Las infraestructuras que sostienen nuestra vida son el producto de diferentes rumbos históricos y prácticas cotidianas. Desde los discursos que las producen y envuelven, los regímenes de verdad que construyen “el problema” que deben resolver, los saberes especializados que las diseñan y montan físicamente hasta los usos diarios que las modelan y que, a su vez, pueden reproducir los valores que ésas mismas infraestructuras contienen o buscar hackearlas para cambiarlos. Diferentes ecosistemas culturales producen y a la vez se sustentan sobre infraestructuras diferentes. No son las mismas infraestructuras las que sostienen el MACBA de las que sostienen a la editorial Traficantes de Sueños. Ambas contienen un conjunto de relaciones, de discursos y de prácticas sin duda muy diferentes. Ni hablar ya si este enfoque lo llevamos a una escala más micro, viendo cómo las infraestructuras cotidianas, las que usamos, ensamblamos o cambiamos con el uso diario, contienen una cultura ordinaria de alto tonelaje.
Casos de estudio para la sesión:
A partir de las experiencias de todos y todas las asistentes al curso, recopilaremos y analizaremos un conjunto de infraestructuras de las que participamos o formamos parte, sean de carácter profesional, vital o una hibridación entre ambas.
[NOTA: para la sesión práctica utilizaremos los materiales de los capítulos 1 y 2 del libro Take Back the Economy de K. Gibson-Graham & co.]
El asunto tendrá lugar el
martes 18 de noviembre 2014 de
19-21 en
la
Llibreria La Caníbal (C/Nàpols, 314, Barcelona) y contará también con Carla Boserman haciendo la
relatoría gráfica del curso
Además de usar algunos ejemplos de este texto tan interesante de Shannon Mattern sobre el “
turismo infraestructural“, me he preparado unos
APUNTES a partir de uno de los textos en que se basa y que más me ha ayudado a pensar la
etnografía de la infraestructura, a ponerla en el foco y atender a sus prácticas de cuidado (algo que trabajé en
mi tesis, centrándome en el trabajo de los técnicos de instalación y mantenimiento de servicios de telecuidado):
Star, S. L. & Lampland, M. (2009). Reckoning with standards. En M. Lampland & S.L. Star (Eds). Standards and Their Stories: How Quantifying, Classifying, and Formalizing Practices Shape Everyday Life (pp.1-34). Ithaca, NY: Cornell University Press.
El texto de Susan Leigh Star y Martha Lampland es para mí una pequeña maravilla, tremendamente evocadora para pensar la infraestructura. Y es por ello que me gustaría intentar compartir aunque sólo sea el rumor que yo escucho en su invocación, en su llamada a “escuchar las infraestructuras” (pp. 11-13), lo que supone en muchas ocasiones ir a sitios, registrar cómo se trabaja, pensar en cómo nos organizamos en común, quién hace qué y cómo, así como de qué maneras debiéramos mostrar lo que ahí se nos aparece. Como estrategia metodológica ellas nos proponen que las infraestructuras sean pensadas desde los estándares. Algo que es enormemente refrescante, porque las infraestructuras, así planteadas, se nos aparecen como algo a veces ínfimo pero crucial, que puede ir desde la horma que se pone a un queso en su fabricación (o el molde de un pastel) hasta el tamaño de los folios o el papel moneda, o las convenciones de tráfico…
Permitidme, por tanto, que intente haceros relevante cómo este modo de pensar puede suponer varias operaciones muy interesantes para dar vidilla a este curso, para intentar entrarle a las infraestructuras como modo de pensar el cuidado y la visibilización de las condiciones materiales de la cultura:
(a) Más que pensar los estándares desde las infraestructuras, me parece que su gran propuesta es
pensar las infraestructuras desde “el problema de los estándares” (esto es, desde lo costoso que es implementarlos hasta los efectos a veces desastrosos que estos tienen sobre diferentes formas de vida: los estándares nos ponen en ocasiones en muchos problemas,
como he venido observando con detalle a partir de mi participación en En torno a la silla).
