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Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora (trilogía para Fuera de Clase)

Cómo hacer una incubadora

El verano pasado inicié una trilogía para el blog colectivo Fuera de Clase sobre el conocimiento que la razón tecnocrática ignora, que acabo de concluir hoy.

La trilogía se compone de: (1) un aviso, (2) una alabanza y (3) una vindicación del cuidado o mimo necesario para mantener con vida los formatos experimentales y colaborativos de conocimiento que la razón tecnocrática ignora y pone en peligro…

Os dejo por aquí los enlaces para leer la trilogía completa, así como unos PDFs que he hecho de los posts para poder leerlo con mayor calma:

(1) “¿Del doctor como el mejor gobernador?

Podéis descargar el PDF aquí

(2) “¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?

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(3) “Vulnerabilidad y mimo de la experimentación del cualquiera

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Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora (y 3): Vulnerabilidad y mimo de la experimentación del cualquiera

Incubadora infantil con detección y control sin contacto

[Publicado en el blog Fuera de Clase – Periódico Diagonal]

Podéis descargar el PDF aquí

Con esta tercera y última entrega de “Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora” quisiera clausurar esta trilogía que se me estaba haciendo ya un poco larga. Y quisiera que este cierre tuviera que ver con poner sobre la mesa un debate, con proponer una reflexión sobre qué ignora en realidad la razón tecnocrática y qué efectos tiene esto sobre esas experiencias epistémicas “fuera de clase”.

Permitidme, pues, antes de nada una recapitulación de la narrativa fragmentaria desplegada hasta ahora desde el pasado verano:

(1) La primera entrega, “¿Del doctor como el mejor gobernador?”, se hizo bajo la forma de un aviso, intentando reconocer un timbre de bajo fondo que recorre la transformación de saberes, técnicas y prácticas políticas contemporáneas. Quería situar el debate en las formas menores en que se expresa eso que he venido en llamar “la razón tecnocrática”, intentando enunciar algunos modos concretos en que busca capturar o asediar la experimentación del cualquiera. No pudiendo en un único post más que advertir vagamente la tenebrosa mezcolanza que esta práctica epistémica y política muestra en la actualidad –esa tenue línea que une “meritocracia”, “talento” y “titulitis” con “atribución de capacidad política”, algo así como una agencia de rating de la participación y la voz en lo que nos concierne– y teniendo de bajo fondo de mi argumento un clamor a favor de la humildad epistémica: no olvidar la necesidad de pensar que para que exista democracia esta debe ser un asunto del y desde el cualquieray, así, evitar que reproduzcamos las escalas de valores, jerarquías de saberes y funciones políticas que han tejido este espacio institucionalmente tenebroso que es el Estado español. Recordemos, si no, el lóbrego papel de los psiquiatras durante el Franquismo, o el papel que en ese orden institucional han venido ocupando ciertas posiciones profesionales, que siguen siendo relevantes para pensar la “Cultura de la Transición (CT)”, como el médico, el arquitecto, el ingeniero, el economista, el abogado, etc. (Nada más lejos de mi intención que vilipendiar saberes cruciales para nuestro sustento cotidiano, así como para abrir nuevos espacios de experimentación epistémica, sino rehusar ese gesto de desdén que algunas personas ponen en acto cuando practican de un modo tecnocrático su posición profesional o cuando reclaman pasivamente el advenimiento de la tecnocracia como solución a nuestros males).

(2) La segunda entrega, “¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?”, se planteó en la clave de la esperanza, intentando transmitir la sorpresa y gozo que debiéramos sentir ante la apertura o el corrimiento de tierras experimentales que se ha venido produciendo en nuestras prácticas epistémicas recientes. Hablaba del estallido reciente de lo que llamé “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido dislocando o desplazando la práctica epistémica y política de los lugares e instituciones del saber y la gobernanza hasta ahora instituidos, generando nuevos dispositivos para pensar colectivamente, compartir herramientas y probar o ensayar formas de lo político; pero también intentaba poner el énfasis en la importancia de que estas experimentaciones han venido resquebrajando aún más la brecha entre expertos distanciados y sus cobayas (con o sin consentimiento informado). Me detenía, por tanto, en la hibridación de la cultura libre y el activismo encarnado que los estallidos post-15M han venido poniendo encima de la mesa con fuerza, por nombrar ámbitos de creación epistémica y política reciente que considero abren un lugar específico para “lo fuera de clase”.

