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Problemas de cuidado y el cuidado de los problemas > Vidas Descontadas

Gracias a la amable invitación de María Martínez, Maite Martín Palomo e Iñaki Rubio, en el marco del seminario permanente del proyecto “Mundo(s) de víctimas 3: Proyecto Vidas Descontadas. Refugios para habitar la desaparición social”, el próximo 15 de junio a las 11:00 estaré compartiendo mi trabajo en torno a: “Problemas de cuidado y el cuidado de los problemas“.

Para ello, revisitaré algunas publicaciones propias recientes (Care in Trouble & Anthropology as a careful design practice?) donde he estado interrogándome sobre la noción de cuidado como concepto y como cualidad de ciertas prácticas “cuidadosas” vinculadas al diseño. Esta indagación ha tenido lugar en un contexto de generalización presente de sus usos, no sólo en la jerga académica de campos como la antropología o los estudios de la ciencia y la tecnología (donde suelo habitar y pasar mi tiempo). A pesar de la relevancia de recuperar sus orígenes combativos e inclusivos prometedores en el pensamiento feminista, la expansión del cuidado más allá de los contextos de salud o cuidado interpersonal ha dado lugar a la aparición de un vocabulario político en toda regla, reivindicado en discursos muchas veces securitarios, trascendiendo a lenguajes institucionales del orden y el mantenimiento, así como alegatos etno-nacionalistas. A pesar de que esta generalización pudiera hacernos pensar en el éxito del término y la gran suerte de vivir en un presente más habitable, la violencia ambiente en que vivimos no parece augurar que esta popularidad tenga un fácil correlato en nuestra cotidianidad, ¿quizá como síntoma de un deseo o una aspiración evanescente? Antes que sugerir arrojar el término por la borda, me gustaría abordar los problemas de cuidado ante los que nos sitúan intervenciones sobre lo social en nombre de una aspiración cuidadosa que parecen tener claro lo que se necesita y cómo, donde la violencia efectiva también aparece como una violencia epistémica. Más allá de usos paliativos o vinculados a la reparación de órdenes existentes, quizá la única vía para que el cuidado no sea parte del problema, pudiera pasar por tratarlo como una práctica del cuidado de los problemas: un modo de abrirnos a los contornos de lo posible de frágiles ecologías de soportes, con conocimientos y maneras de hacer muchas veces relegadas al olvido, cuando no invisibilizadas, donde antes que vidas con contornos claros, la especulación de lo por venir participa de la ingente tarea de construir entornos para la vida plural en el presente (donde, muchas veces, antes que reparar o continuar, necesitaremos desarmar y tirar abajo). Una tarea que, en mi propio trabajo, ha ido vinculada a repensar la etnografía como práctica de diseño cuidadoso (de la que pondré algunos ejemplos vinculados a participar de colectivos de diseño activista desde el montaje de ecologías de documentación abierta, o el trabajo pedagógico para re-sensibilizar a profesionales del diseño urbano a que re-aprendan colaborativamente su práctica ante la radical presencia de quienes suelen hacerse cargo de sus designios). Esto es, una tarea donde el cuidado aparece no tanto como un concepto que clausura, sino como práctica emergente para las ciencias sociales, re-equipando o engendrando formas y dispositivos de indagación cuidadosa (atenta al cuidado de los problemas), para participar de la problematización conjunta de ecologías de soportes en condiciones de violencia ambiente.

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How to care for the opening of care infrastructures?

[EN] How to care for the opening of care infrastructures?

(Versión en castellano más abajo)

The mess we’re in has accentuated two recurring concerns, perhaps with newer nuances: (1) the importance of tinkering and opening up care infrastructures and equipment; (2) the relevance of experimenting with their documentation (precisely in the distance of a remote confinement)

(1) Here we are again in an austerity crisis, again care as the main mode of response, and yet again in need of proprietary equipment, closed down by patents and strict rules of circulation (where the health expertocracy & free market meet). But there are also mismatches…

The previous crisis brought out a wealth of forms of tinkering and inventiveness, DIY hacks and 3D printed contraptions in all kinds of initiatives. That crisis deeply impacted architecture and design, but health systems protected themselves from what was though to be a dangerous experiment …

Health struggles revolved around supporting public infrastructures, but beyond a discussion around generic drugs, the ‘question concerning technology’ did not seem to pop up much, even though its importance was highlighted (e.g. open orthopedics and technical aids)

The urban experimentation of many DIY urbanism, collective architecture and handmade urbanism… made emerge a context to explore other ways of opening up the city’s infrastructures and their rights. All of this has been sadly crumbling: too much personal – and too little institutional – an effort

Now a new techno-political field seems to emerge, even more closed than the previous one: Will this situation of health infrastructural collapse allow for an experimentation with seizing the means of care, opening up an inquiry on how this might be supported by public infrastructures? Time will tell

(2) Now, as it happened, those findings and practical solutions need to be traced and circulated, knowledge of an expert and experiential kind sprout and turn ideas that come and go. We document to share, but also not to forget…

And, also, a great variety of digital platforms erupt, wishing to centralise the archiving of such experiences, their tagging and categorization: websites, telegram channels, but also Twitter as an archive of a tinkering society in need of auto-inscribing to endure, when not just to be…

With a big difference: ten years ago, online presence was treated as a mere support, an aid, main-staging embodied togetherness. However, in the distance of a remote confinement digital documentation takes on a different – and greater – relevance

Many of the insurgent archives documenting the critical experiences of years ago have now disappeared: we didn’t have the time, the will, the conditions to work to maintain and care for all of them – some have survived, many thanks to the use of commercial platforms whose servers are still intact

Will we forget and obliterate what we have learned, the traces of the new that emerge, the timeless solutions that always reemerge, the dramas of the moment? Sure, we need to forget in order to go on, but digital records are deeply fragile. Will we let the same thing happen to us again? What to do?

P.S. This thread is a testimony of many conversations in the last years with @entornoalasilla @adolfoestalella @acorsin @cboserman @jararocha @blancallen @birrabel @dlopezgom @ CareNet_IN3 @zuloark @Makeatuvida @Alephvoid @autofabricantes @ alafuente @ janinakehr @SaraLF @crinamoreno

P.S.2. But also a reflection after witnessing what @frenalacurva @ItaliaCovid19 @CovidAidUK @nwspk are making emerge, together with the great number of health practitioners and makers documenting their inventiveness – here on Twitter, for instance – around the globe

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Slightly amended version of a thread published on Twitter

[ES] ¿Cómo cuidar de la apertura de las infraestructuras del cuidado?

Este momento delirante ha acentuado dos preocupaciones recurrentes, con nuevos matices: (1) la importancia del cacharreo o la apertura de infraestructuras y equipamientos del cuidado; (2) la experimentación con su documentación (en la distancia de un confinamiento a distancia)

(1) De nuevo una crisis por austeridad, de nuevo la centralidad del cuidado como respuesta, de nuevo la necesidad de equipamientos cerrados por patentes y reglas estrictas de circulación (donde cruzan la expertocracia sanitaria y el libre mercado). Pero con algunas diferencias…

La anterior crisis sacó la inventiva cacharrera, un despliegue de ñapas, makeos, impresión 3D e iniciativas do-it-yourself para todo tipo de actividades. Esa crisis afectó de lleno a arquitectura y diseño, pero el mundo de la salud se protegió: era una experimentación peligrosa…

La lucha de la salud se centró en torno a su sostenimiento público, pero más allá de la discusión sobre los medicamentos genéricos, la pregunta por la tecnología no parecía abrirse, aun cuando se planteó su importancia con fuerza (e.g. ortopedias y ayudas técnicas abiertas)

La experimentación urbana de lugares como Can Batlló o el Campo de Cebada, el handmade urbanism… generaron un contexto para explorar otros modos de hacer ciudad con infraestructuras abiertas. Todo eso ha ido cayendo tristemente en desgracia: mucho esfuerzo y poca institución

Ahora se abre un nuevo campo tecno-político, todavía más clausurado que el anterior: ¿Permitirá esta situación de colapso sanitario abrir a indagación y sostenimiento con infraestructuras públicas la experimentación con la reapropiación de los medios del cuidado? El tiempo dirá

(2) Ahora, como entonces, eso hallazgos y soluciones prácticas necesitan abrirse y circular, saberes y conocimientos experienciales que brotan y se convierten en ideas que vienen y van. Se documenta para compartir, pero también para no olvidar

Y, de nuevo, comienza la panoplia de plataformas digitales para su archivado centralizado, su etiquetado y categorización: webs, canales de telegram, pero también Twitter como archivo de una sociedad cacharrera que busca auto-inscribirse para subsistir, cuando no existir…

Con una gran diferencia: hace diez años, lo online era un apoyo o soporte, quedando el vínculo corpóreo en una centralidad; en la distancia de un confinamiento a distancia, sin embargo, esa documentación digital cobra una importancia nuclear

Desaparecieron muchos de esos archivos insurgentes de la experiencia crítica de hace años: no les pudimos meter ganas, esfuerzo, manutención y cuidado a todos ellos – algunos han subsistido, muchos gracias al uso de plataformas blog cuyos servidores siguen en activo

¿Olvidaremos y haremos caer en el olvido todo lo aprendido, los trazos de lo nuevo que emerge, las soluciones atemporales, los dramas del momento? Cierto, necesitamos olvidar para vivir, pero el registro digital es frágil ¿Dejaremos que nos pase lo mismo otra vez? ¿Qué hacer?

PD. Aquí acordándome mucho de cientos de conversaciones con @entornoalasilla @adolfoestalella @acorsin @cboserman @jararocha @blancallen @birrabel @dlopezgom @CareNet_IN3 @zuloark @Makeatuvida @Alephvoid @autofabricantes @alafuente@janinakehr @SaraLF @crinamoreno

PD2. Pero también pensando en todo lo que están abriendo @frenalacurva @ItaliaCovid19 @CovidAidUK @nwspk y la cantidad de profesionales del mundo sanitario documentando su inventiva

PD3. Y también muchas de las conversaciones recientes con @janinakehr @SaraLF @crinamoreno – fuente de tantas reflexiones interesantes

Adaptación de un hilo publicado originalmente en Twitter

Picture credits: Patent spec of Le Prieur regulator (1946-47) (Wikimedia Commons)

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Repair as repopulating the devastated desert of our political and social imaginations

Drawing together a wide variety of contributions and approaches to different strategies of repair and recovery in post-crisis Portugal, Francisco Martínez has compiled the volume Politics of Recuperation, a comprehensive anthropological approach to the meanings of the crises in Southern Europe. As explained in the back cover:

How did Portuguese society recover after the economic crisis? Through a range of ethnographic case studies focusing on the Portuguese recovery, this book begins a conversation about the experience of recuperation and repair. It addresses how the recovery of relations creates something transcendental, adds a human dimension to the public sphere and expands our conception of what constitutes the political.