Esto nos libera ligeramente de que al decir infraestructuras sólo sepamos entender “esas cosas que llamamos grandes sistemas tecnológicos” conectados (la luz, el agua, el gas, internet, etc.). Su planteamiento nos ayuda más bien a poner el foco en los diferentes formatos, tentativas y propuestas sociomateriales de “poner orden” (pp.19-21), pero no asumiendo la máxima modernista de que esto se pueda producir limpiamente, purificando y rompiendo con el caos y el desorden (a veces poner orden supone embarullarlo todo quizá cada vez más, porque se entra como un elefante en una cacharrería…). Nos ponen ante el problema de observar cómo se da empíricamente la consecución de un orden que nos actúe, que nos infra-estructure, que nos diga quiénes somos, pero (si es que esto tiene sentido) “por detrás” (lo digo pensando en cómo las bambalinas de un teatro o el trabajo del apuntador son capaces de sostener una actuación, una dramaturgia). Y digo “por detrás” porque ese trabajo suele ser “invisible”: la mayor parte de las veces una infraestructura es tal y no un verdadero problemón o un marrón, porque funciona sin que nos demos cuenta; esto es, porque el trabajo de las personas que la sostienen no se nos hace presente para que eso que hacemos o queremos hacer se nos haga tan fácil o difícil).
Esta sugerencia nos ayuda efectivamente a poner el foco en la cuestión de los modos de interconexión entre entidades, datos, ideas y dispositivos que fundan esos órdenes sociomateriales (sí, nuestras sociedades no están hechas de lazos humanos y afectos, de gente cogida de la mano; o al menos no sólo…). Pero al hacer esto no necesariamente tenemos que ponernos grandilocuentes y no hacer otra cosa más que resaltar el estado actual de las cosas de las grandes redes de redes. En ocasiones es más útil poner en el foco lo pequeño: “cómo se infra-estructuró” o “cómo se infra-estructura”.
Efectivamente no es que no sea interesante pensar en la red eléctrica o en la conexión a Internet, pero lo interesante es cómo se producen, distribuyen y mantienen esas relaciones, esas materias circulantes y quizá cambiantes, esos gigantescos emplazamientos… La pregunta es “qué propuestas de vida concreta nos plantean…” Dicho de otro modo, ¿qué invitación nos hacen para vivir qué vida? Y, por tanto, ayudan a entender por qué y cómo cierta gente desarrolla formas y modos de resistencia específicas ante esas invitaciones infraestructuradoras –ese “yo no quiero el casco” del vídeo del juramento curri– (que son, a su vez, el trabajo por otra infraestructura, por otro modo sociomaterial de ser-en-el-mundo, de gobernar una ecología relacional: ya sea auto-generando energía mediante paneles solares o pedaleando como posesos en bicicletas estáticas, instalando una güifi.net, o liándose la manta a la cabeza y volviéndose hacker o maker o faker).
[youtube https://youtu.be/uVzeE5sdL9A]
(b) Creo que esta manera de abordar el problema es interesante, como cuando nos plantean que las infraestructuras tienen escalas muy diversas, así como usos que pueden ir desde lo ad hoc a los sistemas enormemente coordinados (pp.15-16), a pesar de su intrigante carácter siempre incompleto (p.14). O como cuando nos dicen que hay órdenes, grados o formatos de delegación (p.16), porque lo que para una persona es infraestructura es para otra persona el objetivo de su acción (p.17)
Esto hace que las infraestructuras pensadas desde el problema de los estándares sean interesantes para innovar el modo en el que nos relacionamos con “lo técnico”, porque quizá nos liberen de algo que en los modos de pensar la técnica, la modernidad y el conocimiento se ha convertido en ocasiones en un problema: recordemos en cómo se ensalzan de alguna manera los modos “low tech” (siempre calificados de limitados y de pobres, pero a veces también recuperados en perpetuas vueltas a la naturaleza) de los “primitivos” o de los “campesinos” en museos etnográficos, pero también en los miedos y grandes esperanzas que desatan las megamáquinas o ciertas formas de lo “hi tech” (ensalzados a su vez en centros de innovación y museos de la tecnología).