Hablaba, sin embargo, de experimentación no sólo porque me guste ser juguetón con las palabras o simplemente por incorporar un vocablo cool del ámbito del arte, sino por la cercanía o vecindad de estos modos de producción de conocimiento con la práctica real de los laboratorios científicos (y no su visión mítica): porque en estos espacios se nos hace necesario explorar constantemente los afueras de nuestros modos convencionales de pensar y actuar; haciéndonos cargo de la materialidad cambiante y vibrante que nos constituye, en mundos complejos como los contemporáneos, donde nos des/componemos a través de nuestras relaciones con microbios y afecciones somáticas muy diversas, infraestructuras de comunicación, catástrofes climáticas, sistemas de vivienda, formatos de propiedad intelectual, etc. que posibilitan articular sociomaterialmente nuestra agencia; esto es, que permiten o interfieren en nuestras posibilidades de actuación particulares para hacernos cargo de lo que nos afecta. Y me regodeaba en el hecho de que el resultado que su unión ha producido una situación novedosa, que ha permitido a las antiguas cobayas de la razón tecnocrática explorar y experimentar con otras alternativas vitales y existenciales, buscando maneras para devenir algo así como “cobayas auto-gestionadas”, haciendo “la revolución de los cuerpos, desde los cuerpos, para los cuerpos, en los cuerpos…”, esto es, desde su diversidad radical.

Los posts de Adolfo Estalella y Luís Moreno Caballud, que interpelaron lo que aquí escribía, especificaron y mejoraron la propuesta para dar cuenta de ámbitos con los que dialogaba, pero no desarrollaba: hablaban de la importancia para el estallido de esta experimentación epistémica de un amplio tejido de prácticas culturales, que ha venido constituyendo un campo fértil de reflexiones sobre la creatividad y sus agujeros negros. Ambos textos colocaban el foco en las relaciones complicadas entre las nuevas prácticas epistémicas experimentales –que han saltado del ámbito de las profesiones creativas y se han diseminado con la aparición de fenómenos de hibridación epistémica, mencionando las mareas como un buen ejemplo de ello– con las innumerables formas de gestión del emprendizaje cultural. Unas formas de gestión a las que podríamos oponerles una reflexión sobre el “derecho a la experimentación”, así como sobre la vulnerabilidad relativa al carácter encarnado de la práctica cultural.

Nurses and babies at the Infant Incubator Institute or “Infantorium” (1905)

Experimentar (con/desde) la vulnerabilidad

“Pensar la vulnerabilidad surge como una necesidad frente al omnipotente relato de autosuficiencia en el capitalismo contemporáneo. Aquel que afirma que la vida es un camino individual, no compartido. Pero también frente a la mercantilización de nuestra fragilidad. La búsqueda legítima del bienestar deviene suculento negocio acorde con la idea de que empeñándonos podemos lograr la plenitud” (Silvia L Gil)

Pero ¿qué fue aquellas caras frescas de hace tres años, que creían poder cambiar el mundo de cabo a rabo, experimentando en la calle, juntándose con gente que no conocía de nada, poniendo en marcha mil y un proyectos e iniciativas de todo tipo, sometiéndose a los rigores de otra nueva propuesta de micro-financiación colaborativa y transparente para poder seguir haciendo? El caso es que no paramos, y cada día nos faltan menos razones para seguir no-parando, pero mientras tanto el escenario de darwinismo social se extiende y, por el camino, nuestras vidas se nos muestran cada vez más fragilizadas. Tanto que, seguramente, “llevamos el cansancio en nuestra mirada”. El coste, como en todo buen darwinismo social que se precie, lo estamos pagando de diferentes maneras todos, pero quienes más sufren son quienes ya no pueden ni cuidarse o no pueden hacer otra cosa más que malcuidar y malcuidarse… Nuestra existencia es ontológicamente frágil, pero lo es más aún si no se cuida nuestra fragilidad para que ésta pueda ser una potencia. Y, por muchas razones, esa fuente de esperanza de las comunidades epistémicas experimentales no ha conseguido hasta ahora convertirse en una ecología de prácticas estable, sino en un tenue oasis acechado y cercado por todos los sitios (¿con la intención de que devenga, quizá, espejismo?).

