro de Vida Independiente y Divertad, una “red de conocimiento emancipador“, en palabras de Antonio Centeno-.

La colaboración etnográfica con estas “comunidades epistémicas experimentales” creo que nos sitúa de una forma específica ante el reto de lo que Holmes y Marcus (2005, 2008b) han venido denominando situaciones “para-etnográficas”: aquellas en las que estamos investigando en entornos con sujetos altamente reflexivos sobre sus propias prácticas, empleando en muchas ocasiones el uso de prácticas, modos, métodos de registro y pensamiento muy similares a los de la propia etnografía, reclamando para sí en ocasiones el monopolio de las interpretaciones sobre sus prácticas. Imaginemos entornos científicos, corporativos o de saberes expertos (como espacios institucionales financieros o empresariales), pero también contextos artísticos o activistas, donde nuestra práctica de investigación etnográfica es permanentemente interpelada como práctica epistémica: ya sea porque el monopolio de la verdad “reside en” nuestros informantes (que no tolerarían o no estarían interesados en considerar ni tan siquiera nuestras interpretaciones, a menos que fueran parte de la propia comunidad), o porque son ellas o ellos el vector de la experimentación y la colaboración (Estalella y Corsín, en prensa; Calzadilla & Marcus, 2006), empleando con sutileza innumerables herramientas y estrategias para la colaboración epistémica para las que en ocasiones no somos más que unos ineptos.

Este tipo de contextos para-etnográficos hacen visible o más explícita una tensión específica sobre la producción de verdad que recorre en estos contextos colaborativos/experimentales contemporáneos. ¿Qué puede querer decir experimentar con la colaboración etnográfica en estos contextos? ¿Qué sentido puede tener en ellos querer proponer una redistribución de la etnografía –una redistribución de la experticia, de los modos de producir conocimiento, de los procedimientos de documentar, de la construcción de preguntas a partir de ciertos cuerpos disciplinares y de preguntas encontradas en el campo– más allá de la academia, convirtiéndola quizá en una herramienta “de código libre”? ¿De qué manera montar nuevas situaciones para pensar colaborativamente en ese tipo de espacios? Y, de forma más importante, ¿cómo experimentar con la colaboración puede ser  un modo de hacer crecer otros formatos para la etnografía?

Quizá el encuentro etnográfico colaborativo como lugar de la experimentación implique una transformación de qué hacemos junto con la gente y cómo, así como en el tipo de productos que tiene sentido que desarrollemos a partir de ello, lo que abre ante nosotros no ya sólo una vía de exploración sobre cómo desarrollar formatos colaborativos, sino de colaboración en la experimentación; siendo el principal reto para ello no sólo emular formatos y métodos de otras prácticas, sino la búsqueda y prueba de un método propio para cada indagación (Riles, 2013), dotándonos de los espacios, tiempos e infraestructuras necesarias para ello. En cualquier caso, sólo una reflexión atenta sobre la práctica con estos nuevos formatos de etnografía como “colaboración/experimento” podrán hacernos ver qué nuevos caminos y limitaciones empíricas puede haber o pueden plantearse para el desarrollo de una etnografía que pudiera ser “más abierta” y “comprometida”…

Referencias

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Categories
caring infrastructures ethics, politics and economy of care gendered division of labour installation legal maintenance and repair older people personal autonomy publications telecare valuation

Installing Telecare, Installing Users: Felicity Conditions for the Instauration of Usership

Installations

New collective article published in Science, Technology & Human Values, 39(5): 694-719!!

Installing Telecare, Installing Users: Felicity Conditions for the Instauration of Usership

 (co-written with Daniel López, Celia Roberts & Miquel Domènech)

Abstract:
This article reports on ethnographic research into the practical and ethical consequences of the implementation and use of telecare devices for older people living at home in Spain and the United Kingdom. Telecare services are said to allow the maintenance of their users’ autonomy through connectedness, relieving the isolation from which many older people suffer amid rising demands for care. However, engaging with Science and Technology Studies (STS) literature on “user configuration” and implementation processes, we argue here that neither services nor users preexist the installation of the service: they are better described as produced along with it. Moving beyond design and appropriation practices, our contribution stresses the importance of installations as specific moments where such emplacements take place. Using Etienne Souriau’s concept of instauration, we describe the ways in which, through installation work, telecare services “bring into existence” their very infrastructure of usership. Hence, both services and telecare users are effects of fulfilling the “felicity conditions” (technical, relational, and contractual) of an achieved installation.