Located in the cracks and gaps between the state and society, recuperation appears as a social and infrastructural answer linked to reciprocity, critical urbanity, generational interweaving, alternate ordering and reconnection of different bodies and histories. With chapters looking at public art in Lisbon and recuperative modes of action, this collection takes a thorough look at a society in crisis and shows how the people of the community create micro-politics of resistance. Ultimately, Politics of Recuperation reflects on the meaning of personal and collective resilience in Europe today, as well as on the limits and interstices of contemporary politics.

Repair as repopulating the devastated desert of our political and social imaginations

In my contribution––originally conceived as a comment in a workshop where the different chapters were discussed, and here framed as a conclusion to the volume––, I reflect on how the different works resonate with a growing series of recent works addressing Southern Europe in/as Crisis. Indeed, the recent post-2008 crises have rekindled the fear of ‘going backwards,’ still very vivid in migration tropes from the 1960s–70s. However, this assessment of ‘backwardness’ unfolds a wider European genre of telling ‘what the problem is’, with peculiar connotations for Southern Europe: where ‘modernity’ and its alleged univocal drive towards ‘progress’ comes centre stage: Europe, here, appears as a particular poetics of infrastructure.

But these crises have also rekindled a ‘slight orientalism’ of Southern Europe: a nearby place conjuring images of the far away or, more precisely, a slightly far away nearby place. This slight orientalism has been over the years conveniently mobilised over and over again in the ways in which tourism is branded and marketed. Interestingly, it has also served later on to underpin the ‘exceptionality of Europe’ trope and its violent incarnation in the perceived threats of non-European migration: fierce – when not most of the time overly brutal – border and sea control, detention and containment or racialised police checks. Southern Europe as both leisure resort and boundary-maker of ‘Fortress Europe’.

However, beyond these tropes, and in a context of experimentation with ‘neoliberal’ forms of government the financialisation of life and the expansion of indebtedness have also brought with them other explanations for what the problem was and what to do about it. Indeed, to many, the Common Market, and later the European Union, have been quintessential mechanisms for that economic transformation. One in which the developmental issue of Southern and Eastern Europe was addressed beyond explicitly racialised terms, yet forcefully reinstating a particularly modernist ontology of the social: a scalar one, which not only classifies actors in terms of a grid of the big and the small (macro and micro; the state and the people; society/group and the individual), but also creates concomitant orders of worth and causality with regards to what it might mean to take political action.

Against this background, the works here compiled offer alternative accounts. Notably, the Portuguese verb reparar has a nuance that the English ‘to repair’ does not have: one that goes beyond ‘to fix something that is broken or damaged’ and ‘to take action in order to improve a bad situation’ (the two main definitions found in the Macmillan English Dictionary). Reparar also means ‘to observe’, ‘to pay attention’. The descriptive repertoire that this anthology brings forward would thus help us shed light on the distinct nuances that different groups, people and collectives might be bringing about, unsettling unified narratives around what might have happened and what to do with it. Observing, paying attention to the forms of repair, hence, might be the best antidote to ready-made explanations of the ‘what’ and ‘why’, and any ready-made concepts or frameworks suggesting what should be done and how: an unsettled response to an unsettling condition, perhaps?

In my opinion, what is at stake in the particularly reparative practices and relations beyond scale, assembled in this anthology (dances, moneylending, the retrieval of ancient legacies, caring for discarded goods or engaging in different forms of urban activism) is a dispute of the actual definition of ‘welfare’. In other words, the works here compiled might portray a reinvention of ‘welfare society’ that does not bear the mark of disaster, but of hope: a hope that in these particularly disastrous times of ours – when crises do not seem to have an end – they might be ‘repopulating the devastated desert of our [social and political] imaginations’, to say it with Stengers.

As I see it, the allegedly small has never been more important to recasting our hopes, to repopulating our imaginations of the greater good, devastated by austerity and the path-dependency of neoliberal rule. Especially when everything seems lost, these modes of repair show the hopeful character of how things might be created anew: not going back to ‘what we were’, but experimenting with modes of togetherness yet to be defined.

Published in Politics of Recuperation (pp.207-220). Oxford: Bloomsbury (2020, F. Martínez, ed.) | PDF

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“The Lady is Not There”: Repairing Tita Meme as a Telecare User

Francisco Martínez & Patrick Laviolette have recently compiled the edited volume Repair, Breakages, Breakthroughs: Ethnographic Responses, which they explain as follows:

What does it mean to claim that something is broken? What is the connection between tinkering and innovation? And how much tolerance for failure do our societies have? Exploring some of the ways in which repair practices and perceptions of brokenness vary culturally, Repair, Brokenness, Breakthrough argues that repair is an attempt to extend the life of things as well as an answer to failures, gaps, wrongdoings and leftovers. The set of contributions illustrates the strong affective power hidden in situations of disrepair and repair; broken objects often bring strong emotions into play, but also energising reactions of creative action.

In response to their kind invitation, I contribute with a short piece, summarising a chapter published in 2012 in Spanish as part of my PhD. In an ethnographic snapshot–in the vocabulary of the editors–I address ‘repair’ from the particular work of underpinning users in a telecare service for older people.

ABSTRACT

Repair has been addressed in the growing body of literature in the social sciences either as a restoration of social order or as a form of care for fragile things. Drawing from ethnographic work on a telecare service for older people in Spain between 2007 and 2011, I address here repair from the ‘flesh and bones’ side of it. In particular, I focus on the work undertaken by service workers, users and contacts alike that helps to maintain an infrastructure of usership: not a restorative form of medical rehabilitation, but a constant restoration of a web of embodied, legal and technical practices so that someone could be considered a user of a service. That is, an infrastructure creating and ensuring the conditions for (tele)care to happen or take place in compliance with contractual terms. Rather than as a form of ‘re-instauration’ (going back to square one, revitalising and polishing in practice the terms of the contract), I call their form of repair ‘underpinning’. It entails going with the flow, and acting thereon. Underpinning could be described as a form of repair that addresses habits as things going beyond the skin, in and through different mediators that connect uneven events and places. To underpin, hence, is to ensure on the go a certain topology of habit: a habitality.

Published in Repair, Breakages, Breakthroughs: Ethnographic Responses (pp. 67–72). Oxford: Berghahn | PDF

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Pensar infraestructuralmente

Colaboro en el número inaugural de la revista INMATERIAL. Diseño, Arte y Sociedad con un ensayo celebratorio ante la publicación del libro de Mongili, A., y Pellegrino, G. eds., 2014. Information Infrastructure(s): Boundaries, Ecologies, Multiplicity. Cambridge: Cambridge Scholars.

Pensar infraestructuralmente

1. ¿Infra-estructuras? De objetos de frontera y objetos múltiples

En diferentes ramas de las ciencias sociales interesadas por el “giro material” estamos asistiendo a una revitalización y a una creciente oleada de trabajos sobre las infraestructuras como objeto de reflexión, teorización e intervención primordial. De entre los muchos trabajos que actualmente están desarrollando diferentes vertientes de ese giro hacia las infraestructuras, la compilación de Alessandro Mongili y Giuseppina Pellegrino Information Infrastructure(s): Boundaries, Ecologies, Multiplicity es quizá uno de los intentos más sistemáticos y pormenorizados hasta la fecha. El libro, de hecho, presenta catorce interesantes trabajos inspirados por la etnografía de las infraestructuras desarrollada por Susan Leigh Star, una de las más agudas investigadoras etnográficas de nuestra contemporaneidad, y sus colaboradores. El conjunto de capítulos compilado por Mongili y Pellegrino se abre con un prologo escrito Geof Bowker (a la sazón compañero intelectual y sentimental de la recientemente fallecida S.L. Star) que, de alguna manera, responde a la invocación que ya plantearan de “escuchar las infraestructuras” (Star y Lampland, 2009: pp. 11-13).

Tras ello, el libro se inicia con la erudita y profusa introducción de Mongili y Pellegrino, un interesante trabajo de sistematización de las fuentes y los principales rasgos de esta llamada al estudio etnográfico de las infraestructuras. En este texto introductorio encontramos los principales rasgos de un pensamiento que piensa lo social y lo material no como dos cuestiones separadas, sino entrelazadas en complejos entramados no-coherentes pero extremadamente globalizados, como las infraestructuras de la información. Unos particulares conglomerados que a la vez coordinan y son el efecto de muy diversas tareas y trabajos entre muy diferentes tipos de actores. Pero lo interesante es que no nos encontramos ante una mera re-instanciación del debate marxista sobre la infraestructura como modo de producción que permite fundar estructuras sociales y que es escondido o invisibilizado por formas de super-estructura ideológica. Ni tampoco se trata de un trabajo que destaque lo infrastructural para referirse hiperbólicamente al sustrato permanente y sólido de nuestras prácticas cotidianas.

Más bien, y en relación de difracción con estas otras versiones de la infraestructura, nos encontramos ante una indagación sobre formas sociotécnicas extremadamente complejas, cuya organicidad o sistematicidad es, en muchos casos, puesta en duda empíricamente; cuya topología o forma es mucho más compleja: puesto que funcionan según el momento como totalidades más o menos coherentes. Y para resaltar esta cuestión, no pocos de los trabajos del libro recurren a unos operadores conceptuales (denominados en la jerga de Star “objetos de frontera” o boundary objects) que remiten a cómo se conectan sin mezclar modos distintos y a veces inconmensurables de trabajar, organizarse o pensar en común sin la necesidad de que todos los actores tengan una misma interpretación de la situación en curso. Estos boundary objects actúan, por ende, como operadores para pensar las infraestructuras como un trabajo común entre situaciones y agentes a veces inconmensurables, lugar de frontera entre diferentes sujetos, objetos u objetivos de la acción (entre los capítulos del libro tenemos buenos ejemplos de ello, como los textos de Giacomo Poderi sobre infraestructuras de videojuegos de código abierto, o los de Federico Neresini y Assunta Viteritti y Stefano Crabu, sobre diferentes objetos o mediadores implicados en diversos trabajos de laboratorio).