De alguna manera, esa amalgama extraña que he venido llamando “razón tecnocrática” no sólo no ha ignorado toda la experimentación que hemos venido practicando, sino que la quiere convertir, más bien, al nuevo orden basado en la “innovación”, nuevo modo específico de “hacer vivir, dejar morir” (por utilizar los términos de Foucault) de nuestras contemporáneas élites extractivas. Observemos, si no, las recientes noticias sobre los tejemanejes de Telefónica en torno al Medialab-Prado y la lucha abierta por la iniciativa SaveTheLab para contrarrestarlos –intentando visibilizar lo mucho que ha hecho este espacio para abrir un lugar para la experimentación epistémica del cualquiera, para dar cabida y soportar el procomún, “eso que es de todos (y no es de nadie)”–. La razón tecnocrática se quiere plantear liderando la revolución del talento, situando en la lucha por la cúspide a todos aquellos que quieran competir con su creatividad, creando y generando nuevos formatos de mini-empleo competitivo y articulando formatos de evaluación donde se especula sobre el valor relativo de procesos de “emprendizaje” o “emprendeduría”, siempre cada vez menos institucionalizados o permanentes. Por citar alguna de las cuestiones que comentaba Luís Moreno Caballud en este espacio hace unos meses: “El capitalismo neoliberal ha aprendido a poner a trabajar a el ocio y las capacidades creativas de la gente, a usar en su beneficio todo el caudal inmenso de producción cultural que los nuevos públicos activos educados en la cultura de masas y ahora en la cultura digital canalizan cotidianamente”.

Frente a ese escenario de darwinismo social, creo tiene sentido intentar balbucear, enunciar, poner nombre a “eso” que la razón tecnocrática ha ignorado y que no es estrictamente el conocimiento (troceado y distribuido hasta el infinito comoinformación) ni la creatividad (desfigurada y precarizada hasta la náusea por las políticas de innovación y emprendizaje), sino la experimentalidad de nuevas prácticas epistémicas y, más aún, la vulnerabilidad que sufren (porque toda práctica es vulnerable, en tanto requiere de un contexto específico para tener lugar, existir o mantenerse en el tiempo), pero que pudiera ser también lo que las alimenta y dota de potencia. Hablo de que las alimenta o dota de potencia porque la experimentación con la vulnerabilidad ha venido convirtiéndose recientemente en algo que blandimos para construir conocimiento juntas, desde lo que nos atañe, poniendo en valor nuestra singularidad, siempre de forma situada y, por ello, atendiendo a “la novedad”: porque es a partir de esa vulnerabilidad reconocida de nuestras prácticas y lo que las afecta que podemos comenzar una exploración de lo que la razón tecnocrática ignora, pudiendo llegar a “hacer ciencia con los desechos” (como bien expresa Antonio Lafuente al referirse a las rebeliones de enfermos, de colectivos de afectados que han venido vindicando, tramitando y construyendo conocimiento con aquellas evidencias o restos epistémicos que diferentes disciplinas habían dejado fuera del foco –su sufrimiento, los efectos secundarios de los fármacos, las enfermedades raras que nadie estudia, las posibilidades organizacionales y sanitarias más acogedoras con la diferencia, etc.–, empoderándose para construir otras relaciones con lo que les afecta, desde su fragilidad). Por tanto, si en el anterior post celebraba la importancia de la experimentalidad, creo que ahora necesitamos un desplazamiento de esa esperanza en la experimentación a una defensa del cuidado de la misma, como la mejor propuesta política que pudiéramos desarrollar para mantener con vida los espacios y conocimientos “fuera de clase”.

Sugiero llamar “mimo” a ese cuidado y atención cotidiana que requiere la experimentación con pasión; a ese buen hacer o a ese querer producir cosas o entornos para vivir mejor atendiendo a la vulnerabilidad de nuestras prácticas epistémicas experimentales. Lo que quisiera plantear aquí es el peligro atroz ante el que la razón tecnocrática nos sitúa; puesto que corremos el riesgo no ya solo de perecer o morir de hambre, sino de perder la capacidad de continuar experimentando ante esa gestión innovadora de la creatividad y el talento que nos matan de hambre… Es este olvido de la vulnerabilidad el que lleva a no considerar la propia vulnerabilidad inherente de nuestras “comunidades epistémicas experimentales”, la fragilidad constitutiva de sus prácticas: corporal, infraestructural, afectiva, epistémica. Y aunque nunca sepamos a ciencia cierta “cuánto puede un cuerpo colectivo” (razón por la que necesitamos seguir haciendo para experimentar en qué consiste prácticamente nuestra vulnerabilidad y nuestra potencia), este texto de cierre busca proponer el mimo como un imperativo, una tecnología política no necesariamente “estadocéntrica” que permita hacernos sensibles a los modos y elementos necesarios para seguir experimentando sin hacernos más vulnerables por el camino, para construir espacios y procesos más igualitarios. Esto es, más allá de los horizontes institucionales del paternalismo estatalista, la tecnocracia rampante y la precariedad absoluta.

