Colaboro con el pequeño texto “Del cuidado inteligente al diseño del cualquiera” (pp. 9-13) en el libro “Ciudades en Beta: De las SmartCities a los SmartCitizens“, editado por Martin Tironi (2016). Santiago de Chile: Pontificia Universidad Católica de Chile, presentado recientemente:
Este volumen pretende hacer visible, a una audiencia especializada como no-especialista, diferentes comprensiones y aplicaciones del término Smart City, proponiendo problemáticas, casos y conceptualizaciones que van más allá de una visión tecnologizada del urbanismos smart. Permite pluralizar y a la vez tomar distancia crítica de esta ola de Ciudades Inteligentes, mostrando las múltiples formas de inteligencia que adopta la vida urbana, que pueden ir desde la recomposición de espacios públicos hasta sofisticadas formas de gestión en transporte. Digámoslo de otra manera: aquellos productos diseñados y definidos por “sistemas expertos”, no tiene el monopolio de lo smart, y el prototipo espontáneo de una cancha de fútbol o de una barrera anti-ruido elaborada por un colectivo ciudadano puede ser tan inteligente o más que que un brazalete wearable. Lo importante es estar atento a esas pulsiones y gestos, sensores y desplazamientos urbanos. En suma, la vocación de este libro es abrir el debate sobre las Smart Cities, explorando a partir de diferentes perspectivas y disciplinas (Antropología, Diseño, Ingeniería, Sociología, Arquitectura, Políticas Públicas…), la pregunta sobre qué implica una práctica urbana inteligente y sus efectos en la estructuración de la ciudad y sus discursos. Algunos de los ensayos aqui reunidos formaron parte de la conferencia organizada por Diseño UC y el académico Martín Tironi en 2014 (¿Smart City para Ciudadanos Inteligentes? Re-pensando la relación entre espacio, tecnologías y sociedad) y otros son de autores nacionales e internacionales que aceptaron la invitación a re-pensar las implicaciones y ramificaciones del término Ciudad Inteligente.
El texto entero puede descargase en PDF
Aquí os dejo mi intervención:
Del cuidado inteligente al diseño del cualquiera
‘La acción humana depende de todo tipo de apoyos, siempre es una acción apoyada […] No podemos actuar sin apoyos, y sin embargo tenemos que luchar por los apoyos que nos permitan actuar’ (Butler, 2012)[1].
Tecnologías inteligentes del cuidado y el problema del diseñador como figura solitaria de autoridad
El cuidado cotidiano y de larga duración sufre una transición
gigantesca desde hace pocas décadas, configurándose como uno de los asuntos
públicos de la más importante índole en la mayoría de países postindustriales.
No es infrecuente leer en numerosos cotidianos reflexiones ante el envejecimiento
poblacional creciente (que pone en riesgo tanto el cuidado informal como las
formas de mutualización reguladas por aparatos estatales). Pero también son
conocidas desde hace décadas las innumerables reflexiones y politizaciones desde
espacios feministas que han venido luchando contra la invisibilidad de esta
práctica de sustento vital cotidiano, su minusvaloración y los problemas
derivados de considerarse algo ‘propio de las mujeres’, no formalizado ni
remunerado apropiadamente.
Aunque quizá la cuestión más relevante en esta
última década tenga que ver con el gigantesco desarrollo de tecnologías
digitales ‘inteligentes’ que ofrecen nuevas soluciones para, supuestamente, hacer
‘más eficaces’ las prácticas y relaciones de cuidado. Sistemas tecnológicos,
dispositivos y aparatos (como sensores ambientales para tomar registros,
aplicar algoritmos y crear representaciones de patrones de usos de la casa o predicciones
de situaciones de dependencia; o geolocalizadores y dispositivos de alarma) en
los que se están invirtiendo ingentes cantidades de dinero público y privado para
su desarrollo. Y cuya promoción viene siempre acompañada de grandes loas en las
que estas ‘tecnologías inteligentes’ digitales aparecen como heraldos de un
cambio en las formas de cuidar: contienen, o eso se dice, promesas de economización
del cuidado, así como de alivio de parte de sus cargas para las personas
cuidadoras y para quienes reciben el cuidado. Unas tecnologías que, así se
suele plantear, permitirían responder con mayor eficacia a los retos del cuidado
ante los imperativos que plantean el cambio demográfico y las necesarias transformaciones
destinadas a acabar con la distribución sexual asimétrica del trabajo de cuidados.
Sin embargo, a raíz de mis trabajos a lo largo de
los últimos 8 años explorando etnográficamente esta tecnologización inteligente
del cuidado (analizando la implementación de servicios de telecuidado para
personas mayores, participando en el diseño colaborativo de productos de apoyo
o ayudas técnicas auto-construidas, o realizando estudios sobre los modos en
que son implementadas las infraestructuras urbanas de accesibilidad), quisiera
plantear algunos compromisos o cuestiones que suelen quedar por fuera de esta
promesa de un ‘futuro inteligente’ que parecen traer los dispositivos automatizados
de las grandes firmas o de las instituciones públicas promotoras de estos
grandes cambios tecnológicos.