La principal cuestión que esta sensibilidad plantea, por tanto, es que no sabemos nunca si este o aquel fenómeno opera como un entramado sociomaterial, si se trata o no de una infraestructura, sin llevar a cabo un trabajo minucioso de observación y registro de cómo se trabaja, cómo se piensa, o cómo se articula material y prácticamente la organización del trabajo en común en situaciones concretas, prestando atención a quién hace qué, cómo y a través de qué, así como de qué maneras mostramos y hablamos lo que ahí se hace.

Pero además de ser objetos potencialmente múltiples, uno de los aspectos más importantes analizados por Star y Bowker, y sistematizados y resaltados por Mongili y Pellegrino, es el papel de visibilización e invisibilización, así como la oclusión y la violencia que pueden generar estas formas de concertación de la acción: por lo que hacen o no presente, por cómo mantienen y reproducen diferentes categorizaciones que los convierten en algo que va mucho más allá de dispositivos de “ordenación” o de “sistematización de la información”.

Estos efectos puede fácilmente observarse en la construcción de bases de datos o formularios, ejemplos canónicos de entre los estudiados por Bowker y Star (2000), de lo que da buena cuenta el capítulo de Simona Isabella que analiza en detalle los complejos procesos por medio de los cuales alguien es articulado y tratado como usuario de un servicio en las prácticas de un call-centre, y cómo esto no precede a un ímprobo trabajo documental, de compilación y coordinación de registros que permite y/o limita ciertas formas en las que un servicio opera y se puede relacionar con aquellos a los que llama sus “usuarios”.

Pero esto también ocurre en prácticas de estandarización de los más ínfimos procesos no necesariamente relativos al universo digital, que puede ir desde la horma que se pone a un queso en su fabricación (o el molde de un pastel) hasta el tamaño de los folios o el papel moneda, o las convenciones de tráfico, etc. Un buen ejemplo de estas cuestiones son los protocolos que regulan los procedimientos, tamaños o mecanismos concretos de diseños tecnológicos, como los dispositivos de dispensación automática de medicamentos que Stefan Klein y Stefan Schellhammer analizan en su capítulo para el libro.

Toda esta serie de planteamientos nos ponen en la pista de un buen puñado de trabajos que se liberan de que al decir “infraestructuras” sólo sepamos entender esas cosas que llamamos “grandes sistemas tecnológicos conectados” (la luz, el agua, el gas, internet, etc.). Ese planteamiento ayuda más bien a poner el foco en los diferentes formatos, tentativas y propuestas sociomateriales de “poner orden” (Star y Lampland, 2009: pp. 19-21), pero no asumiendo la máxima modernista de que esto se pueda producir limpiamente, purificando y rompiendo con el caos y el desorden: a veces poner orden supone embarullarlo todo quizá cada vez más.

Me explico. Estos trabajos nos ponen ante el problema de observar cómo se da empíricamente la consecución de un orden, pero a la vez prestando atención a cómo ese orden puede ser más bien un efecto, un resultado de este aglomerado de entidades que nos ejecuta, que nos infra-estructura, que nos dice quiénes somos o quiénes podemos ser. Pero (si es que esto tiene sentido) “por detrás”: y digo esto pensando en cómo las bambalinas de un teatro o el trabajo del apuntador son capaces de sostener una actuación, una dramaturgia (Brisset y Edgeley, 1990; Goffman, 1956).

Y digo “por detrás” porque ese trabajo suele ser “invisible”: la mayor parte de las veces una infraestructura es tal y no un verdadero problemón, porque funciona sin que nos demos cuenta; esto es, porque el trabajo de las personas que la sostienen no se nos hace presente para que eso que hacemos o queremos hacer se nos haga tan fácil o difícil).

Esta sugerencia pone el foco en los modos de interconexión múltiples entre entidades (datos, ideas y dispositivos) que fundan esos órdenes sociomateriales (Mol, 2002). Por si no queda lo suficientemente claro, esta sensibilidad analítica fundada en estudios empíricos de orientación etnográfica   parte del convencimiento de que nuestras sociedades no están hechas de meros lazos humanos cognitivos, intelectuales o afectivos inmateriales: para explicar las complejas formas sociales de nuestra contemporaneidad no podemos asumir que para que vivamos en común la gente tenga que opinar lo mismo, tenga unos mismos hábitos, vaya cogida de la mano hacia el futuro. Y, desde luego, esto nos puede ayudar a entender los complejos efectos y prácticas comunes aunque no-coherentes, múltiples y heterogéneos que produce esa red de interconexión que conocemos como Internet.

Efectivamente no es que no sea interesante pensar en la red eléctrica o en la conexión a Internet, pero lo interesante es cómo se producen, distribuyen y mantienen esas relaciones, esas materias circulantes y quizá cambiantes, esos gigantescos emplazamientos. La pregunta es “qué propuestas de vida concreta nos plantean”. Dicho de otro modo, ¿qué invitación nos hacen para vivir qué vida en qué momentos? Y, por tanto, ayudan a entender por qué y cómo cierta gente desarrolla formas y modos de resistencia específicas ante esas invitaciones infraestructuradoras que son, a su vez, el trabajo por otra infraestructura. Un buen ejemplo de ello lo constituye el fantástico y rico capítulo de Jérôme Denis y David Pontille sobre el mapeo voluntario de rutas ciclistas por parte de usuarios de la plataforma OpenStreetMap: un trabajo que pudiera leerse tanto como unos usuarios parásitos de una plataforma abierta o como formas de parasitación del trabajo de los usuarios por parte de una plataforma abierta, donde unos usuarios son parásitos de otros.

Pero que no sólo permiten fundar otras infraestructuras en su totalidad, sino que en ocasiones estos intentos por producir otros modos sociomateriales de ser-en-el-mundo, de gobernar una ecología relacional de otra manera producen entramados de lo más complejo. Ese carácter complejo y de frontera, así como el estudio de los momentos en los que algo se nos muestra bien como infra-estructura o como sistema de interconexión, a su vez nos obliga a pensar en las capas o el multicapado de las prácticas. De alguna manera podríamos decir que la figura de la infraestructura pensada de este modo re-visita la metáfora del “hojaldrado de lo social” o de “lo social como algo multi-capa” (usada desde hace algunas décadas por el historiador Michel de Certeau o el semiólogo Paolo Fabbri), pero detallando las formas concretas en que se producen solapamientos, imbricaciones, fusiones de capas, pero también bloqueos, pegotes, etc. En el resumen del trabajo de Star y Bowker que de forma precisa realizan Mongili y Pellegrino (pp. xxvi-xxvii) queda patente, por tanto que de estos entramados:

1. Suelen están anidados unos en otros…

2. Se distribuyen asimétricamente o de forma desigual (en su impacto y en sus obligaciones) a lo largo de un entorno social

3. Son relativos a “comunidades de práctica” concretas (esto es, un estándar para una persona o colectivo puede no serlo para otrxs: siempre requieren de una economía o una ecología en torno a cada estándar particular, que le da sentido a cierta forma de interpretar su funcionamiento y puesta en marcha).

4. Deben estar en muchas ocasiones integrados con otros de diferentes organizaciones, países y sistemas técnicos (e.g. los protocolos del e-mail, las normas ISO).

5. Codifican, encarnan o prescriben éticas y valores (a menudo con grandes consecuencias para los individuos). De hecho, una estandarización suele suponer que se quede fuera o se descarte la diversidad ilimitada, “e incluso la limitada” de seres, cosas, características, etc. Este potencial silenciamiento de la otredad que implica la estandarización (aunque no siempre se dé en las formas discursivas históricas en que esto se ha solido dar, como el racismo, el clasismo, el machismo y el capacitismo; los derechos humanos también son una forma, y a veces bastante rígida), dicen, es una elección moral así como práctica (relativa a la forma en que se conforman ecologías informacionales y a cómo se busca distribuir o articular un modo de convivencia).

Aunque quizá, más que el estatismo del hojaldrado, una mejor metáfora, empleada por Star y Lampland (2009: 20-21), es la de la “imbricación”: porque nos habla, dicen, de cosas que funcionan juntas, pero sin necesidad de estar bien consolidadas [uncemented] (implicando esta imbricación una cierta “intercambiabilidad” de las partes que componen una potencial infraestructura, siendo la parte sólida a veces la débil en otros arreglos). Totalidades hechas a veces de retales, pero que vienen de muchos sitios para componer posibilidades y restricciones para la acción.

Esta sensibilidad pone el foco en entramados con escalas muy diversas, que pueden ir desde lo ad hoc y lo incompleto a los sistemas enormemente coordinados. Entramados que fundan órdenes con diferentes grados o formatos de delegación entre entidades y personas. Objetos del análisis etnográfico muy ambivalentes, porque no está claro qué es la infraestructura: incluso hay quien hablar de “infraestructuras químicas” (Murphy, 2013) para dar cuenta de las complejas interacciones con nuestro complejo tejido ecológico-industrial. Y esta ambigüedad, que debe resolverse siempre empíricamente, nos remite más bien al estudio de cómo se fundan o se articulan ciertos órdenes sociomateriales y no otros, en momentos dados, en este momento, aquí, ahora. Para los trabajos de esta sensibilidad compilados en el libro las infraestructuras son un asunto empírico, porque no hay nada como la infraestructura en abstracto. No son exactamente planteadas sustantivamente como un “qué” sino que les interesa más bien plantearse el “cómo” y el “cuándo”: porque son algo que se revela sólo en ocasiones y siempre en momentos específicos.

2. ¿Infraestructuras informacionales? In-formación y política infraestructural del relato

Pero más allá de esta caracterización de la infraestructura la compilación de Mongili y Pellegrino incide con acierto en pensar el carácter particular de unas de estas infraestructuras, las vinculadas con la producción y circulación de información. Aunque su objeto central no es tanto cómo circula la información por infraestructuras ya creadas como el intento por pensar cómo las infraestructuras infra-estructuran la información o, por emplear la etimología resaltada por Latour (2001: p. 215), cómo se da la in-formación: esto es, el libro pone en el foco la puesta en forma, o el constante formateo de nuestras formas de vida que las contemporáneas infraestructuras digitales no sólo han ampliado y profundizado hasta la náusea, sino que, quizá, han hecho explícitas de un modo peculiar.

Lo interesante de esto es que frente a los usos de figuras holísticas de la complejidad, como la metáfora de la red, para explicar el mundo contemporáneo, esta idea no supone pensar en la infraestructura como una “red interconectada de datos”, puesto que lo interesante es cómo se llevan a cabo operaciones que permiten la existencia de “datos”, que remiten a innumerables propuestas y actuaciones destinadas al formateo, validación y circulación de ciertos registros y trazos materiales en el seno de o a causa de dispositivos computacionales más o menos interconectados.