Haciendo este giro quisiera resaltar la importancia de colocar en el centro del debate la vulnerabilidad de esos espacios y nuevas prácticas epistémicas experimentales. De las experiencias de vulnerabilidad y desamparo compartidas en los últimos años, quisiera haber aprendido que la esperanza, ese ejercicio constante de generación de posibles, es un trabajo crucial e ímprobo de abrir futuros. Un trabajo necesario, pero al que en no pocas veces nos sometemos colocando en la trastienda, olvidando nuestra vulnerabilidad constitutiva, eso que nos haría caer los brazos si siguiéramos haciendo en ciertas condiciones de precariedad. Si queremos abrir posibles no podemos olvidarnos de tratar “eso que nos permite experimentar”.
“De la Couveuse pour Infants” de Auvard (1883)

Responder al imperativo del mimo, sostener la experimentación del cualquiera

“Qué tipo de valor producen los encuentros, los cuerpos y los afectos, qué producimos en el ser-juntas de nuestros colectivos, cómo damos cuenta yhacemos cuentas de ese valor. Cómo se pone en común y cómo se generan cercamientos a esos saberes, valores y territorios de vida producidos colectivamente. ¿Cómo saltar de la productividad a la producción de territorios comunes de vida?” (esquizobarcelona)

Enunciar algo así como un “imperativo del mimo” aplicado a las prácticas de nuestras comunidades epistémicas experimentales nos invitaría a pensar en clave de cómo sostener la experimentación del cualquiera, yendo más allá de las declaraciones de intenciones sobre los parabienes de la cultura libre o el igualitarismo: hay que trabajar para permitir que los prototipos puedan mantenerse en ese estado permanentemente ß, pero sin olvidarnos de la continuidad necesaria para la implementación de estas ideas; evitando dejar de lado que las cosas nunca se hacen de una vez y para siempre, que el trabajo de traer algo a la existencia puede tirarse por la ventana si no se practica continuamente el mimo al que esa creación nos convoca; que por experiencia las cosas no duran, pero que no duran nunca de la misma manera y que tenemos que poder experimentar con lo que quiere decir la durabilidad en cada experimentación; que para que se mantengan las cosas en pie hay mucha gente e infraestructuras técnicas y afectivas implicadas, por lo que mejor no olvidarse nunca de la desigual distribución del trabajo que esto implica y la necesidad de un cierto mimo a la hora de pensar en evitar que nos dejemos a alguien fuera y que busquemos las mejores condiciones para el cualquiera siempre desde su diversidad; porque no sólo construimos con las ficciones, ideas y declaraciones de intenciones (cruciales para abrir lo posible), sino mimando nuestros terriblemente complejos arreglos sociomateriales, aprendiendo a “comprometernos” –en el sentido que le dota Marina Garcés a este término–, a explicitar que “el compromiso empieza en el hecho de reconocer que ya vivimos implicados, que ya vivimos en esas relaciones de interdependencia que nos vinculan los unos a los otros” y que comprometerse es ponerse en un compromiso, explorar las formas cambiantes de nuestra vulnerabilidad, compartiendo los problemas con los otros para poder ser más autónomos.

¿Cómo aprender, por tanto, a comprometernos, a sostener o, mejor, a institucionalizar este mimo, este cuidado de la experimentación que no puede sino ser experimental? Esa es la tarea colectiva que tenemos ante nosotras –y a la que quizá podamos ir contribuyendo desde este blog–, porque sostener y defender la experimentación del cualquiera, requiere pensar en instituciones que puedan mantener no sólo a las personas que experimentan o sus efectos, sino también las infraestructuras a partir de las que cualquiera pueda devenir experimentador, para que pueda seguir existiendo el conocimiento libre para que quien quiera pueda ponerse a experimentar con unas mínimas garantías. De hecho, algo parecido a esta reivindicación del mimo creo que se integra en recientes debates entre lo público y lo común (entre los formatos de gestión estatalizada o comunalizada, sus pros y sus contras).
Cómo hacer una incubadora casera (1944)

Experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación

“Internet permite que aquellos saberes que se consideraban informales, saberes comunes y corrientes pertenecientes a la vida cotidiana, competencias y pericias para desenvolverse en la realidad más mundana se transmitan, formalicen y compartan y, de esa manera, se revaloricen y cobren una relevancia que, de otra manera, quizás, hubiera pasado desapercibida […]. De lo que se trata, en el fondo, es de rescatar del olvido saberes valiosos para quien los necesite, de conceder cierta forma de reconocimiento comunitario a quien los comparte, de reivindicar la importancia de esos conocimientos supuestamente disminuidos frente a los conocimientos que la ciencia da por prevalentes” (A. Lafuente, A. Alonso & J. Rodríguez, ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido. Madrid, Cátedra, 2013: p. 53).

Dado que necesitamos aprender a mimar y encontrar modos y maneras de sostener nuestras comunidades epistémicas experimentales para que estas no sólo no se marchiten, sino que nos permitan seguir haciendo futuros mejores, quisiera sólo, proponer algunas vías de indagación a partir de las que pudiéramos dotar de contenido a esas instituciones que acogieran ese imperativo, así como  reconocer y mejorar como tales a esas instituciones que nos han venido ayudando a  sostener y dar sentido a nuestra experimentación desde el reconocimiento de su vulnerabilidad:

(a) ¿Qué modos de experimentación epistémica seremos capaces de producir con diferentes formatos incipientes o más desarrollados de institucionalidad?
(b) ¿Cómo articularemos, daremos voz y sitio en ellos a las vulnerabilidades (que no conocemos más que en la práctica o montando dispositivos para reconocerlas) de todo ejercicio experimental? ¿Cómo se podrá elaborar la conciencia de las mismas y de los modos de acometerlas, tomarlas en consideración?
(c) ¿Qué ejercicios de mimo se han venido ya planteando para sostenerlas o sortearlas, ya sea a partir de prácticas ad hoc o de ejercicios de construcción de un entorno sociomaterial (organizativo, técnico, económico, legal, etc.) acogedor para las mismas?
(d) ¿Cómo debieran ser, en suma, las instituciones que pudieran acoger ese mimo que permita la experimentación del cualquiera?

Quizá no sea suficiente la atención a la conservación de la diversidad epistémica mediante repositorios u otros formatos diagramáticos de documentación de nuestras prácticas de creación y experimentación archivando el conocimiento, haciendo la clasificación visible, permitiendo “su descarga para que no muera y siga vivo” (como no ha venido bastando en áreas como la biodiversidad o la diversidad cultural).

Quizá tampoco sirvan únicamente espacios proliferatorios o dinamizadores y potenciadores de las comunidades epistémicas experimentales, ayudando a hacer propuestas de mundos posibles, germen de millares de nuevas sociedades, formatos de relaciones y dispositivos de pensamiento…

Quizá debemos refundar o luchar por nuevos formatos de institucionalidad para nuestras prácticas epistémicas experimentales, pensados para que el cualquiera pueda venir a poblarlos, atentos a todas las voces que quedan fuera; y eso no lo podremos hacer sin cuidar de la experimentación epistémica: porque siempre necesitaremos de otros arreglos o de arreglos cada vez más específicos, sin los cuales nuestra vida no sólo sería menos interesante, sino en ocasiones inviable. La experimentación será crucial para pensar espacios pensados desde la vulnerabilidad y la necesidad de un cuidado emancipador e igualitario, desde la promoción la igualdad de oportunidades, el desarrollo colectivo de las singularidades y la diferencia.

Quizá necesitemos, por tanto, montar o refundar mimatorios, donde estas prácticas experimentales tengan cobijo, pero no como las fallidas incubadoras neoliberales (esosviveros de iniciativas de negocio), que no nos dan más que un cascarón vacío en el que sólo quedan los restos de la experimentación con olor a huevo podrido. Pienso más bien en espacios auto-gestionados por construir donde poder llevar a cabo nuestros quehaceres experimentales, donde poder controlar nuestro sostén, manteniendo vivos nuestros saberes de la experimentación y su relación particular con materiales, prácticas, ideas, herramientas, etc. Pero también espacios donde se mimen estas prácticas para que redunden en un buen hacer, donde se prueben y se experimenten formatos para dotarlas de condiciones mínimas de subsistencia y remuneración.