En no pocas ocasiones las personas que acaban usando
o empleando estas tecnologías no han sido partícipes de su concepción más que
de un modo enormemente residual, colateral o robándoles las ideas al vuelo en
sesiones de supuesta ‘co-creación’. Cierto, ‘los usuarios’ no suelen tener un
modo específico de hablar de las mismas más allá de los términos que ponen en
su boca los ingenieros, desarrolladores y proveedores de tecnologías
inteligentes. Pero esto acaba haciendo que, lamentablemente, la mayor parte de
ocasiones en supuestos proyectos de diseño participativo o colaborativo, bien
por la rapidez con la que estos se realizan debido a presiones industriales o dado
el modo en que los diseñadores se posicionan en estos procesos, acaban dando
lugar a:
(a) dispositivos metodológicos en los que se
pide a los usuarios que colaboren con su trabajo no pagado más que con una
retribución simbólica proporcionado toda suerte de información sobre sí mismos
o testeando los aparatos, pero haciendo esto de un modo que comúnmente impide
que los usuarios puedan participar en el formateo de la información relevante o
en la conceptualización final de esos proyectos (a lo que podríamos denominar una
forma de ‘diseño colaboDativo’ o extractivo, donde la colaboración consiste en
dar información para que esto pueda ser usado en la creación de un dispositivo
de cuya comercialización esos ‘co-creadores’ no ven un duro); o
(b)
meros usos validadores o sancionadores de los aparatos ya creados (a los que
podríamos denominar ‘diseño consultivo’ o ‘diseño corroborativo’ donde la voz
del usuario es incorporada para decidir si le gustan unos productos cuyo diseño
fundamentalmente ha venido predefinido y su conceptualización ha tenido lugar
en otro sitio).
Aparatos, por tanto, que son pensados para que seamos
sus ‘meros usuarios’, siendo nuestras necesidades perpetuamente pensadas por
otros que, pareciera, saben más sobre nuestra vida y nuestras necesidades
cotidianas de sustento y soporte vital que nosotros mismos. En esto parece residir
su ‘inteligencia’ incorporada. Y, sin duda, traducen el esfuerzo de excepcionales
profesionales del diseño y del ámbito sociosanitario que necesitan navegar entre
enormes constricciones económicas, materiales y constructivas para poder
ofrecer una solución de calidad que pueda entrar en mercados de productos de
salud cada vez más altamente competitivos y exigentes. Pero, ¿son estas formas
de ‘colaboración’ las que realmente queremos o deseamos para el diseño de
elementos ‘inteligentes’ cruciales en nuestro sustento o en el de nuestros
seres queridos? Esta ‘inteligencia’ parece un asunto demasiado importante como
para que se la confiemos únicamente a los profesionales…
Asimismo, quizá pudiéramos aplicar un ápice de
malicia al considerar los enormes esfuerzos puestos en práctica por los
diseñadores profesionales y las industrias que les pagan para evitar que pensemos
en, por ejemplo, configurar muchos de esos dispositivos una vez llegan a
nuestro poder. Cierto que en ocasiones se trata de aparatos que están ‘cerrados’
porque toquetearlos pudiera alterar su eficacia o tener efectos perniciosos
para nuestra salud. Y, claro, tiene sentido que en ciertas situaciones, como en
el diseño de localizadores GPS de personas con demencia o Alzheimer, se busque
dificultar ese toqueteo insistente de los usuarios para que los aparatos
funcionen apropiadamente, pero en la mayor parte de los casos lo que opera como
principal herramienta para evitar que esto ocurra no son sólo criterios de
salud, sino los regímenes de propiedad que se ponen en juego: los saberes para
intervenir estos aparatos suelen estar protegidos por el secreto industrial y
perdemos la garantía de los productos si los abrimos. ¿Es este rol de autoridad
o de guardianes de la industria el que los diseñadores quieren cumplir ante la
sociedad? ¿Es esta la manera en que se quieren aproximar a dar soluciones,
aplicando toda su ‘inteligencia’ a los problemas fundamentales de nuestro
presente como nuestro sustento vital y cotidiano, o el modo en el que forjamos
e intervenimos nuestros lazos de interdependencia, o el modo en que queremos
vivir una vida en la que se respete nuestra diferencia? Quizá necesitemos
invocar un modo de hacer distinto, donde los saberes de los diseñadores sean
puestos a trabajar de otro modo, donde la inteligencia esté redistribuida.
Redistribuir la inteligencia ciudadana, tomar la infraestructura del cuidado
Desde 2012 colaboro estrechamente en el proyecto En torno a la silla[2],
un colectivo de diseño crítico de Barcelona, integrado de forma heterogénea por
arquitectos, manitas, activistas del movimiento de vida independiente, así como
por etnógrafos-documentalistas, todos nosotros vinculados al despliegue de
inteligencia ciudadana que ha supuesto el 15M en España. Un proyecto colectivo
centrado en el uso de medios digitales de comunicación, documentación y
fabricación para la auto-construcción y ‘diseño libre’ (por el modo en abierto
con el que se conceptualiza, fabrica y documenta el proceso con el objetivo de
que quien se sienta interpelado pueda participar) de productos de apoyo desde
la filosofía de la ‘diversidad funcional’[3].