Y lo interesante de este modo de mirar a eso que podríamos llamar infraestrucutras es que quizá las nuevas ecologías informacionales que han extendido y expandido el formateo no hagan sino revelar el carácter informacional por medio del que hasta la cosa más ínfima ha venido siendo articulada como un “material informado” (por utilizar la formulación de Barry, 2005). Es decir, en continuidad con numerosos trabajos de los estudios de la ciencia y la tecnología, que han hecho presente cómo los hechos son producidos por la mediación de determinados registros documentales y formatos de circulación específicos (véase Latour, 1998), el libro hace ver magistralmente cómo con la producción y circulación de capas y registros de información los materiales devienen más ricos o desarrollados.

Permítanme que me detenga en este aspecto, porque creo que es enormemente revelador de qué implica la estrategia descriptiva de la etnografía de la infraestructura que los capítulos compilados por Mongili y Pellegrino ponen encima de la mesa. Mientras que en la manera de entender “la producción de datos” de algunos discursos en torno al Big Data o la Smart city, los “datos” se nos aparecen como algo dado –data, cualidades distales, propiedades externas de las cosas–, pensar los procesos de in-formación supone observar el papel que han cumplido en diferentes ecologías informacionales (no sólo digitales contemporáneas) los dispositivos representacionales más ínfimos –desde pequeñas “tecnologías intelectuales” (como las llamaba Goody, 1985) basadas en papel y lápiz, como una lista de la compra, hasta grandes y complejas construcciones como los archivos coloniales o las bases de datos digitales– así como los regímenes de valoración puestos en pie para validar e interpretar esos registros.

Dicho de otro modo, más que en el resultado o el efecto (los datos) esto supone pensar el trabajo concreto para generar, formatear, validar, mantener entidades en circulación: algo que no siempre lleva a generar seres o entidades que viajan sin modificarse (aunque esto es muy interesante, porque nos lleva a preguntas cada vez más concretas: ¿qué viaja y cómo impacta dónde? ¿cómo se valida y se dota de legitimidad a ese dato circulante, por parte de quiénes y para qué?). Si acaso, lo interesante es que ese trabajo de categorización, catalogación, coordinación y gestión que nuestras condiciones informacionales digitales actuales explicitan o hacen visible, con figuraciones siempre concretas, apunta más bien al ingente  trabajo de crear y recrear las condiciones para que esos datos puedan llegar a ser tales, algo que no podemos dar por descontado.

Pero lo interesante que tienen las infraestructuras de la información analizadas profusamente en los diferentes capítulos del libro es que esto no sólo le sucede a los contenidos que circulan por las infraestructuras de la información, sino a las propias infraestructuras de la información misma, con propiedades en muchas ocasiones “recursivas”: por emplear el vocabulario de Kelty (2008) para resaltar el carácter a la vez de medio y objeto de las actividades de profesionales o activistas del software libre y de código abierto, que tienen como tarea principal trabajar sobre los medios digitales que les permiten seguir existiendo como grupo.

De alguna manera ese carácter recursivo, supone un modo peculiar de desarrollar o ampliar el análisis del “trabajo invisible” del trabajo infraestructural que ya pusiera de relieve S.L. Star (un aspecto crucial de su fundamento en metodologías y prácticas feministas). Es cierto que para que muchas infraestructuras puedan operar como tales puesto debe quedar oculto o invisible su funcionamiento, pero en los análisis de los capítulso del libro, en sintonía con el trabajo de Star, esto es también empleado para hablar de cómo la infraestructura lo es sólo para aquellos que tienen el trabajo de la infraestructura como su principal tarea, así como para hacer patente que ese carácter de algo como infraestructura era un resultado efímero o precario de un trabajo silencioso y permanente (con diferentes grados de reiteración o, mejor, de re-iteración, de intentar mantener en el ser con ciertas frecuencias y ritmos).

Y es aquí donde en el planteamiento de Star y, en buena continuidad con ello de los trabajos de esta compilación, hay un intento programático para las ciencias sociales interesadas por los fenómoenos sociales y materiales contemporáneos. Un programa relativo a la consideración de los efectos de los relatos etnográficos que pueden llegar a producirse. Porque el estudio y visibilización etnográfica de lo que podríamos denominar un “trabajo del trasfondo” –en tanto trabajo invisible que funda lo que vemos como infraestructura sin ver el trabajo que supone–, en muchas ocasiones tiene el efecto de producir lo que Bowker (1994) llama “inversiones infrastructurales”. Este concepto remite al hecho de que se trata de relatos que sitúan en el foco lo no considerado, lo a veces invisible, aburrido y gris que funda nuestros órdenes cotidianos.

Estas inversiones infraestructurales en muchos de los relatos de Star (2002) es producido no sólo mediante el análisis (de lo que dan buena cuenta los trabajos del libro), sino a causa del fallo o el error como aquello que permite de una forma menos costosa evidenciar el trabajo de la infraestructura. Y nos arrojan a analizar el trabajo ímprobo de entender cómo se monta la dramaturgia, cómo se instalan los escenarios para que actuemos, así como qué formas de pre-activar modos de subjetivación, agentes o usuarios para que los ocupen con mayor o menor frecuencia y estabilidad en el tiempo; destinando ingentes esfuerzos a entender cómo todos estos seres “mantienen las formas” (esto es, las formas de relacionarse, ser, conectarse que nos propone cada pequeña e ínfima infraestructura).                   

Pero como la propia Star ha planteado en muy diferentes lugares (Star, 2002; Star y Lampland, 2009), relatar nunca es un ejercicio inocente y puede tener innumerables efectos indeseados. Uno de los aspectos más importantes de ello es que visibilizar ciertos órdenes de ciertas maneras puede abrir también  nuevos caminos a la supervisión y la vigilancia. Por no hablar de que un exceso de visibilización puede saturar y densificar hasta la náusea cuando, como en los escritorios de nuestros ordenadores portátiles pulsamos la opción de “traer todo al frente” en mitad de un día de trabajo intenso. Es decir, no podemos pensar en hacer un uso acrítico de los formatos de visualización y de producción de datos (tampoco los producidos por la propia etnografía), porque en ellos se están labrando ya no sólo maneras de interpretar, sino de articular mundos.

Si la etnografía de la infraestructura implica pensar nuestras infraestructuras e intentar dar cuenta de esos trabajos del trasfondo e invisibles que nos articulan, no podemos olvidar lo que Star y Lampland llamaban “la política infraestructural del relato” (2009: pp. 23-24) y los efectos que producen las inversiones infraestructurales, de colocar en el frontstage lo que suele estar en el backstage (y que en ocasiones por estar velado, o escondido, produce efectos diferentes a si se diera con plena visibilidad, con luz y taquígrafos). Es decir, pensar las infraestructuras no tiene por qué llevarnos a un delirio de la transparencia sin considerar los efectos de este acto de “hacer visible”.

Es en relación a esta política infraestructural del relato, si me apuran, donde el libro compilado por Mogili y Pellegrino tiene quizá la única carencia de un trabajo por lo demás riguroso, iluminador y enormemente recomendable. Y no precisamente porque los trabajos aquí compilados demuestren una obsesión o sensibilidad panóptica o una mirada desde ningún sitio (la complejidad y las finas tesituras situadas dibujadas por los análisis de cada uno de los capítulos nos hablan más bien de lo contrario). Pero la compilación no desarrolla ni coloca en su foco los efectos de los relatos que produce ni cómo pudiéramos experimentar con formatos alternativos de hacer presentes y, por ende, de afectar o intervenir en estas infraestructuras más allá de una narración naturalista, olvidando buena parte de la obsesión infraestructural sobre las condiciones de producción de los propios relatos que, al menos en antropología, trajo consigo el llamado “giro reflexivo” y su atención recursiva a los modos en que son producidos los propios relatos y sus efectos (Clifford y Marcus, 1986; Faubion y Marcus, 2009).

Este reconocimiento del potencial efecto de los relatos producidos en los procesos de in-formación requiere que nos hagamos responsables de qué herramientas de visibilización (por no hablar de otras modalidades sensoriales), evaluación o valoración podemos fundar en nuestros ejercicios narrativos de hacer presente el trabajo de in-formación. Porque no es tan sencillo como poner una cámara, grabar y todo listo. El modo concreto de registrar y de armar el relato también forma parte de esos trabajos de la infra-estructuración (véase Marrero, 2008 para un buen resumen), y como sabemos, con enormes efectos potenciales a veces desastrosos.

Documentar y contar o dar cuenta es un gran quebradero de cabeza: a veces puede registrase en el momento y en otros sólo de forma diferida; no es lo mismo el vídeo que las fotos o el dibujo (pero qué tipo de dibujo, qué planos fotográficos para qué fin); si grabamos, ¿cómo lo hacemos y qué clase de cuestiones nos planteamos sobre de qué maneras circulará eso que hemos tomado de una situación y momento especial? Y luego, ¿qué relato producimos y cómo se comparte? Por no hablar de dónde lo colgamos, porque no es lo mismo un tipo de repositorio que otro, que enmarca y produce .

A pesar de sus múltiples virtudes, el libro a juicio humilde de un servidor no aborda la política infraestructural del relato y las experimentaciones con diferentes modos narrativos. No lo digo como una carencia, sino como un objetivo propuesto para quienes nos interesamos por estas cuestiones, puesto que sigue siendo uno de los grandes retos para la etnografía de la infraestructura: ¿cómo visibilizamos y ponemos en común nuestros relatos sobre las infraestructuras y qué efectos podemos producir sobre ellas? Soy consciente de que el libro tiene una intención más declarativa y descriptiva sobre lo que suponen nuestros complejos mundos informacionales actuales, pero pienso que quizá un desarrollo del mismo pudiera poner en el centro el carácter recursivo para los relatos de la infraestructura.

Y considero que quizá pudiera buscarse inspiración para ello en algunos trabajos de corte más artivista, irónicos y reflexivos sobre las propias condiciones infraestructurales de los relatos digitales, como los desarrollados por Shannon Mattern (2013, 2015) para abordar la representación de las infraestructuras y los complejos entramados mediáticos contemporáneos. Una serie de trabajos que, de alguna manera, desarrollan la preocupación contemporánea por la “poética de las infraestructuras” (Larkin, 2013) –esto es por entender qué construyen o traen a la existencia las infraestructuras– intentando explorar diferentes formatos de la “poética del relato”, diferentes medios y aproximaciones sensoriales para experimentar con formas reflexivas e irónicas sobre los modos en que producimos las “inversiones infraestructurales”; esto es, sobre cómo nuestros relatos también pudieran llegar a in-formar nuevas infraestructuras, o nuevas formas de pensar y relatar infraestructuralmente.