Necesitamos espacios donde experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación, porque en momentos aciagos como éste nos va la vida en ello…

[Dedicado a toda la gente linda con la que he venido aprendiendo a reconocer la vulnerabilidad, así como la necesidad de mimar la experimentación en diferentes espacios experimentales: como los que he venido compartiendo con lxs colegas de En torno a la silla y la OVI de Barcelona, EXPDEM y la Red esCTS, Fuera de Clase y TEO.
Agradezco especialmente a Adolfo Estalella su lectura atenta de este texto y sus sugerencias con alguna de las partes más oscuras del mismo, y también a Blanca Callén, con quien he venido en los últimos meses dando algunas cuantas vueltas a este problema de la vulnerabilidad y la experimentación]

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Política material del cuidado

¡NUEVO BLOG!

Una mirada antropológica a la política material del cuidado

Desde 2008, como parte de un trabajo colectivo derivado de diferentes proyectos comencé a recopilar información y materiales en un blog para uso del grupo de investigación en el que colaboraba, que casi convertí en un repositorio de uso personal donde colgaba el material web que me voy encontrando, así como la información semanal que me llega con un ‘tracker’ de noticias. Esto es, un archivo un poco impresionista de cosas que consideraba relevantes para mi trabajo de tesis (centrada en la teleasistencia para personas mayores).

Sin embargo, en mitad del proceso de escritura de mi tesis, y como parte de su consecución, me pregunté ¿y si pusiera todos estos materiales a disposición de los demás, abriendo un espacio para el debate, para la reflexión y encuentro de los ‘tecnoCUIDADanOS‘? De ahí nació la nueva versión de este blog…

¿Por qué ‘tecnoCUIDADanOS’?

Sé que la grafía es horrible y que el concepto suena  abstruso, pero no es menos extraña la idea a la que responde y que, me gustaría defender, pudiera ser de enorme interés.

Pienso que el cuidado está en transición desde hace unas décadas. Y, particularmente se encuentra en un proceso de cambio brutal, o mejor dicho de creciente y constante ‘traducción‘, salpicado cada vez más por la introducción de muy diferentes tecnologías (desde lo que se conoce en el medio como ‘ayudas técnicas’ -bastones, andadores, sillas de ruedas, audífonos, etc.- hasta formas cambiantes de domótica y el diseño accesible/universal, tecnologías de información diversas -teléfonos, móviles, portales web, redes sociales, etc.-, o proyectos de robótica).

Sistemas tecnológicos, dispositivos, aparatos y cacharros de la más diversa índole a los que se destinan ingentes cantidades de dinero público/privado y cuya promoción viene siempre acompañada de grandes loas en las que estas tecnologías aparecen como los heraldos de un cambio en los servicios y prácticas del cuidado: contienen, o eso se dice, promesas de liberación y de transformación del cuidado, o al menos de alivio de parte de sus cargas y problemas para las personas cuidadoras y para quienes reciben el cuidado. Unas tecnologías que, eso se dice, permitirían responder con mayor eficacia a los retos del cuidado ante los imperativos que plantean el cambio demográfico y las transformaciones en la distribución sexual de las tareas de cuidado ‘causadas’ por la incorporación de la mujer a la ‘vida activa’… (aunque la formulación no puede ser más problemática, véase aquí).

Sin embargo, hablamos poco de esto: de la vida cotidiana con todos estos aparatos que han venido poblando y colonizando el mundo cotidiano de muchas personas (de formas crecientes) bajo la égida de un nuevo futuro de ‘mejora de la calidad de vida’ para aquellas personas con situaciones ‘crónicas’. Y, desde luego, muchas de las personas que acaban usando o empleando estas tecnologías no han sido partícipes de su diseño, ni tienen un modo específico de hablar de las mismas. No hay un lenguaje para hablar del ‘tecnocuidado’ más allá de los términos que ponen en nuestra boca los ingenieros, desarrolladores y proveedores de estos servicios. Por no hablar de que en muchas ocasiones se trata de tecnologías propietarias, verdaderas cajas negras incrustadas en nuestras vidas a las que no podemos meterles mano, a riesgo de perder la garantía de los productos, estando los saberes para meterles mano muchas veces protegidos por el secreto industrial.