En este proceso hemos venido: (1) fabricando colaborativamente elementos para
transformar los entornos de las sillas de ruedas, sus ocupantes y sus relaciones;
(2) realizando muy diferentes tareas de sensibilización y protesta de las
condiciones de inaccesibilidad, así como organizando eventos para visibilizar y
mostrar la innovación cacharrera del colectivo de personas con diversidad
funcional: y su ingenio para forjar aparatos, apaños y arreglos de bajo coste o
de diseño libre y abierto a partir de los que las personas con diversidad
funcional buscan hacerse la vida más a medida, con un estilo propio, diferente
del de la industria tecnológica con planteamientos ‘capacitistas’ (bien con su
estética hospitalaria y rehabilitadora para reconstruir y hacer presentables
cuerpos carentes o haciendo primar el ‘que no se note’); así como encuentros de
co-creación donde son estos usuarios con unas necesidades enormemente claras y
bien especificadas los que dirigen y coordinan el proceso.
Sin dejar de considerar los enormes problemas para
crear una economía sostenible en torno a estas prácticas, la auto-construcción
o el cacharreo de colectivos como En
torno a la silla bien pudiera estar ayudando a configurar una nueva forma
de inteligencia ciudadana que traiga consigo una nueva práctica del diseño de
tecnologías de cuidado centrada en la radicalización democrática de sus
prácticas, procesos y productos. Una cierta idea de autogestión o de gestión
participada (derivada del lema ‘nada sobre nosotros sin nosotros’ del
Movimiento de Vida Independiente y de lucha por los derechos de las personas
con diversidad funcional), que nos conmina a que cada cual en su diversidad recupere
su voz a la hora de gestionar cómo quiere articular materialmente su vida.
Politizando, por ende, nuestros formatos de diseño, haciéndolos más atentos a
esas alteridades, a esos cuerpos diversos que comúnmente quedan fuera de las reflexiones
y las consideraciones sobre cómo articular la vida en común.
En el fondo en situaciones análogas de cacharreo digital
pudiera observarse la articulación o la infraestructuración de nuevos formatos
y sujetos de la colaboración (una suerte de ‘cobayas auto-gestionadas’) que,
atravesados por esta versión radicalizada de la colaboración en el diseño, articulan
una nueva manera de pensar la ciudad inteligente: una en la que los ciudadanos
toman y abren la infraestructura material (digital o no) del cuidado para
repensar cómo quieren vivir[4].
Y esto convierte el diseño en un asunto del cualquiera, más o menos ignorante. Lo
que no quiere decir rechazar los saberes de los artesanos o los profesionales
del diseño, sino redistribuirlos y convertirlos en patrimonio de todos aquellos
con los que se diseña (convocando a otros cualquiera a que le ayuden a mejorar
lo que hace a través de la documentación y difusión de su proceso puesta a
disposición de los demás).
Esto es, frente al diseño de la ciudad inteligente
que nos priva de la capacidad de tener algo que decir sobre ella, una
redistribución de la inteligencia ciudadana que altera las prácticas de diseño
digital: un diseño hecho por ese cualquiera que comparte que necesita las cosas
de una manera determinada y no le vale exactamente de otra, que quiere poder
decidir sobre ellas y que a veces no tiene más remedio que cacharrear para
poder seguir adelante, siendo todo el proceso frágil y requiriendo de un tipo particular
de mimo para poder seguir haciendo (cuando las condiciones institucionales y
económicas que nos fragilizan no parecen hacer más que dilatarse y extenderse,
requiriendo de nosotros que pensemos en otros formatos comunitarios de mercados
y relaciones económicas); un diseño que se documenta y comparte para que otros
puedan crear sus soluciones para que ese cualquiera pueda intervenir en tener
una vida personal y colectiva más digna y vivible. Un diseño para darse acceso
a la vida pública o, mejor dicho, para auto-otorgarse el derecho a diseñar la
propia vida con otros. Un cacharreo colectivo para crear dispositivos de cuidado
en común…
[1] Butler, J. (2012).
Cuerpos en alianza y la política de la calle. Trasversales, 26. En http://www.trasversales.net/t26jb.htm
[2] Véase https://entornoalasilla.wordpress.com/
[3] Una concepción desarrollada por activistas del Foro de Vida Independiente y Divertad español
que sitúa en el centro la diversidad funcional constitutiva del ser humano en
lugar del eje de dis/capacidad, planteando la discriminación histórica que han
sufrido algunas personas en razón de su diversidad funcional como un atentado a
la diversidad humana.
[4] Para un relato más detallado de esto véase Sánchez Criado, T., et al. (2015)
Care in the (critical) making. Open prototyping, or the radicalisation of
independent-living politics. ALTER,
European Journal of Disability Research http://dx.doi.org/10.1016/j.alter.2015.07.002