Keywords: Telecare, older people, installation, configured user, felicity conditions, instauration, Souriau

Acknowledgements

First of all, we would like to thank Nizaiá Cassián for the collaborative work that led to the idea of this paper. Secondly, the research shown here is part of the project “Ethical Frameworks for Telecare Technologies for older people at home” (EFORTT, funded by the European Commission’s FP7 SiS programme, project no. 217787). We would like to thank Maggie Mort as coordinator of the project as well as the research teams for discussions. Thirdly, our acknowledgment goes to the different telecare services and users that took part in our studies, without whose support none of this could have been possible. Last but not least, the authors would also like to thank the two anonymous reviewers for their helpful comments in the development of this paper.

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¿Cuánto puede un cuerpo colectivo? Saberes mundanos, experticia y nuevas prácticas

¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?

Entre los meses de enero y junio tendrá lugar en la librería Synusia un curso/taller de autoformación destinado a la reflexión y experimentación sobre “¿Cuánto puede un cuerpo colectivo? Saberes mundanos, experticia y nuevas prácticas

  • Estructura del curso: 6 sesiones / 1 sesión mensual
  • Lugar: Ateneu Candela (C/Montserrat, 136 – Terrassa)
  • Inicio: 30/01/2014 – 19:00h
  • Período: de enero a junio de 2014
  • Horario: de 19:00h a 21:00h

Estas seis sesiones planteadas a lo largo del primer semestre de 2014 buscan, a partir de una serie de preguntas, abrir un campo de reflexión desde y en torno al cuerpo en primera persona.

Consideramos útil comenzar plantándonos delante de un par de preguntas generales que delimitarán los contornos de un campo común de reflexión. Cuestiones como ¿qué es un cuerpo? y ¿qué se entiende por cuerpo normal o por cuerpo sano? servirán como catalizadoras para situar conceptos clave que nos acompañarán en la caja de herramientas teóricas a lo largo de todo el curso. En esta primera parte realizaremos un mapeo de aquellos campos y saberes que han problematizado estos interrogantes, y con esta cartografía pasaremos a analizar aquellas instituciones y disciplinas que han sido asignadas para proveer, administrar y regular la salud, el bienestar y el cuidado de nuestros cuerpos.

Nos interesa, en particular, analizar qué sucede con estas instituciones y disciplinas asignadas para la regulación y atención del cuerposano en un contexto de crisis. En el actual contexto de recortes, en el sistema público se ha hecho un ataque no sólo contra las condiciones fundamentales que permiten la reproducción de la vida en general, sino de forma más explícita contra todos aquellos cuerpos que encarnan la ‘diferencia intolerable’. Este escenario se contempla en sus prácticas y sus normativas de patologización (de los cuerpos trans), criminalización (con la reforma de la ley del aborto), exclusión (del derecho a la salud de cuerpos migrantes y precarios), segregación entre cuerpos ‘productivos’ y ‘no productivos’ (con la progresiva desaparición de la Ley de Dependencia) y en la normalización heteronormativa (negando el acceso a la reproducción asistida a mujeres que no mantengan relaciones heterosexuales estables).

Yendo de una concepción de la salud como derecho universal a la delimitación de la salud como negocio, encontraremos el contexto donde identificar qué intentos de privatización del sistema sanitario se han puesto en marcha en los últimos años (con la reciente reforma sanitaria que excluye a una capa importante de la población y con el ‘repago’) o qué formas de enriquecimiento persiguen las farmacéuticas a partir de una creciente medicalización de la vida.

En este marco, la segunda parte del curso pretende indagar en experiencias concretas que actualmente están poniendo en relieve nuevas alianzas, prácticas de desobediencia y nuevas formas atención a la salud y al cuidado del cuerpo. Por un lado, algunas de estas experiencias ponen el acento en maneras colectivas de reformular, tanto la noción misma de ‘lo público’, como la reconquista de derechos en el ámbito institucional. Y otras de ellas plantean formas de experimentación, basadas en nuevas alianzas y nuevas fórmulas de generación y acceso al cuidado desde las experticias y los cuerpos diversos.