Servicios pensados para que los usemos como ‘meros receptores’, siendo nuestras necesidades perpetuamente pensadas por otrxs que saben más sobre nuestra vida que nosotrxs mismxs. En ese sentido, diferentes movimientos asociativos críticos con los modelos médico y social de la discapacidad vienen alertando desde hace años de situaciones de ‘doble discriminación’ o de n-ple discriminación por diferentes causas. Y entre ellas está también el modo en que se diseña, comercializa, repara y distribuyen los cacharros, que generan no pocos quebraderos de cabeza (véanse, a modo de ejemplo, los problemas que puede suscitar el diseño de sillas de ruedas y otros muchos aparatos o ‘ayudas técnicas’, como se las llama en el argot, por no hablar de los problemas planteados sobre estos servicios por parte de diferentes activistas).

Pero en la idea hay algo más: abrirnos a la idea de pensarnos como ‘tecnoCUIDADanOS’ es pensar qué política del cuidado queremos y qué formas técnicas/tecnológicas, qué formatos de organización y colectivización del cuidado priorizamos y por qué. La intención es que estos materiales, debates y reflexiones pudieran quizá ayudar a abrir ese espacio de debate a partir de una mirada modesta sobre los cuidados tecnológicos. Pero una mirada atenta a las maneras en que distintas personas diseñan, promocionan, implementan o usan tecnologías para el cuidado de otras o de sí mismas.

Prestar atención a esto quizá nos permita re-pensar qué es la ciudadanía: no ya sólo como una serie de derechos o garantías que pueden reclamar personas que habitan en ciertos contextos institucionales, ampliamente intervenidos por lógicas de gobierno liberal (de entre los cuales al menos hasta ahora podríamos citar servicios de cuidado altamente mediados por tecnologías, subsidiados/financiados total o parcialmente por medio de administraciones públicas, gestionados de forma crecientemente externalizada y cuyo acceso suele venir, cada vez más, mediado por el poder adquisitivo o la renta), sino como algo que pudiera ser re-pensado a través y desde las prácticas de cuidado y sus infraestructuras de servicios/tecnologías. Esto es, desde lo que nos proponen, permiten, impiden y ocultan prácticamente; desde el trabajo de cacharreo que suponen e implican y que, comúnmente, queda doblemente invisibilizado:

“During the twentieth century it was commonly argued that care was other to technology. Care had to do with warmth and love while technology, by contrast, was cold and irrational. Care was nourishing, technology was instrumental. Care overflowed and was impossible to calculate, technology was effective and efficient. Care was a gift, technology made interventions. […] This book sings another song. If we insist on the specificities of caring practices it is on different terms. Rather than furthering purifications, the authors in this book insist on the irreducibility of mixtures. Caring pratices, to start here, include technologies […] If they happen to be helpful then they are all welcome. At the same time, engaging in care is not an innate human capacity or something everyone learns early on by imitating their mother […] Technologies, in their turn, are not as shiny, smooth and instrumental as they may be designed to look. Neither are they either straightforwardly effective on the one hand, or abject failures on the other. Instead they tend to have a variety of effects Some of these are predictable, while others are surprising. Technologies, what is more, do not work or fail in and on themselves. Rather, they depend on care work.

On people willing to adapt their tools to a specific situation while adapting the situation to the tools, on and on, endlessly tinkering” (Mol, Moser & Pols, 2010: pp. 14-15)

– Mol, A., Moser, I., & Pols, J. (2010). Care: putting practice into theory. In A. Mol, I. Moser & J. Pols (Eds.), Care in Practice. On Tinkering in Clinics, Homes and Farms (pp. 7-25). Bielefeld: Transcript.

Una de las preguntas que subyace a esta indagación, por tanto, es: ¿cómo podemos convertirnos, pasar de sujetos cuidados por la tecnología a ser ‘tecnocidanos‘ y qué pudiera implicar esto?

Tecnocidadanos es un neologismo que se forma de la hibridación entre tecnociencia y ciudadanos. Los tecnocidanos son todos esos ciudadanos expertos que proliferan en esta era tecnocientífica. No es sencillo conceptualizarlos, aunque sea muy fácil visualizarlos. Son tecnocidanos, entre otros, los miles de hackers que dominan las TIC (trabajando a favor del software libre y el copyleft), como también todos los ciudadanos cuyas preocupaciones medioambientalistas o sanitarias les han conducido hasta la lectura y discusión competente de temas especializados y hasta muy recientemente reservados al mundo académico. También tenemos otras lecciones que aprender de los movimientos antinucleares de la década de los 60 o de los afectados por el SIDA en los 80. En ambos casos, surgieron ciudadanos que no aceptaron dejar en manos de los expertos asuntos de tanta trascendencia política y social. Aparecieron colectivos que lograron apropiarse del lenguaje técnico y expresar sus inquietudes en unos términos que no pudieran ser ignorados por los propios ingenieros o médicos. Y así es como algunos ciudadanos trataron de compatibilizar la necesidad del rigor con la voluntad de ser solidarios. Mucho se discute acerca de si estas iniciativas son el germen de un nuevo contrato social, basado en ideales comunitaristas, filantrópicos, descentralizados, horizontales, abiertos, como los únicos valores capaces de restaurar en toda su amplitud las nociones de bien común, libre acceso al conocimiento, y gestión coparticipativa en los proyectos.”