Referencias

Barry, A., 2005. Pharmaceutical Matters: The Invention of Informed Materials. Theory, Culture y Society, 22(1), pp. 51–69.

Bowker, G., 1994. Information mythology: the world of/as information. In: L. Bud-Freierman, ed. Information Acumen: The Understanding and Use of Knowledge in Modern Business. London: Routledge, pp. 23–47.

Bowker, G., y Star, S. L., 2000. Sorting Things Out: Classification and Its Consequences. Cambridge, MA: MIT Press.

Brissett, D., y Edgley, C., 1990. The Dramaturgical Perspetive. In: D. Brissett y C. Edgley, Eds., Life as theater: a dramaturgical sourcebook. New York: Aldine de Gruyter. pp. 1–46.

Clifford, J., y Marcus, G. E. eds., 1986. Writing Culture. The Poetics and Politics of Ethnography. Berkeley: California University Press.

Faubion, J. D., y Marcus, G. E., eds. 2009. Fieldwork Is Not What It Used to Be: Learning Anthropology’s Method in a Time of Transition. Ithaca, NY: Cornell University Press.

Goffman, E., 1956. The Presentation of Self in Everyday Life. Edinburgh: University of Edinburgh.

Goody, J., 1985. La domesticación del pensamiento salvaje. Madrid: Akal.

Kelty, C. M., 2008. Two Bits: The Cultural Significance of Free Software. Durham, NC: Duke University Press.

Larkin, B., 2013. The Politics and Poetics of Infrastructure. Annual Review of Anthropology, 42(1), pp. 327–343.

Latour, B., 1998. Visualización y cognición: pensando con los ojos y con las manos. La Balsa de La Medusa, 45-46, pp. 77–128.

Latour, B., 2001. “Thou Shalt Not Take the Lord’s Name in Vain”: Being a Sort of Sermon on the Hesitations of Religious Speech. RES: Anthropology and Aesthetics, 39, pp. 215–234.

Marrero Guillamón, I., 2008. Luces y sombras. El compromiso en la etnografía. Revista Colombiana de Antropología, 44(I), pp. 95–122.

Mattern, S., 2013. Infrastructural Tourism: From the Interstate to the Internet. Places [e-journal]. Disponible en http://places.designobserver.com/feature/infrastructural-tourism/37939/ [Accedido el 1 de febrero de 2016].

Mattern, S., 2015. Deep Mapping the Media City. Minneapolis, MN: University of Minnesota Press.

Mol, A., 2002. The body multiple. Ontology in Medical Practice. Durham: Duke University Press.

Murphy, M., 2013. Chemical Infrastructures of the St. Clair River. In: N. Jas y S. Boudia, eds. Toxicants, Health and Regulation since 1945. London: Pickering and Chato. pp. 103-115

Star, S. L., 2002. Infrastructure and ethnographic practice: Working on the fringes. Scandinavian Journal of Information Systems, 14(2), pp. 107–122.

Star, S. L., y Lampland, M., 2009. Reckoning with Standards. In: M. Lampland y S. L. Star, eds., Standards and Their Stories: How Quantifying, Classifying, and Formalizing Practices Shape Everyday Life. Ithaca, NY: Cornell University Press. pp. 3–34

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Publicado como Criado, T. S. (2016). Pensar infraestructuralmente. INMATERIAL. Diseño, Arte y Sociedad. 1, 1 (jun. 2016), 86–95 | PDF

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Vulnerability Tests. Matters of “Care for Matter” in E-waste Practices

"Waste-picker in the squatted warehouse in Barcelona extracting some copper pieces welded in a motherboard" CC BY Blanca Callén

Blanca Callén and I collaborate with an article in a special issue of  Tecnoscienza we are particularly happy to take part in: a whole exploration on ‘Maintenance & Repair in Science and Technology Studies‘ edited by our colleagues Jérôme Denis, Alessandro Mongili & David Pontille (thank you for the editorial work!).

Our text (see below for more information) is an exploration on “mending cultures” and their modes of “care for matter” understood from the “vulnerability tests” there being mobilised. It derives from a presentation in 2013’s CRESC conference, where we attempted to think comparatively on our projects on DIY technical aids and e-waste. Despite this comparison is something we might work a bit further in future publications, I’d like to thank once more Blanca for her generosity in allowing me to “think with” the materials of her very interesting project “Scrapping Politics

Vulnerability Tests. Matters of “Care for Matter” in E-waste Practices

Abstract: In this paper we will think ethnographically about how material vulnerability is dealt with and conceived of in the practice of informal menders. We explore different practices to “care for matter”, mobilized in dealing with obsolete computers, categorized as electronic waste, and will analyse the epistemic repertoires to acknowledge and intervene in such computers vulnerabilities. In dialogue with STS and Repair and Maintenance Studies literature, we will move from vulnerability as an ontological quality of the world to the enacted properties and epistemic repertoires emerging from concrete “tests”, through which we might learn how vulnerability matters. In particular, we pay attention to three specific vulnerability tests performed by these informal menders, underpinning particular distributions of labour as well as concrete enactments of vulnerability, and how to make it matter. Namely, sensing matter: manipulative practices of electronic waste whereby vulnerability is enacted as a property of materials; setting up informal experiments: informal practices of trial and error whereby vulnerability appears as a result of dis/functioning technical systems; and intervening in obsolescence: whereby sociomaterial orders regulate how material vulnerabilities are redistributed and put to the test.

Keywords: maintenance & repair; matters of care; vulnerability; test; electronic waste.

Published in Tecnoscienza: Italian Journal of Science and Technology Studies 6 (2) pp. 17-40 | PDF

Image credits ‘Waste-picker in the squatted warehouse in Barcelona extracting some copper pieces welded in a motherboard’ CC BY Blanca Callén

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Analysing hands-on-tech carework in telecare installations: Frictional Encounters with Gerontechnological Designs

PrendergastAging

Chapter recently published in the book AGING AND THE DIGITAL LIFE COURSE, edited by David Prendergast and Chiara Garattini, Volume 3 of Berghahn’s Life Course, Culture and Aging: Global Transformations Series [ISBN  978-1-78238-691-9 (June 2015)]

Analysing hands-on-tech carework in telecare installations: Frictional Encounters with Gerontechnological Designs

(Co-written with Daniel López)

Brief summary 

In the past twenty years gerontechnological technologies have been marketed as plug-and-play solutions to complex and costly care necessities. They are expected to reduce the cost of traditional forms of hands-oncare. Science and Technology Studies (STS) have contributed to discussing this idea (for an overall perspective, see Schillmeier and Domenech 2010) by pointing at important transformations in the care arrangements where these technologies are implemented. Instead of just ‘plug-and-play’ solutions, transformations are found in protagonists, their roles and functions, and more importantly in redefining care. This chapter seeks to add new nuances to the definition of care in these scenarios by paying attention to what we term ‘hands-on-tech care work’. This terminology refers to the practices, usually undertaken by technicians (installation, repair and maintenance), which hold together the silent infrastructures that are now considered to be suitable and sustainable forms of care work for ageing societies. Hands-on-tech care work is usually hidden from most of the discussions concerning new care technologies for older people. On the one hand this is because installation, repair and maintenance work on telecare devices is considered as a mere technical procedure, i.e. not considered to be part of care work. On the other hand it is because of the widespread view that if technologies are well designed, installing them is simply a matter of ‘plug-and-play’. However, if we look carefully into the installation process, these concepts are easily refuted. This is because these technologies need to be continually welcomed, tuned, adjusted, tweaked, personalized, updated and installed.

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Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora (y 3): Vulnerabilidad y mimo de la experimentación del cualquiera

Incubadora infantil con detección y control sin contacto

[Publicado en el blog Fuera de Clase – Periódico Diagonal]

Podéis descargar el PDF aquí

Con esta tercera y última entrega de “Ese conocimiento que la razón tecnocrática ignora” quisiera clausurar esta trilogía que se me estaba haciendo ya un poco larga. Y quisiera que este cierre tuviera que ver con poner sobre la mesa un debate, con proponer una reflexión sobre qué ignora en realidad la razón tecnocrática y qué efectos tiene esto sobre esas experiencias epistémicas “fuera de clase”.

Permitidme, pues, antes de nada una recapitulación de la narrativa fragmentaria desplegada hasta ahora desde el pasado verano:

(1) La primera entrega, “¿Del doctor como el mejor gobernador?”, se hizo bajo la forma de un aviso, intentando reconocer un timbre de bajo fondo que recorre la transformación de saberes, técnicas y prácticas políticas contemporáneas. Quería situar el debate en las formas menores en que se expresa eso que he venido en llamar “la razón tecnocrática”, intentando enunciar algunos modos concretos en que busca capturar o asediar la experimentación del cualquiera. No pudiendo en un único post más que advertir vagamente la tenebrosa mezcolanza que esta práctica epistémica y política muestra en la actualidad –esa tenue línea que une “meritocracia”, “talento” y “titulitis” con “atribución de capacidad política”, algo así como una agencia de rating de la participación y la voz en lo que nos concierne– y teniendo de bajo fondo de mi argumento un clamor a favor de la humildad epistémica: no olvidar la necesidad de pensar que para que exista democracia esta debe ser un asunto del y desde el cualquieray, así, evitar que reproduzcamos las escalas de valores, jerarquías de saberes y funciones políticas que han tejido este espacio institucionalmente tenebroso que es el Estado español. Recordemos, si no, el lóbrego papel de los psiquiatras durante el Franquismo, o el papel que en ese orden institucional han venido ocupando ciertas posiciones profesionales, que siguen siendo relevantes para pensar la “Cultura de la Transición (CT)”, como el médico, el arquitecto, el ingeniero, el economista, el abogado, etc. (Nada más lejos de mi intención que vilipendiar saberes cruciales para nuestro sustento cotidiano, así como para abrir nuevos espacios de experimentación epistémica, sino rehusar ese gesto de desdén que algunas personas ponen en acto cuando practican de un modo tecnocrático su posición profesional o cuando reclaman pasivamente el advenimiento de la tecnocracia como solución a nuestros males).