De hecho, las infraestructuras quizá sean una forma de pensar genuinamente no-moderna, pero no porque repliquen las ideas de pensadores como Latour y compañía (aunque se den en su vecindad), sino porque para SL Star y M Lampland
no está claro qué es la infraestructura (incluso hay quien hablar de las
infraestructuras químicas de nuestro entorno industrial). Y esta ambigüedad, que debe resolverse siempre empíricamente, nos remite más bien al
estudio de cómo se fundan o se articulan ciertos órdenes sociomateriales y no otros, en momentos dados, en este momento, aquí, ahora. Repito, las infraestructuras no son “esas cosas que solemos llamar infraestructuras” y que solemos entender como la base instalada de nuestro mundo, lo que no ponemos en duda y damos por descontado (agua, gas, luz, circulación de bienes, etc.). No, las infraestructuras para ellas son un asunto empírico porque
no hay nada como la infraestructura en abstracto. No son exactamente planteadas sustantivamente como un “qué” sino que les interesa más bien plantearse el “cómo” y el “cuándo”: porque son algo que se revela sólo en ocasiones y siempre en momentos específicos. El reto de los estándares según nos plantean SL Star y M Lampland es el reto del orden en el sentido de “encontrar un camino”, porque más allá de un modo incierto y cambiante de tener un “principio de ordenación” (que puede ser algo tan “sencillo” como un “vamos por aquí”) el asunto es cómo te las compones para actuar en un mar de transformaciones…
Como decía antes, atendiendo a la importancia de
centrarse en estudiar los “trabajos invisibles” (un aspecto crucial de su fundamento en metodologías y prácticas feministas), queda patente su
funcionamiento oculto o invisible, resultado efímero o precario de un trabajo silencioso y permanente (con diferentes grados de reiteración o, mejor, de re-iteración, de intentar mantener en el ser con ciertas frecuencias y ritmos). Muchas veces esto requiere de un trabajo que permite que las cosas funcionen de una manera sin que se vea la maquinaria de esa manera de funcionar. Permitidme que me ponga poético y le llame a esto “
un trabajo del trasfondo”. Pero no un trabajo de lo profundo (como si fuera algo sesudo e indiscernible, algo oculto y que nunca alcanzaremos por ser trascendental), sino más bien de articular un contexto –en el sentido de
con-texto, esto es como un “tejer-con”–, conectando-separando y generando efectos fondo-forma: como los que se pueden ver a través del análisis de las relaciones en torno a la puerta batiente vinculando la cocina donde trabajaba el personal de raza negra para el comedor del hotel de lujo que observaba Goffman en su “
La presentación de la persona en la vida cotidiana”. Esto es, modos de demarcar qué es el
backstage y qué el
frontstage de la acción en curso (con todos sus efectos políticos implicados).
Y es aquí donde en el planteamiento de SL Star y M Lampland hay un programa político para las ciencias sociales y los relatos etnográficos que pueden llegar a fabricar, o para entender las “condiciones materiales de la cultura”. Porque el estudio de ese trabajo del trasfondo, de ese trabajo invisible en muchas ocasiones tiene el efecto de producir lo que ellas llaman inversión infrastructural (p.17): sitúan en el foco lo aburrido y gris que funda nuestros órdenes cotidianos. Y por ello nos arrojan a analizar el trabajo ímprobo de entender cómo se monta la dramaturgia, cómo se instalan los escenarios para que actuemos, así como qué formas de pre-activar modos de subjetivación, agentes o usuarios para que los ocupen con mayor o menor frecuencia y estabilidad en el tiempo; destinando ingentes esfuerzos a entender cómo todos estos seres “mantienen las formas” (esto es, las formas de relacionarse, ser, conectarse que nos propone cada pequeña e ínfima infraestructura). Pero eso también implica analizar y desmenuzar los modos de supervisar, con mayor o menor frecuencia, la infraestructura de esos escenarios sociales, como un batallón de técnicos de mantenimiento o cuidadoras (en la mayor parte de ocasiones muy pobremente pagadas por su propia invisibilidad) que asisten “por detrás” a poner y reponer un orden dado.
Esto tiene efectos sobre el dónde y cómo miramos u observamos y registramos, porque la extrañeza de la infraestructura es del orden de lo infra-ordinario (p.18), situando la catástrofe, el fallo o el malentendido como la unidad de análisis de la observación (p.15). El problema de nuestras infraestructuras es que, salvo que hagamos enormes esfuerzos para visibilizarlas, lo que nos permite decir algo sobre cómo funcionan muchas de estas profesiones o trabajos colectivos de la infra-estructuración es cuándo las cosas cascan o dejan de funcionar.
Por ello es tan importante la etnografía de la infraestructura o el turismo infraestructural y sus relatos sobre el trabajo del trasfondo. Porque es una manera de pensar en nuestras condiciones materiales de la cultura de modo muy parecido a como pensaríamos las condiciones materiales de los soportes de nuestra existencia. Esto, en la línea de los trabajos feministas que ponen el foco en la invisibilidad de la reproducción antes que en la espectacularidad de la producción de los órdenes sociales es, directamente, un ataque en la línea de flotación de la economía política marxista (y su idea de que la infraestructura en tanto que modo de producción es la que condiciona las instituciones sociales y las ideologías -o superestructuras– que se montan sobre ellas para legitimarlas). Pero esto se hace sin olvidar o, quizá mejor dicho, no queriendo dejar de vindicar cuando lo merezca a lxs trabfajadorxs invisibles de los diferentes entramados que articulan nuestros mundos cotidianos de otra manera: cuidadoras o técnicos de mantenimiento, pero también activistas, arquitectas, manitas, chapuzas, etc.