–  Antonio Lafuente (2012), “Tecnociudadanía y procomún III. Autoridad expandida

Y, a partir de aquí, quizá podamos articular diferentes versiones de lo que algunos colectivos denominan ‘cUIdadanía‘, una transformación en la idea de ciudadanía a partir del cuidado, por medio de la que se propone:

UNA NUEVA REORGANIZACIÓN SOCIAL DEL CUIDADO, donde:

– Los hombres tomen su parte de responsabilidad y dejen por fin de ser beneficiarios privilegiados de este trabajo y pasen a ser parte activa de este trabajo necesario.

– No seamos nosotras las que nos adaptemos a las exigencias del mercado capitalista conciliando dobles o múltiples jornadas y sin derechos ni garantías sociales y laborales mínimas.

– Debe ser la sociedad en su conjunto (instituciones, empresas, Estado) la que se organice teniendo en cuenta las necesidades y exigencias de la vida, esto es, del cuidado.

Por eso hablamos de crear nuevos derechos de la sociedad del cuidado, DERECHOS DE CUIDADANÍA, para una sociedad que pone el cuidado en el centro y se organiza en función de estas necesidades vitales.

– Agencia de asuntos precarios (2007), “Manifiesto del 8 de marzo de 2007

Espero, por tanto, que este pueda ser un espacio para articular un lenguaje sobre los ‘CUIDADOS’, ‘tecno’, de ‘cUIdadanxs’. Esto es, un espacio para pensar en cómo convertirnos en ‘tecnoCUIDADanOS’, abriendo el debate sobre las diferentes versiones e interpretaciones que pudiéramos darle al imperativo ético que cobija: ‘tecnoCUIDAD’ / ‘tecnoCUIDA…OS’.

Por el momento, todo lo que hay es una apertura personal de la cuestión, una propuesta de materiales y reflexiones derivada de mis proyectos y mis ideas. Pero me gustaría abrir este espacio como un híbrido: museo, archivo y foro de encuentro sobre cualquier forma de cuidado, con cualquier técnica o tecnología.

¿Podrá convertirse este blog en un espacio abierto a diferentes formatos de interrogar qué es eso de la ‘tecnoCUIDAdanía’?

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Restaurar el Orden del Telecuidado: Prácticas de Reparación y la Relación con los “Monstruos Organizacionales”

telecare home

Acaba de publicarse un artículo reciente, parte de la preparación de mi tesis doctoral, en la revista brasileña de acceso abierto Pesquisa e práticas psicossociais, 6(2): 319-337.

Restaurar el orden del telecuidado: Prácticas de reparación y la relación con los “monstruos organizacionales”

Resumen

El cuidado de las personas mayores ha cambiado enormemente en las sociedades postindustriales, como así atestigua el creciente uso de tecnologías de la información para ello. De cara a observar qué manera de cuidar implican estas nuevas configuraciones, en este texto me acercaré etnográficamente a las prácticas de reparación que llevan a cabo los técnicos de un servicio de teleasistencia para personas mayores en Madrid (España). Siguiendo las recomendaciones de la “sociología de la desviación” y la “sociología de la reparación y el mantenimiento”, el interés de observar los modos en los que en estos servicios se lidia con diferentes “monstruos organizacionales” (aquellas configuraciones extrañas para los servicios) nos permitiría tener una definición práctica de cuáles son los órdenes que promueven de facto. El análisis del caso me permitirá detallar el importante trabajo de los técnicos como una constante “restauración” (por emplear un término usado recientemente por Latour) de un particular “arreglo del cuidado”, que definiré a partir de sus prácticas.

Palabras clave

Restauración, reparación y mantenimiento, arreglos del cuidado, teleasistencia, monstruos organizacionales.

Texto completo: PDF