(2) La segunda entrega, “¿El estallido de comunidades epistémicas experimentales?”, se planteó en la clave de la esperanza, intentando transmitir la sorpresa y gozo que debiéramos sentir ante la apertura o el corrimiento de tierras experimentales que se ha venido produciendo en nuestras prácticas epistémicas recientes. Hablaba del estallido reciente de lo que llamé “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido dislocando o desplazando la práctica epistémica y política de los lugares e instituciones del saber y la gobernanza hasta ahora instituidos, generando nuevos dispositivos para pensar colectivamente, compartir herramientas y probar o ensayar formas de lo político; pero también intentaba poner el énfasis en la importancia de que estas experimentaciones han venido resquebrajando aún más la brecha entre expertos distanciados y sus cobayas (con o sin consentimiento informado). Me detenía, por tanto, en la hibridación de la cultura libre y el activismo encarnado que los estallidos post-15M han venido poniendo encima de la mesa con fuerza, por nombrar ámbitos de creación epistémica y política reciente que considero abren un lugar específico para “lo fuera de clase”.

Hablaba, sin embargo, de experimentación no sólo porque me guste ser juguetón con las palabras o simplemente por incorporar un vocablo cool del ámbito del arte, sino por la cercanía o vecindad de estos modos de producción de conocimiento con la práctica real de los laboratorios científicos (y no su visión mítica): porque en estos espacios se nos hace necesario explorar constantemente los afueras de nuestros modos convencionales de pensar y actuar; haciéndonos cargo de la materialidad cambiante y vibrante que nos constituye, en mundos complejos como los contemporáneos, donde nos des/componemos a través de nuestras relaciones con microbios y afecciones somáticas muy diversas, infraestructuras de comunicación, catástrofes climáticas, sistemas de vivienda, formatos de propiedad intelectual, etc. que posibilitan articular sociomaterialmente nuestra agencia; esto es, que permiten o interfieren en nuestras posibilidades de actuación particulares para hacernos cargo de lo que nos afecta. Y me regodeaba en el hecho de que el resultado que su unión ha producido una situación novedosa, que ha permitido a las antiguas cobayas de la razón tecnocrática explorar y experimentar con otras alternativas vitales y existenciales, buscando maneras para devenir algo así como “cobayas auto-gestionadas”, haciendo “la revolución de los cuerpos, desde los cuerpos, para los cuerpos, en los cuerpos…”, esto es, desde su diversidad radical.

Los posts de Adolfo Estalella y Luís Moreno Caballud, que interpelaron lo que aquí escribía, especificaron y mejoraron la propuesta para dar cuenta de ámbitos con los que dialogaba, pero no desarrollaba: hablaban de la importancia para el estallido de esta experimentación epistémica de un amplio tejido de prácticas culturales, que ha venido constituyendo un campo fértil de reflexiones sobre la creatividad y sus agujeros negros. Ambos textos colocaban el foco en las relaciones complicadas entre las nuevas prácticas epistémicas experimentales –que han saltado del ámbito de las profesiones creativas y se han diseminado con la aparición de fenómenos de hibridación epistémica, mencionando las mareas como un buen ejemplo de ello– con las innumerables formas de gestión del emprendizaje cultural. Unas formas de gestión a las que podríamos oponerles una reflexión sobre el “derecho a la experimentación”, así como sobre la vulnerabilidad relativa al carácter encarnado de la práctica cultural.

Nurses and babies at the Infant Incubator Institute or “Infantorium” (1905)

Experimentar (con/desde) la vulnerabilidad

“Pensar la vulnerabilidad surge como una necesidad frente al omnipotente relato de autosuficiencia en el capitalismo contemporáneo. Aquel que afirma que la vida es un camino individual, no compartido. Pero también frente a la mercantilización de nuestra fragilidad. La búsqueda legítima del bienestar deviene suculento negocio acorde con la idea de que empeñándonos podemos lograr la plenitud” (Silvia L Gil)

Pero ¿qué fue aquellas caras frescas de hace tres años, que creían poder cambiar el mundo de cabo a rabo, experimentando en la calle, juntándose con gente que no conocía de nada, poniendo en marcha mil y un proyectos e iniciativas de todo tipo, sometiéndose a los rigores de otra nueva propuesta de micro-financiación colaborativa y transparente para poder seguir haciendo? El caso es que no paramos, y cada día nos faltan menos razones para seguir no-parando, pero mientras tanto el escenario de darwinismo social se extiende y, por el camino, nuestras vidas se nos muestran cada vez más fragilizadas. Tanto que, seguramente, “llevamos el cansancio en nuestra mirada”. El coste, como en todo buen darwinismo social que se precie, lo estamos pagando de diferentes maneras todos, pero quienes más sufren son quienes ya no pueden ni cuidarse o no pueden hacer otra cosa más que malcuidar y malcuidarse… Nuestra existencia es ontológicamente frágil, pero lo es más aún si no se cuida nuestra fragilidad para que ésta pueda ser una potencia. Y, por muchas razones, esa fuente de esperanza de las comunidades epistémicas experimentales no ha conseguido hasta ahora convertirse en una ecología de prácticas estable, sino en un tenue oasis acechado y cercado por todos los sitios (¿con la intención de que devenga, quizá, espejismo?).

De alguna manera, esa amalgama extraña que he venido llamando “razón tecnocrática” no sólo no ha ignorado toda la experimentación que hemos venido practicando, sino que la quiere convertir, más bien, al nuevo orden basado en la “innovación”, nuevo modo específico de “hacer vivir, dejar morir” (por utilizar los términos de Foucault) de nuestras contemporáneas élites extractivas. Observemos, si no, las recientes noticias sobre los tejemanejes de Telefónica en torno al Medialab-Prado y la lucha abierta por la iniciativa SaveTheLab para contrarrestarlos –intentando visibilizar lo mucho que ha hecho este espacio para abrir un lugar para la experimentación epistémica del cualquiera, para dar cabida y soportar el procomún, “eso que es de todos (y no es de nadie)”–. La razón tecnocrática se quiere plantear liderando la revolución del talento, situando en la lucha por la cúspide a todos aquellos que quieran competir con su creatividad, creando y generando nuevos formatos de mini-empleo competitivo y articulando formatos de evaluación donde se especula sobre el valor relativo de procesos de “emprendizaje” o “emprendeduría”, siempre cada vez menos institucionalizados o permanentes. Por citar alguna de las cuestiones que comentaba Luís Moreno Caballud en este espacio hace unos meses: “El capitalismo neoliberal ha aprendido a poner a trabajar a el ocio y las capacidades creativas de la gente, a usar en su beneficio todo el caudal inmenso de producción cultural que los nuevos públicos activos educados en la cultura de masas y ahora en la cultura digital canalizan cotidianamente”.

Frente a ese escenario de darwinismo social, creo tiene sentido intentar balbucear, enunciar, poner nombre a “eso” que la razón tecnocrática ha ignorado y que no es estrictamente el conocimiento (troceado y distribuido hasta el infinito comoinformación) ni la creatividad (desfigurada y precarizada hasta la náusea por las políticas de innovación y emprendizaje), sino la experimentalidad de nuevas prácticas epistémicas y, más aún, la vulnerabilidad que sufren (porque toda práctica es vulnerable, en tanto requiere de un contexto específico para tener lugar, existir o mantenerse en el tiempo), pero que pudiera ser también lo que las alimenta y dota de potencia. Hablo de que las alimenta o dota de potencia porque la experimentación con la vulnerabilidad ha venido convirtiéndose recientemente en algo que blandimos para construir conocimiento juntas, desde lo que nos atañe, poniendo en valor nuestra singularidad, siempre de forma situada y, por ello, atendiendo a “la novedad”: porque es a partir de esa vulnerabilidad reconocida de nuestras prácticas y lo que las afecta que podemos comenzar una exploración de lo que la razón tecnocrática ignora, pudiendo llegar a “hacer ciencia con los desechos” (como bien expresa Antonio Lafuente al referirse a las rebeliones de enfermos, de colectivos de afectados que han venido vindicando, tramitando y construyendo conocimiento con aquellas evidencias o restos epistémicos que diferentes disciplinas habían dejado fuera del foco –su sufrimiento, los efectos secundarios de los fármacos, las enfermedades raras que nadie estudia, las posibilidades organizacionales y sanitarias más acogedoras con la diferencia, etc.–, empoderándose para construir otras relaciones con lo que les afecta, desde su fragilidad). Por tanto, si en el anterior post celebraba la importancia de la experimentalidad, creo que ahora necesitamos un desplazamiento de esa esperanza en la experimentación a una defensa del cuidado de la misma, como la mejor propuesta política que pudiéramos desarrollar para mantener con vida los espacios y conocimientos “fuera de clase”.

Sugiero llamar “mimo” a ese cuidado y atención cotidiana que requiere la experimentación con pasión; a ese buen hacer o a ese querer producir cosas o entornos para vivir mejor atendiendo a la vulnerabilidad de nuestras prácticas epistémicas experimentales. Lo que quisiera plantear aquí es el peligro atroz ante el que la razón tecnocrática nos sitúa; puesto que corremos el riesgo no ya solo de perecer o morir de hambre, sino de perder la capacidad de continuar experimentando ante esa gestión innovadora de la creatividad y el talento que nos matan de hambre… Es este olvido de la vulnerabilidad el que lleva a no considerar la propia vulnerabilidad inherente de nuestras “comunidades epistémicas experimentales”, la fragilidad constitutiva de sus prácticas: corporal, infraestructural, afectiva, epistémica. Y aunque nunca sepamos a ciencia cierta “cuánto puede un cuerpo colectivo” (razón por la que necesitamos seguir haciendo para experimentar en qué consiste prácticamente nuestra vulnerabilidad y nuestra potencia), este texto de cierre busca proponer el mimo como un imperativo, una tecnología política no necesariamente “estadocéntrica” que permita hacernos sensibles a los modos y elementos necesarios para seguir experimentando sin hacernos más vulnerables por el camino, para construir espacios y procesos más igualitarios. Esto es, más allá de los horizontes institucionales del paternalismo estatalista, la tecnocracia rampante y la precariedad absoluta.