Este reconocimiento, sin embargo, necesita que consideremos profundamente
qué herramientas de visibilización, evaluación o valoración podemos fundar para otorgar ese reconocimiento de estos trabajadores y trabajadoras de lo cotidiano. Porque no es tan sencillo como poner una cámara, enchufar el streaming y todo listo. El modo concreto de visibilizar también forma parte de esos trabajos de la infra-estructuración, y como sabemos, con enormes efectos potenciales (a veces desastrosos) para esos trabajos visibilizados… (volveré sobre esto al final).
(c) Permitidme que intente incidir en la idea radical para pensar nuestra cultura que creo que introduce esto: pensar en la
in-formación (esto es, que nuestra cultura es puesta en forma, o constantemente formateada por los modos en que infraestructuramos). Star & Lampland nos llevan a pensar que
incluso en la más mundana de las infra-estructuras existen efectos relacionales e informacionales sobre los seres ahí infraestructurados. Pero, nuevamente, si pensamos en el trabajo del trasfondo, esto remite a pensar no tanto la información como dato que circula, sino como “in-formación”: como propuesta de formateo o de dar y tomar forma, bien intentando “dar forma a lo que se nos aparece como informe” o “interviniendo unas formas desde otras”. Esto no supone pensar únicamente que toda infraestructura sea una “infraestructura de datos”, puesto que lo interesante es cómo se llevan a cabo operaciones que permiten la existencia de “datos”, que remiten a innumerables propuestas y actuaciones destinadas al formateo. Y lo fresco de esto es que quizá
las nuevas ecologías informacionales que han extendido y expandido el formateo no hagan sino revelar el carácter informacional por medio del que hasta la cosa más ínfima ha venido siendo articulada como un “material informado”.
Y dejadme que me detenga en este aspecto, porque creo que es enormemente revelador de qué implica la estrategia descriptiva y narrativa de las “inversiones infraestructurales”. Mientras que en la manera de entender “los datos” típica en los estudios de, por ejemplo, el Big Data estos se nos aparecen como cualidades distales, propiedades externas de las cosas, pensar las infraestructuras desde los estándares supone observar las diferentes ecologías informacionales (que a veces no son digitales) y cómo articulan “de forma interior” nuestros mundos más cotidianos (pensemos en toda la cantidad de dispositivos representacionales ínfimos, desde pequeñas “tecnologías intelectuales” basadas en papel y lápiz –como una lista de la compra- hasta las grandes construcciones que implican “cortinas de objetos” desde las que miramos el mundo, como hubiera dicho con una formulación un poco arcaica a estas alturas
André Leroi-Gourhan).
Dicho de otro modo, más que en el resultado de la estandarización (los datos) pensemos el trabajo concreto para intentar formatearlos y mantenerlos: algo que no siempre lleva a generar esos seres o entidades que viajan sin modificarse (aunque esto es muy interesante, porque nos lleva a preguntas cada vez más concretas: ¿qué viaja y cómo impacta dónde? ¿cómo se valida y se dota de legitimidad a ese dato circulante, por parte de quiénes y para qué?). Si acaso, lo interesante es que ese trabajo de categorización, catalogación, coordinación y gestión que nuestras condiciones informacionales digitales actuales explicitan o hacen visible, con figuraciones siempre concretas, apunta más bien al ingente trabajo de crear y recrear las condiciones mínimas de ciertos hábitats, a través de sentar las bases de un hábito que habilite habitantes (por apropiarme la formulación de JL Pardo en “Las formas de la exterioridad”), aunque esto no siempre se consigue. Poniéndome pedante podría decir que esta manera de pensar la infraestructura extrae, creo, lo más relevante de la idea heideggeriana de pensar los sistemas sociotécnicos como “estructuras de emplazamiento” o como formas de “co-locar”, como a veces traduce Félix Duque la idea de la GeStell: esto es, de traer a la presencia las cosas en un modo específico, o de “emplazarlas”…
Esto es, cómo configuremos el proceso de construir y hacer circular la forma no es baladí, y tiene efectos sobre cómo y qué podemos ser. Toda esta densidad teórica sólo para intentar decir que no podemos pensar en hacer un uso acrítico de los formatos de visualización y de producción de datos, porque en ellos se están labrando ya no sólo maneras de interpretar, sino de articular mundos.