Todas las 6 sesiones son extremadamente interesantes, y aún diría más cruciales, para pensar las interesecciones entre prácticas activistas hechas poniendo el cuerpo en primera persona y nuevos formatos de aprendizaje/experimentación epistémica a las que vengo/venimos un grupo de gente dándole vueltas en los últimos meses, reflexionando sobre las tecnologías, los servicios y las infraestructuras para pensar y desde las que pensar qué pudiera querer decir la salud o el cuidado en un contexto de enormes transiciones, peligros y promesas como el que vivimos actualmente –si prestamos atención a las contorsiones y convulsiones del estado del bienestar o el estado social en el estado español (que nos colocan entre las formas más radicales de vulnerabilidad producida por mercados de servicios y productos que rompen con o limitan nuestro acceso universal a la salud o la precariedad de medios a la que arroja el desamparo institucional a los interesantes formatos autogestionados de auto-cuidado)–.

Permitidme, sin embargo, que mencione especialmente dos de ellas en cuyo desarrollo me siento particularmente involucrado:

1) Tengo el enorme honor de haber sido invitado a la sesión colaborativa titulada “Más allá de la experticia única“, en la que es un placer y una suerte compartir escenario con la inestimable Nùria Gómez (activista del Foro de Vida Independiente y Divertad + OVI de Barcelona), que ahondará sobre estas cuestiones:

Frente a la concepción tecnócrata que privilegia una lógica del cuidado y la salud definida y administrada por aquellos reconocidos en tanto ‘expertos’, consideramos necesario abordar otras formas de relación entre producción de saberes, atención y prácticas sobre el cuerpo y sus cuidados.

En la primera parte de esta sesión abordaremos la necesidad de transformar el lugar de privilegio que han tenido ciertas posiciones de enunciación desde la ciencia o la experticia, sugiriendo un desplazamiento hacia comunidades epistémicas construidas desde lo que vivimos cada cual, contando con el conocimiento de un cualquiera y lo que le afecta. Nociones como ‘comunidades epistémicas experimentales’ planteadas por nuestras invitadas, sugieren una mirada a redes de construcción de conocimiento en las que lo ‘experimental’ – qué y cómo podemos pensar – es definido en tanto aquello frágil, de carácter abierto y no constreñido por límites disciplinares o institucionales. Frente al saber experto ‘dado’ de la racionalidad tecnócrata, la dimensión experimental nos sitúa frente a la necesidad de un proceso de producción de saber abierto a lo desconocido, lo incierto, lo ambiguo e incontrolable como condición inherente a nuestros cuerpos.

En este cambio de acento que se desplaza del saber experto ‘dado’, hacia las comunidades de producción de saber, en esta sesión exploraremos nuevos vínculos que rompen las figuras del usuario y el dependiente, de la mano de la experiencia de la Oficina de Vida Independiente. En este contexto, la gestión de necesidades y recursos comunes pasa necesariamente por una transformación del saber experto – tanto en la concepción misma de experticia como en sus modos de hacer y en la heterogeneidad de quienes participan en su generación.

2) Pero también espero con enorme interés la esperadísima sesión “Producir máquinas, producir territorios encarnados de intersección“, que sentará en la misma mesa al proyecto de diseño abierto de productos de apoyo En torno a la silla, al documental Yes, we fuck y a la pornortopedia de PostOp en las que el tema será:

¿Cómo se hace una política material? ¿Cómo generamos territorios de intersección en los que podamos habitar colectivamente desde la singularidad y diversidad de nuestros cuerpos, experiencias y experticias? En algunos espacios de experimentación ha empezado a darse una composición de grupos de diversos saberes, profesiones y áreas políticas que reúnen discusiones y luchas que hasta hoy habían tendido a caminar en paralelo pero sin tocarse (como pueden ser los feminismos o colectivos de diversidad funcional). Consideramos que los proyectos invitados para esta sesión son un ejemplo de nuevas formas de componernos en esta diversidad.

¡¡Gracias a Alcira y Niza por haber montado este super-curso!!