Haciendo este giro quisiera resaltar la importancia de colocar en el centro del debate la vulnerabilidad de esos espacios y nuevas prácticas epistémicas experimentales. De las experiencias de vulnerabilidad y desamparo compartidas en los últimos años, quisiera haber aprendido que la esperanza, ese ejercicio constante de generación de posibles, es un trabajo crucial e ímprobo de abrir futuros. Un trabajo necesario, pero al que en no pocas veces nos sometemos colocando en la trastienda, olvidando nuestra vulnerabilidad constitutiva, eso que nos haría caer los brazos si siguiéramos haciendo en ciertas condiciones de precariedad. Si queremos abrir posibles no podemos olvidarnos de tratar “eso que nos permite experimentar”.
“De la Couveuse pour Infants” de Auvard (1883)

Responder al imperativo del mimo, sostener la experimentación del cualquiera

“Qué tipo de valor producen los encuentros, los cuerpos y los afectos, qué producimos en el ser-juntas de nuestros colectivos, cómo damos cuenta yhacemos cuentas de ese valor. Cómo se pone en común y cómo se generan cercamientos a esos saberes, valores y territorios de vida producidos colectivamente. ¿Cómo saltar de la productividad a la producción de territorios comunes de vida?” (esquizobarcelona)

Enunciar algo así como un “imperativo del mimo” aplicado a las prácticas de nuestras comunidades epistémicas experimentales nos invitaría a pensar en clave de cómo sostener la experimentación del cualquiera, yendo más allá de las declaraciones de intenciones sobre los parabienes de la cultura libre o el igualitarismo: hay que trabajar para permitir que los prototipos puedan mantenerse en ese estado permanentemente ß, pero sin olvidarnos de la continuidad necesaria para la implementación de estas ideas; evitando dejar de lado que las cosas nunca se hacen de una vez y para siempre, que el trabajo de traer algo a la existencia puede tirarse por la ventana si no se practica continuamente el mimo al que esa creación nos convoca; que por experiencia las cosas no duran, pero que no duran nunca de la misma manera y que tenemos que poder experimentar con lo que quiere decir la durabilidad en cada experimentación; que para que se mantengan las cosas en pie hay mucha gente e infraestructuras técnicas y afectivas implicadas, por lo que mejor no olvidarse nunca de la desigual distribución del trabajo que esto implica y la necesidad de un cierto mimo a la hora de pensar en evitar que nos dejemos a alguien fuera y que busquemos las mejores condiciones para el cualquiera siempre desde su diversidad; porque no sólo construimos con las ficciones, ideas y declaraciones de intenciones (cruciales para abrir lo posible), sino mimando nuestros terriblemente complejos arreglos sociomateriales, aprendiendo a “comprometernos” –en el sentido que le dota Marina Garcés a este término–, a explicitar que “el compromiso empieza en el hecho de reconocer que ya vivimos implicados, que ya vivimos en esas relaciones de interdependencia que nos vinculan los unos a los otros” y que comprometerse es ponerse en un compromiso, explorar las formas cambiantes de nuestra vulnerabilidad, compartiendo los problemas con los otros para poder ser más autónomos.

¿Cómo aprender, por tanto, a comprometernos, a sostener o, mejor, a institucionalizar este mimo, este cuidado de la experimentación que no puede sino ser experimental? Esa es la tarea colectiva que tenemos ante nosotras –y a la que quizá podamos ir contribuyendo desde este blog–, porque sostener y defender la experimentación del cualquiera, requiere pensar en instituciones que puedan mantener no sólo a las personas que experimentan o sus efectos, sino también las infraestructuras a partir de las que cualquiera pueda devenir experimentador, para que pueda seguir existiendo el conocimiento libre para que quien quiera pueda ponerse a experimentar con unas mínimas garantías. De hecho, algo parecido a esta reivindicación del mimo creo que se integra en recientes debates entre lo público y lo común (entre los formatos de gestión estatalizada o comunalizada, sus pros y sus contras).
Cómo hacer una incubadora casera (1944)

Experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación

“Internet permite que aquellos saberes que se consideraban informales, saberes comunes y corrientes pertenecientes a la vida cotidiana, competencias y pericias para desenvolverse en la realidad más mundana se transmitan, formalicen y compartan y, de esa manera, se revaloricen y cobren una relevancia que, de otra manera, quizás, hubiera pasado desapercibida […]. De lo que se trata, en el fondo, es de rescatar del olvido saberes valiosos para quien los necesite, de conceder cierta forma de reconocimiento comunitario a quien los comparte, de reivindicar la importancia de esos conocimientos supuestamente disminuidos frente a los conocimientos que la ciencia da por prevalentes” (A. Lafuente, A. Alonso & J. Rodríguez, ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido. Madrid, Cátedra, 2013: p. 53).

Dado que necesitamos aprender a mimar y encontrar modos y maneras de sostener nuestras comunidades epistémicas experimentales para que estas no sólo no se marchiten, sino que nos permitan seguir haciendo futuros mejores, quisiera sólo, proponer algunas vías de indagación a partir de las que pudiéramos dotar de contenido a esas instituciones que acogieran ese imperativo, así como  reconocer y mejorar como tales a esas instituciones que nos han venido ayudando a  sostener y dar sentido a nuestra experimentación desde el reconocimiento de su vulnerabilidad:

(a) ¿Qué modos de experimentación epistémica seremos capaces de producir con diferentes formatos incipientes o más desarrollados de institucionalidad?
(b) ¿Cómo articularemos, daremos voz y sitio en ellos a las vulnerabilidades (que no conocemos más que en la práctica o montando dispositivos para reconocerlas) de todo ejercicio experimental? ¿Cómo se podrá elaborar la conciencia de las mismas y de los modos de acometerlas, tomarlas en consideración?
(c) ¿Qué ejercicios de mimo se han venido ya planteando para sostenerlas o sortearlas, ya sea a partir de prácticas ad hoc o de ejercicios de construcción de un entorno sociomaterial (organizativo, técnico, económico, legal, etc.) acogedor para las mismas?
(d) ¿Cómo debieran ser, en suma, las instituciones que pudieran acoger ese mimo que permita la experimentación del cualquiera?

Quizá no sea suficiente la atención a la conservación de la diversidad epistémica mediante repositorios u otros formatos diagramáticos de documentación de nuestras prácticas de creación y experimentación archivando el conocimiento, haciendo la clasificación visible, permitiendo “su descarga para que no muera y siga vivo” (como no ha venido bastando en áreas como la biodiversidad o la diversidad cultural).

Quizá tampoco sirvan únicamente espacios proliferatorios o dinamizadores y potenciadores de las comunidades epistémicas experimentales, ayudando a hacer propuestas de mundos posibles, germen de millares de nuevas sociedades, formatos de relaciones y dispositivos de pensamiento…

Quizá debemos refundar o luchar por nuevos formatos de institucionalidad para nuestras prácticas epistémicas experimentales, pensados para que el cualquiera pueda venir a poblarlos, atentos a todas las voces que quedan fuera; y eso no lo podremos hacer sin cuidar de la experimentación epistémica: porque siempre necesitaremos de otros arreglos o de arreglos cada vez más específicos, sin los cuales nuestra vida no sólo sería menos interesante, sino en ocasiones inviable. La experimentación será crucial para pensar espacios pensados desde la vulnerabilidad y la necesidad de un cuidado emancipador e igualitario, desde la promoción la igualdad de oportunidades, el desarrollo colectivo de las singularidades y la diferencia.

Quizá necesitemos, por tanto, montar o refundar mimatorios, donde estas prácticas experimentales tengan cobijo, pero no como las fallidas incubadoras neoliberales (esosviveros de iniciativas de negocio), que no nos dan más que un cascarón vacío en el que sólo quedan los restos de la experimentación con olor a huevo podrido. Pienso más bien en espacios auto-gestionados por construir donde poder llevar a cabo nuestros quehaceres experimentales, donde poder controlar nuestro sostén, manteniendo vivos nuestros saberes de la experimentación y su relación particular con materiales, prácticas, ideas, herramientas, etc. Pero también espacios donde se mimen estas prácticas para que redunden en un buen hacer, donde se prueben y se experimenten formatos para dotarlas de condiciones mínimas de subsistencia y remuneración.

Necesitamos espacios donde experimentar con el mimo de la vulnerabilidad experimental para no vulnerabilizar la experimentación, porque en momentos aciagos como éste nos va la vida en ello…

[Dedicado a toda la gente linda con la que he venido aprendiendo a reconocer la vulnerabilidad, así como la necesidad de mimar la experimentación en diferentes espacios experimentales: como los que he venido compartiendo con lxs colegas de En torno a la silla y la OVI de Barcelona, EXPDEM y la Red esCTS, Fuera de Clase y TEO.
Agradezco especialmente a Adolfo Estalella su lectura atenta de este texto y sus sugerencias con alguna de las partes más oscuras del mismo, y también a Blanca Callén, con quien he venido en los últimos meses dando algunas cuantas vueltas a este problema de la vulnerabilidad y la experimentación]

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Installing Telecare, Installing Users: Felicity Conditions for the Instauration of Usership

Installations

New collective article published in Science, Technology & Human Values, 39(5): 694-719!!

Installing Telecare, Installing Users: Felicity Conditions for the Instauration of Usership

 (co-written with Daniel López, Celia Roberts & Miquel Domènech)

Abstract:
This article reports on ethnographic research into the practical and ethical consequences of the implementation and use of telecare devices for older people living at home in Spain and the United Kingdom. Telecare services are said to allow the maintenance of their users’ autonomy through connectedness, relieving the isolation from which many older people suffer amid rising demands for care. However, engaging with Science and Technology Studies (STS) literature on “user configuration” and implementation processes, we argue here that neither services nor users preexist the installation of the service: they are better described as produced along with it. Moving beyond design and appropriation practices, our contribution stresses the importance of installations as specific moments where such emplacements take place. Using Etienne Souriau’s concept of instauration, we describe the ways in which, through installation work, telecare services “bring into existence” their very infrastructure of usership. Hence, both services and telecare users are effects of fulfilling the “felicity conditions” (technical, relational, and contractual) of an achieved installation.

Keywords: Telecare, older people, installation, configured user, felicity conditions, instauration, Souriau

Acknowledgements

First of all, we would like to thank Nizaiá Cassián for the collaborative work that led to the idea of this paper. Secondly, the research shown here is part of the project “Ethical Frameworks for Telecare Technologies for older people at home” (EFORTT, funded by the European Commission’s FP7 SiS programme, project no. 217787). We would like to thank Maggie Mort as coordinator of the project as well as the research teams for discussions. Thirdly, our acknowledgment goes to the different telecare services and users that took part in our studies, without whose support none of this could have been possible. Last but not least, the authors would also like to thank the two anonymous reviewers for their helpful comments in the development of this paper.

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Política material del cuidado

¡NUEVO BLOG!

Una mirada antropológica a la política material del cuidado

Desde 2008, como parte de un trabajo colectivo derivado de diferentes proyectos comencé a recopilar información y materiales en un blog para uso del grupo de investigación en el que colaboraba, que casi convertí en un repositorio de uso personal donde colgaba el material web que me voy encontrando, así como la información semanal que me llega con un ‘tracker’ de noticias. Esto es, un archivo un poco impresionista de cosas que consideraba relevantes para mi trabajo de tesis (centrada en la teleasistencia para personas mayores).