(d) Este carácter informado o informacional de la infra-estructura, a su vez, nos abre a un aspecto que considero crucial en este argumento: nos obliga a pensar en las capas o el multicapado de las prácticas culturales… De alguna manera podríamos decir que la figura de la infraestructura tal y como la tratan SL Star y M Lampland re-visita la metáfora del “hojaldrado de lo social” o de “lo social como algo multi-capa” usada por diferente autores como Michel de Certeau o Paolo Fabbri, pero detallando las formas concretas en que se producen solapamientos, imbricaciones, fusiones de capas, pero también bloqueos, pegotes, etc. Desarrollando esto plantean (pp.4-9) que los estándares (que pueden ir desde recetas de cómo hacer, hasta certificaciones de calidad, pasando por convenciones sobre cómo organizarse en un grupo de amigxs o sistemas de clasificación que gobiernan prácticas sociales como la provisión de energía y las telecomunicaciones) tienen estas caracterizaciones:
1. Suelen están anidados unos en otros…
2. Se distribuyen asimétricamente o de forma desigual (en su impacto y en sus obligaciones) a lo largo de un entorno social
3. Son relativos a “comunidades de práctica” concretas (esto es, un estándar para una persona o colectivo puede no serlo para otrxs: siempre requieren de una economía o una ecología en torno a cada estándar particular, que le da sentido a cierta forma de interpretar su funcionamiento y puesta en marcha –p.7–)
4. Deben estar en muchas ocasiones integrados con otros de diferentes organizaciones, países y sistemas técnicos… (e.g. los protocolos del e-mail, las normas ISO)
5. Codifican, encarnan o prescriben éticas y valores (a menudo con grandes consecuencias para los individuos). De hecho, una estandarización suele suponer que se quede fuera o se descarte (screen out, p.8) la diversidad ilimitada, “e incluso la limitada” de seres, cosas, características, etc. Este potencial silenciamiento de la otredad que implica la estandarización (aunque no siempre se dé en las formas discursivas históricas en que esto se ha solido dar, como el racismo, el clasismo, el machismo y el capacitismo; los derechos humanos también son una forma, y a veces bastante rígida…), dicen, es una elección moral así como práctica (relativa a la forma en que se conforman ecologías informacionales y a cómo se busca distribuir o articular un modo de convivencia).
Aunque quizá, más que el estatismo del hojaldrado, la metáfora que emplean SL Star y M Lampland (pp. 20-21) es la de la “imbricación”: porque nos habla, dicen, de cosas que funcionan juntas, pero sin necesidad de estar bien consolidadas [uncemented] (implicando esta imbricación una cierta “intercambiabilidad” de las partes que componen un estándar, siendo la parte sólida a veces la débil en otros arreglos). Totalidades hechas a veces de retales, pero que vienen de muchos sitios para componer posibilidades y restricciones para la acción…
(e) En cualquier caso, y por ir cerrando, antes de abrir la dinámica a pensar nuestras infraestructuras y cómo intentar dar cuenta de esos trabajos del trasfondo e invisibles que nos articulan, quisiera plantear una cuestión importante, relativa a cómo hacer esto de un modo cuidadoso y respetuoso. Algo que podríamos denominar “la política infraestructural del relato” (pp.23-24) y los efectos que producen las inversiones infraestructurales, de colocar en el frontstage lo que suele estar en el backstage (y que en ocasiones por estar velado, o escondido, produce efectos diferentes a si se diera con plena visibilidad, con luz y taquígrafos). Es decir, pensar las infraestructuras no tiene por qué llevarnos a un delirio de la transparencia sin considerar los efectos de este acto de “hacer visible”.
Uno de los aspectos más importantes de ello es que
visibilizar ciertos órdenes de ciertas maneras puede abrir nuevos caminos a la supervisión y la vigilancia también (un buen ejemplo de los problemas de esto lo tenéis
aquí). También
la visibilización puede saturar y densificar hasta la náusea cuando, como en los escritorios de nuestros ordenadores portátiles pulsamos la opción de “traer todo al frente” en mitad de un día de trabajo intenso… Visibilizar de forma cuidadosa, por tanto, debiera alejarnos de formatos universalizantes de relatar, narrar o contar “lo que ahí pasa”. Porque quizá con ellos perdamos las características locales que están implicadas en proyectos de estandarización concretos, o alteremos las formas de socialidad que nos plantean (para bien o para mal). Por tanto, quisiera poder discutir con vosotrxs no sólo el interés de esta noción de la que ya os he hablado demasiado, sino
¿cómo visibilizamos y ponemos en común nuestras infraestructuras de formas cuidadosas para vosotrxs?