Sin embargo, en mitad del proceso de escritura de mi tesis, y como parte de su consecución, me pregunté ¿y si pusiera todos estos materiales a disposición de los demás, abriendo un espacio para el debate, para la reflexión y encuentro de los ‘tecnoCUIDADanOS‘? De ahí nació la nueva versión de este blog…

¿Por qué ‘tecnoCUIDADanOS’?

Sé que la grafía es horrible y que el concepto suena  abstruso, pero no es menos extraña la idea a la que responde y que, me gustaría defender, pudiera ser de enorme interés.

Pienso que el cuidado está en transición desde hace unas décadas. Y, particularmente se encuentra en un proceso de cambio brutal, o mejor dicho de creciente y constante ‘traducción‘, salpicado cada vez más por la introducción de muy diferentes tecnologías (desde lo que se conoce en el medio como ‘ayudas técnicas’ -bastones, andadores, sillas de ruedas, audífonos, etc.- hasta formas cambiantes de domótica y el diseño accesible/universal, tecnologías de información diversas -teléfonos, móviles, portales web, redes sociales, etc.-, o proyectos de robótica).

Sistemas tecnológicos, dispositivos, aparatos y cacharros de la más diversa índole a los que se destinan ingentes cantidades de dinero público/privado y cuya promoción viene siempre acompañada de grandes loas en las que estas tecnologías aparecen como los heraldos de un cambio en los servicios y prácticas del cuidado: contienen, o eso se dice, promesas de liberación y de transformación del cuidado, o al menos de alivio de parte de sus cargas y problemas para las personas cuidadoras y para quienes reciben el cuidado. Unas tecnologías que, eso se dice, permitirían responder con mayor eficacia a los retos del cuidado ante los imperativos que plantean el cambio demográfico y las transformaciones en la distribución sexual de las tareas de cuidado ‘causadas’ por la incorporación de la mujer a la ‘vida activa’… (aunque la formulación no puede ser más problemática, véase aquí).

Sin embargo, hablamos poco de esto: de la vida cotidiana con todos estos aparatos que han venido poblando y colonizando el mundo cotidiano de muchas personas (de formas crecientes) bajo la égida de un nuevo futuro de ‘mejora de la calidad de vida’ para aquellas personas con situaciones ‘crónicas’. Y, desde luego, muchas de las personas que acaban usando o empleando estas tecnologías no han sido partícipes de su diseño, ni tienen un modo específico de hablar de las mismas. No hay un lenguaje para hablar del ‘tecnocuidado’ más allá de los términos que ponen en nuestra boca los ingenieros, desarrolladores y proveedores de estos servicios. Por no hablar de que en muchas ocasiones se trata de tecnologías propietarias, verdaderas cajas negras incrustadas en nuestras vidas a las que no podemos meterles mano, a riesgo de perder la garantía de los productos, estando los saberes para meterles mano muchas veces protegidos por el secreto industrial.

Servicios pensados para que los usemos como ‘meros receptores’, siendo nuestras necesidades perpetuamente pensadas por otrxs que saben más sobre nuestra vida que nosotrxs mismxs. En ese sentido, diferentes movimientos asociativos críticos con los modelos médico y social de la discapacidad vienen alertando desde hace años de situaciones de ‘doble discriminación’ o de n-ple discriminación por diferentes causas. Y entre ellas está también el modo en que se diseña, comercializa, repara y distribuyen los cacharros, que generan no pocos quebraderos de cabeza (véanse, a modo de ejemplo, los problemas que puede suscitar el diseño de sillas de ruedas y otros muchos aparatos o ‘ayudas técnicas’, como se las llama en el argot, por no hablar de los problemas planteados sobre estos servicios por parte de diferentes activistas).

Pero en la idea hay algo más: abrirnos a la idea de pensarnos como ‘tecnoCUIDADanOS’ es pensar qué política del cuidado queremos y qué formas técnicas/tecnológicas, qué formatos de organización y colectivización del cuidado priorizamos y por qué. La intención es que estos materiales, debates y reflexiones pudieran quizá ayudar a abrir ese espacio de debate a partir de una mirada modesta sobre los cuidados tecnológicos. Pero una mirada atenta a las maneras en que distintas personas diseñan, promocionan, implementan o usan tecnologías para el cuidado de otras o de sí mismas.

Prestar atención a esto quizá nos permita re-pensar qué es la ciudadanía: no ya sólo como una serie de derechos o garantías que pueden reclamar personas que habitan en ciertos contextos institucionales, ampliamente intervenidos por lógicas de gobierno liberal (de entre los cuales al menos hasta ahora podríamos citar servicios de cuidado altamente mediados por tecnologías, subsidiados/financiados total o parcialmente por medio de administraciones públicas, gestionados de forma crecientemente externalizada y cuyo acceso suele venir, cada vez más, mediado por el poder adquisitivo o la renta), sino como algo que pudiera ser re-pensado a través y desde las prácticas de cuidado y sus infraestructuras de servicios/tecnologías. Esto es, desde lo que nos proponen, permiten, impiden y ocultan prácticamente; desde el trabajo de cacharreo que suponen e implican y que, comúnmente, queda doblemente invisibilizado:

“During the twentieth century it was commonly argued that care was other to technology. Care had to do with warmth and love while technology, by contrast, was cold and irrational. Care was nourishing, technology was instrumental. Care overflowed and was impossible to calculate, technology was effective and efficient. Care was a gift, technology made interventions. […] This book sings another song. If we insist on the specificities of caring practices it is on different terms. Rather than furthering purifications, the authors in this book insist on the irreducibility of mixtures. Caring pratices, to start here, include technologies […] If they happen to be helpful then they are all welcome. At the same time, engaging in care is not an innate human capacity or something everyone learns early on by imitating their mother […] Technologies, in their turn, are not as shiny, smooth and instrumental as they may be designed to look. Neither are they either straightforwardly effective on the one hand, or abject failures on the other. Instead they tend to have a variety of effects Some of these are predictable, while others are surprising. Technologies, what is more, do not work or fail in and on themselves. Rather, they depend on care work.

On people willing to adapt their tools to a specific situation while adapting the situation to the tools, on and on, endlessly tinkering” (Mol, Moser & Pols, 2010: pp. 14-15)

– Mol, A., Moser, I., & Pols, J. (2010). Care: putting practice into theory. In A. Mol, I. Moser & J. Pols (Eds.), Care in Practice. On Tinkering in Clinics, Homes and Farms (pp. 7-25). Bielefeld: Transcript.

Una de las preguntas que subyace a esta indagación, por tanto, es: ¿cómo podemos convertirnos, pasar de sujetos cuidados por la tecnología a ser ‘tecnocidanos‘ y qué pudiera implicar esto?

Tecnocidadanos es un neologismo que se forma de la hibridación entre tecnociencia y ciudadanos. Los tecnocidanos son todos esos ciudadanos expertos que proliferan en esta era tecnocientífica. No es sencillo conceptualizarlos, aunque sea muy fácil visualizarlos. Son tecnocidanos, entre otros, los miles de hackers que dominan las TIC (trabajando a favor del software libre y el copyleft), como también todos los ciudadanos cuyas preocupaciones medioambientalistas o sanitarias les han conducido hasta la lectura y discusión competente de temas especializados y hasta muy recientemente reservados al mundo académico. También tenemos otras lecciones que aprender de los movimientos antinucleares de la década de los 60 o de los afectados por el SIDA en los 80. En ambos casos, surgieron ciudadanos que no aceptaron dejar en manos de los expertos asuntos de tanta trascendencia política y social. Aparecieron colectivos que lograron apropiarse del lenguaje técnico y expresar sus inquietudes en unos términos que no pudieran ser ignorados por los propios ingenieros o médicos. Y así es como algunos ciudadanos trataron de compatibilizar la necesidad del rigor con la voluntad de ser solidarios. Mucho se discute acerca de si estas iniciativas son el germen de un nuevo contrato social, basado en ideales comunitaristas, filantrópicos, descentralizados, horizontales, abiertos, como los únicos valores capaces de restaurar en toda su amplitud las nociones de bien común, libre acceso al conocimiento, y gestión coparticipativa en los proyectos.”

–  Antonio Lafuente (2012), “Tecnociudadanía y procomún III. Autoridad expandida

Y, a partir de aquí, quizá podamos articular diferentes versiones de lo que algunos colectivos denominan ‘cUIdadanía‘, una transformación en la idea de ciudadanía a partir del cuidado, por medio de la que se propone:

UNA NUEVA REORGANIZACIÓN SOCIAL DEL CUIDADO, donde:

– Los hombres tomen su parte de responsabilidad y dejen por fin de ser beneficiarios privilegiados de este trabajo y pasen a ser parte activa de este trabajo necesario.

– No seamos nosotras las que nos adaptemos a las exigencias del mercado capitalista conciliando dobles o múltiples jornadas y sin derechos ni garantías sociales y laborales mínimas.

– Debe ser la sociedad en su conjunto (instituciones, empresas, Estado) la que se organice teniendo en cuenta las necesidades y exigencias de la vida, esto es, del cuidado.

Por eso hablamos de crear nuevos derechos de la sociedad del cuidado, DERECHOS DE CUIDADANÍA, para una sociedad que pone el cuidado en el centro y se organiza en función de estas necesidades vitales.

– Agencia de asuntos precarios (2007), “Manifiesto del 8 de marzo de 2007

Espero, por tanto, que este pueda ser un espacio para articular un lenguaje sobre los ‘CUIDADOS’, ‘tecno’, de ‘cUIdadanxs’. Esto es, un espacio para pensar en cómo convertirnos en ‘tecnoCUIDADanOS’, abriendo el debate sobre las diferentes versiones e interpretaciones que pudiéramos darle al imperativo ético que cobija: ‘tecnoCUIDAD’ / ‘tecnoCUIDA…OS’.

Por el momento, todo lo que hay es una apertura personal de la cuestión, una propuesta de materiales y reflexiones derivada de mis proyectos y mis ideas. Pero me gustaría abrir este espacio como un híbrido: museo, archivo y foro de encuentro sobre cualquier forma de cuidado, con cualquier técnica o tecnología.

¿Podrá convertirse este blog en un espacio abierto a diferentes formatos de interrogar qué es eso de la ‘tecnoCUIDAdanía’?